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martes, 26 de julio de 2022

Paleta y acuarelas julio 2022


    Esta es mi paleta más habitual, la que uso en casa. Algunas veces la saco de paseo, pero hay otras más pequeñas y manejables. Parece demasiado abundante, pero a veces faltan en ella colores que tengo en otras cajas y paletas. Puede parecer un disparate, pero puedo prescindir de pocos de esos colores. Unas veces u otras. Desde luego, rara es la acuarela en la que utilizo más e seis o siete colores, a veces menos. Pero, según los temas hay veces que la cosa requiere un color concreto para la mezcla que uno tiene en mente, para añadir textura, para conseguir un matiz determinado. En fin. Complejo.
Lo cierto es que básicamente casi siempre se recurre a unos pocos de ellos, los que nunca pueden faltar. En esta paleta están los cadmios de Rembrandt, quinacridonas de Daniel Smith, algunos de esa marca de la serie Primatek, pigmentos minerales, como el jade, sodalita, lapis, negro de magnetita, amatista, entre otros. Las tierras, los cores y marrones, están muy bien representados. Desde los básicos sienas de Rembrant, con alguno de DS, el sepia de Sennelier, hasta varios de Daniel Smith como el ojo de tigre, bronzite, hematite otros. Verdes, aparte del de jadeíta, están el de perileno, el sap green y el verde esmeralda. Azules, casi todos: lapis, ultramar, cobalto, índigo, Prusia, smalt y turquesa de W&N... Amarillos, los de cadmio, más el new Gamboge, rojos, los de Quinaquidona, más el cadmio, sin faltar nunca el granate de garanza, carmín de alizarina, de W&N o Rembrandt. Luego, hay dos violetas, el amatista y el carbozole, de DS, más el lavanda, color que podría hacer, pero no suelo tener blanco en la paleta. Lo más parecido es el Bluff Titanium, de DS, un blanco roto, cáido y bueno para algunas mezclas concretas.

Mi forma de trabajar, una vez elegido el tema, suele ser pensar en la gama de colores que voy a utilizar. Uno va a ser el que mande. A veces parto del lapislázuli, y todas las mezclas y complementarios van condicionados por esa elección. Igual ocurre si voy a usar cobalto o ultramar.  Mucho menos varío los verdes y rara vez faltan el sap green y el verde de jade. El negro de óxido, de magnetita, lunar black en Daniel Smith, otro nombre en otras marcas, suelo usarlo para añadir textura y granulación a cualqier mezcla, como utilizo el azul de sodalita para oscurecer verdes y sombras, sean tierras o cualquier otro tono, pues en las sombras sigo la costumbre impresionista de usar azules y violáceos.

    Y esas son mis costumbres, que no secretos. Y estas las acuarelas de este mes.

viernes, 25 de mayo de 2018

Denia. Dibujos e historias.

   Unos días en Denia, ni la primera ni la última vez, espero. Como toda la costa de Alicante, un paraiso, cosa sabida. Menos conocido es que en las altas montañas del interior hay otros edenes más boscosos y agrestes, menos poblados y visitados. Es tierra de moriscos, como ya hemos resaltado en otras ocasiones, algo que se recuerda, celebra y lamenta en Denia, pues de su puerto salieron 42.000 hacia Orán en 1609, cuando se decretó su expulsión. Supongo que el puerto fue elegido por el marqués de Denia, don Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, que también tenía el título de Duque de Lerma, y era el valido de Felipe III, de quien de niño fue menino, rey que decretó esa drástica y controvertida medida. Muchas aldeas y alquerías desaparecieron y en los valles y montañas del interior algunas poblaciones aún no han recuperado el número de habitantes del siglo XVI, aunque ahora abunden pálidos nórdicos.
    Me llevo provisión de plumas, cuadernos y acuarelas. También de libros, pues hay tiempo para leer sobre la larga historia de Denia y de otros pueblos cercanos, como Calpe, El Albir, Jávea o Altea, por donde también vamos a pasar, o acerca de las innumerables aldeas y lugares de nombre árabe, en parte ya abandonados, de las montañas del interior. La Vall de... Travadell, Ebo, Xaló, Guadalest, Gallinera, Tárbena, Pop, Laguar, entre otras. Tras la conquista se dividen en baronías, condados y marquesados varios, denominaciones que recuerdan que Jaime I adjudicó esas tierras a los nobles que le ayudaron a reconquistarlas. O a las órdenes militares, como el Maestrazgo, en Castellón, cedido al Gran Maestre de la Orden de Montesa. Les entrega las tierras de secano y los cerros, que las ciudades y huertas de regadío de los llanos se las quedó el rey por eso del que parte y reparte. 
  Todo está documentado en el Llibre del Repartiment, ese que Próspero de Bofarull i Mataró, a la sazón desleal custodio del Archivo de la Corona de Aragón, modificó, tachó y enmendó de manera burda en 1897 porque encontró entre la lista de conquistadores y pobladores menos catalanes de los que él quisiera haber hallado. Don Próspero suprimió en su edición facsímil del histórico volumen apellidos aragoneses, navarros y castellanos para darle más importancia numérica a los catalanes. Tuvo que eliminar al 66% de los pobladores. También desapareció el testamento de Jaime I, prueba de que sus repartos, títulos y fronteras tampoco le gustaron demasiado. Ya apuntaban maneras.
   Jaime I, rey de los reinos de Aragón, Mallorca y Valencia, conde de los condados de Barcelona y Urgell, era tambien señor de Montpellier, donde había nacido en 1208. Su madre encendió doce cirios, uno por apóstol, para ponerle el nombre del que más durara. Ganó el Apostol Santiago, y Jaime se llamó la criatura. Nos saltamos su biografía hasta que, sin lucha, se apodera de Valencia en 1238. En otras comunidades, en los románticos preámbulos de sus estatutos de autonomía, se intenta  retrotraer los orígenes del país a los tiempos de Noé, cuando no de Adán. Valencia es la única comunidad que establece su origen en el momento de la conquista de Jaime I, renunciando a varios miles de años de historia protagonizada por dudosa gent de fora. Igualmente hay quien llega a decir que antes de ese día redentor no se hablaba lengua alguna merecedora de ese nombre. Que Ausiàs March les perdone y la diosa Clío los confunda, si su confusión admite mejoras.
   Después del saqueo y antes del reparto, mandó purificar la Mezquita mayor de la ciudad para convertirla en catedral de Valencia, abradacabrante ceremonia que incluía meter perros en ella, algo que para cualquier musulmán la convertía en algo impuro e inmundo. Nombró obispo a Berenguer de Castellbisbal, aunque el Papa se negó a aceptarlo por unas riñas económicas entre Valencia, Toledo y Tarragona. De todas formas, malos sermones hubiera pronunciado el tal Berenguer, pues el rey, personaje colérico e impulsivo, había ordenado cortarle la lengua en la misma cámara real, al conocer la largura de un apéndice desvelador de secretos de alcoba recibidos del rey en confesión. El incidente provocó su excomunión, rápidamente levantada.
   Tras la conquista del reino de Valencia, los arabizados pobladores de las ciudades hubieron de abandonarlas, aunque no ofrecieran resistencia, algo que en el campo solo se imponía a los que no capitularan. Los nobles recibieron la tierra con población islámica incluída, en plena producción. De verduras y de rentas. No eran frecuentes los naranjos, algo que se extendió mucho después, incluso en el siglo XIX y XX, pero sí higueras, algarrobos, moreras y gusanos de la seda, cereales, muchas vides, olivos y almendros, pequeños huertos y frutales, incluso arroz donde abundaba el agua para el riego.
    Ni soy historiador ni pretendo serlo. Entre otras cosas, porque es la Historia profesión de riesgo, ahora como siempre, tal vez más, siendo actividad que antes te acarrea ser nombrado persona non grata que cronista de la villa. Sobre todo los que no se pliegan a apuntalar la fantasía interesada de encontrar lo que se desea encontrar, como don Próspero, volviendo a cubrir de tierra o de palabras lo que no cuadra, demostrando asi lo que previamente se inventó, sin dejar de apuntalar las tradiciones y leyendas que retrotraigan a Eneas la fundación de la aldea. Ahí tenéis triunfantes a Cucurull o a Bilbeny, aquejados de esclerosis facial pero sin tensiones de tesorería, mientras hay miles de yacimientos y legajos en inútil espera de fondos para que historiadores serios les quiten el polvo de los siglos.
   La gente lo tiene claro. Todo lo antiguo es moro. Y no es así, como sabemos. Muchas de las terrazas, esos abancalamientos de lomas y cerros, son de siglo XV y XVI, de origen mudéjar, extendidos en el XVIII por el incremento de la población. Incluso gran parte de la huerta de Valencia, gracias a la prolongacion de la Acequia Mayor, es de la época de Carlos III, no mora, cultivada desde Jaime I por cristianos, que se habían adueñado ya entonces de casi todos los regadíos. 
   Denia es demasiado antigua para serlo, de forma que se le atribuye un origen griego, de los focenses de Massilia, como Ampurias, no sin cierto fundamento por las referencias de geógrafos y viajeros de la antigüedad, como Estrabón. Sin embargo, reconocen honradamente hoy no haber encontrado ese templo de Artemisa que con tanto detalle se describía en obras antiguas, ni piedra alguna que pudiera tener ese noble origen. Sí restos de cerámica que, como en toda la costa, acreditan ese comercio antiguo en el Mediterráneo, ya inaugurado por los fenicios, que se sepa.
   Aunque se encuentran restos de asentamientos ibéricos previos, indudable es el origen romano de la ciudad y de su nombre, la Dianium latina, así como la presencia de Sertorio refugiado en el fortín que levantó en la Penya de l’Àguila, en el Montgó, enfrentado a Sila y a Pompeyo en las guerras civiles romanas, unos 80 años antes de Cristo. De hecho, gran parte de estas comarcas pasaron de ser romanas a árabes, pues la presencia y apoyo bizantinos les permitieron resistir contra los godos que sólamente unos 80 años antes del 711, consiguieron aparecer por aquí, dejando poca huella.

   En clase de griego, mi profesor, don Jesús José, nos hablaba de la Hemeroscopeion griega (Ἡμεροσκόπειον) 'la que mira la mañana', "la centinela del alba', aunque antes sería Calpe o el Cabo de la Nao en Jávea quien la viera llegar. En realidad, lo que los romanos avizoraban, seguramente encaramados en los 753 metros del Montgó, era la llegada de los atunes para pescarlos en la almadraba y hacer salazones con sus lomos y otras mollas y la apreciada salsa del garum con sus raspas y despojos, puestos en salmuera junto a boquerones y caballas, todo bien fermentado en barriles al sol, para exportar el caldurriento y aromático destilado en ánforas, como el vino y el aceite. Para eso tallaron en la costa esas piscinas rectangulares que abundan por aquí, piscifactorías que en Calpe, Javea o en la Illeta de El Campello suelen llamar Baños de la Reina. Naturalmente, mora.
   En Denia, lo más visible desde todos los sitios es el castillo, inmenso, primero romano, luego moro, esta vez sí. Fue en el siglo XI la alcazaba de Muyahid al-Amiri al-Muwaffaq, rey de la Taifa de Denia que llegaba por un lado hasta la sierra de Segura, Almansa, Chinchilla, Alpera y Albacete incluídas, por otro hasta las Baleares. Luego, esa montaña fortificada fue usada como bancal de cepas de moscatel para hacer pasas en el siglo XIX, industria que trajo la prosperidad a Denia, Jávea y Gata de Gorgós, hasta que la filoxera arrambló con ese cultivo, muy extendido por la comarca, con sus secaderos, sus manufacturas y su comercio. La ley seca en Estados Unidos, vigente por aquel entonces, provocó que en California, no pudiendo hacer vino, hicieran pasas, acabando de apuntillar el negocio. En Denia, con muy buen criterio, cambiaron las pasas por la fabricación de juguetes y naranjas, que algo hay que hacer. De esa industria de momificar moscateles, ahora menos extendida, quedan los "riuraus", construcciones rectangulares porticadas para airear y secar a la sombra las pasas. También la "Festa de l'escaldà".
   Muchos ingleses se habían afincado aquí, dedicados a exportar las pasas, ingrediente imprescindible para que en Inglaterra hicieran sus plum-cakes. El jerez, tan de su gusto y como su nombre indica, se lo llevaban de Jerez. El esparto de Murcia, Albacete y Almería, dejando pelados los cerros, que así siguen, aunque ya en la roca viva; las piritas del Riotinto comprado a la I Republica, y cada cosa del sitio donde Dios, nuestro Señor, la puso.  Imagino que también hacían de recoveros de naranjas amargas para su "marmelade". Tanto es así que hasta tenían su propio cementerio, el Cementerio de los Ingleses, aunque luego fueron repatriados los restos. Para romantizar tan tétrico establecimiento, cuentan las leyendas que son los fantasmas de los naúfragos de La Guadalupe, fragata hundida en 1799, quienes pululan ectoplásmáticos entre las tumbas en las tibias noches dianenses. Aunque a este tipo de aparecidos nada se les resiste ni incomoda, la leyenda no explica en qué se entretuvieron y dónde se guarecieron hasta 1856, cuando se construyó ese cementerio. Hemos estado estos días durmiendo prácticamente al lado y fantasmas sólo los normales, lamento informar.
   Lo que es cierto es que en el mausoleo dedicado por la familia Rankin a Reginald, niño que murió el 6 de diciembre de 1866, se puede leer el poema de John Dos Passos How Fine To Die In Dénia (Qué bueno morir en Dénia), belleza que no discuto y opinión que no comparto, ni referido a Denia ni a ningún otro sitio.
"How fine to die in Denia
young in the ardent strength of sun,
calm in the burning blue of the sea..."
 
   Toda la costa está llena de atalayas, de torres de vigilancia o refugio, como las hay en las huertas del interior, cerca de Alicante. Tres veces al día encencían una hoguera en lo alto de la torre para indicar que no había moros en la costa. Cuando sí los había, hacían que la fogata echara humo, que replicado de torre en torre, daba aviso al veedor general de la costa, en la atalaya del Grao de Valencia. También tocaban a rebato con la campana que tenían para avisar a la caballería de costa. 
    Desde el Rosellón hasta el reino de Granada se edificaron unas 250, de las que 200 permanecen en pie, algunas algo reumáticas, pero en pie. Sobre todo en tiempos de Felipe II se procuró reforzar las existentes y levantar muchas más, pues el Gran Turco acechaba, los piratas berberiscos no paraban de saquear las costas y capturar gentes que vender en Argel o en Trípoli y, en general, la morisma estaba levantisca, confabulando con la Gran Puerta, Francia y Argel, esperanzada en un desembarco masivo que, como en otras ocasiones, restaurara su dominio. En 1568 fue la rebelión de las Alpujarras, a la que siguió su deportación, muchos de ellos al reino de Valencia, donde llegaron a ser más de un tercio de la población. Solían tener muchos hijos, lo que contrastaba con los cristianos viejos, que aun de jóvenes eran monógamos o célibes, principalmente ubicados en unas ciudades plagadas de eclesiásticos, un 8% de los varones adultos. Frailes, monjas y demás clero, caracterizado por una bajísima tasa reproductiva.
   Estos peligros se conjuraron en gran parte tras la victoria de Lepanto, en 1571. Lo de los piratas de Argel, mucho menos, sólo hay que recordar que Cervantes anduvo cautivo por aquellos barrios norteafricanos desde septiembre de 1575 hasta octubre de 1580, no pudiendo "al llanto detener el freno", según contó. Tampoco hay que olvidar que, cuando fue rescatado, previo pago de 500 ducados por parte de los trinitarios, unos 20.000 euros al cambio, fue precisamente al puerto de Denia cuando, ya libre, regresó a España, besando su suelo como un Papa y como primera providencia.
   Los moriscos huían a Berbería en cuando podían, comunicándose desde las cimas costeras mediante hogueras  con las fustas y galeras berberiscas que de noche esperaban en las calas. El lugar más usado para iniciar esas señales fue la cumbre del Aitana, que eran respondidas desde los barcos. Así coordinaban la huida. De paso, para mostrar la firmeza y sinceridad de su impuesta y supuesta fe, los feligreses de la Vall d'Ebo se llevaron a su párroco cautivo a Argel, que tuvo que pagarse su propio rescate. O en 1534 a don Pedro Andrés de Roda, señor de un lugar cercano, con familia y criados, que nunca regresaron. A veces hacían tratos previamente. Los moriscos de Senija ofrecieron por el viaje al gobernador de Argel 3000 ducados y el saqueo de Benissa. Conocida la trama, el virrey de Valencia ordenó prender a los más ricos y emparentados de Senija y tenerlos presos en el castillo de Guadalest hasta que la flota del gobernador de Argel no hubiera abandonado esas costas. Llegaron a atacar Valencia en 1562, llevándose 463 cautivos que también vendieron como esclavos en Argel.
  Barbarroja y su lugarteniente Cachodiablo, Dragut y Salah Rais le tomaron el gusto y la medida a toda la costa, y ellos y sus seguidores en la industria no dejaron pueblo tranquilo durante siglos. En Calpe se llevaron prácticamente a toda la población en 1537, como había ocurrido en otros pueblos costeros, con especial predileción por Villajoyosa, aunque solía defenderse bien.
  Desde Túnez, Trípoli, Argel o Salé, estos piratas berberiscos tuvieron atemorizadas las costas mediterráneas y atlánticas, las españolas y las francesas, italianas y griegas, llegando a Portugal, Gran Bretaña, Irlanda, los países Bajos, incluso Islandia.  Del siglo XVI al XIX se calcula  que se vendieron en los mercados de esclavos norteafricanos de 800.000 a 1.250.000 hombres, mujeres y niños. A muchos hombres les respetaban la vida porque sin cabeza no tenían mucha aceptación en aquella época. Hoy algunos llegan a ministros y jefes de estado. Eso explica —lo del miedo, no lo de llegar a ministro—, que hasta el siglo XIX no se ubicaran los pueblos en los llanos o cerca de esas playas que tanto nos gustan hoy.
   Es tara nacional recrearse más en los fracasos que en los éxitos, en las derrotas que en las victorias, llegando a perdonar, incluso justificar —cuando no negar—, las invasiones sufridas, tanto como avergonzarse de las protagonizadas, cosa que nos diferencia de la pérfida Albión.  Nunca contamos que las más de las incursiones africanas fracasaron, que a menudo desde estos pueblos salìan barcos en su persecución, apresándolos y esclavizándolos, a veces extirpándoles la cabeza, sede de sus malas ideas, como tampoco que en España también hubo esclavos hasta el siglo XIX. También que se terminó atacando las bases de Argel desde donde salian los piratas. 
   Mucho se ha discutido, llorado y argumentado acerca de esa expulsión, lamentada por motivos humanitarios o económicos, casi siempre con ojos actuales. La tradición de sucesivas invasiones norteafricanas, los levantamientos de moriscos en zonas de montaña, la situación del Mediterráneo en aquella época, con el Gran Turco amenazando, la colaboración evidente de los moriscos con los piratas berberiscos, la lógica falsedad de una conversión impuesta, su aumento demográfico... Todo se puso en su contra. Fue una cuestión de estado, apoyada por la iglesia y demandada por la mayoría de la población, salvo los señores cuyas tierras cultivaban, con una mezcla de temor, envidia y rencor, siendo medida muy aplaudida por el resto de una Europa que siempre nos tuvo como barrera ante el Islam. Igual había ocurrido con los judíos en 1492, cuya expulsión provocó hasta un mensaje de felicitación y alegría por parte de la Sorbona.
   Decía Américo Castro: «El problema, como tantos otros de la vida española, era insoluble, y huelga discutir si los moriscos debieron o no ser lanzados fuera de su patria. Fueron, sin duda, un peligro político, y estaban en inteligencia con extranjeros enemigos de España, que comenzaba a sentirse débil». Felipe III no veía ya sino peligros en la estancia de los moriscos dentro de sus reinos, porque a los riesgos de orden interior se añadían, y así lo reitera, los de orden exterior: Los moriscos conspiraban con moros de allende, turcos y franceses, para acosar a un enemigo que creían débil y veían muy preocupado. Felipe III sabía de la conspiración morisca para invadir España como en tiempos de Don Rodrigo.
  
   Gregorio Marañón, en un libro póstumo publicado hace pocos años, "Expulsión y diáspora de los moriscos españoles", dice, entre otras muchas cosas, como es natural, que la expulsión "fue un mal, pero un mal necesario, porque era el único remedio de otro mal peor: la existencia y el auge dentro del Estado español de un pueblo extraño y hostil"

  Gil Grimau, considerando que los moriscos eran una minoría hispana, entre otras, afirma: «¿Por qué los moriscos tenían que abandonar sus particularidades diferenciales tajantemente —lengua, nombres de familia, recato, ropas, baños, fiestas— si otros pueblos de la Península o del Imperio los conservaban? [...] Los alegatos de Núñez Muley lo dicen bien claro. Son angustiosos y llenos de razón. El morisco —muchos de los moriscos— quiere ser español. Quiere seguir siéndolo, y conservar, lo mismo que los gallegos, los catalanes o los vascos, entre tantos otros españoles, un modo vernáculo de hablar y comportarse»

   Joseph Pérez, ha escrito que: «Los historiadores aún se preguntan por las razones que tuvo el duque de Lerma para expulsar a los moriscos. La única explicación posible es que trató de desviar la atención de los males que padecía España. Los moriscos, blanco del odio de clase y de raza, fueron sacrificados a los prejuicios populares, como si su expulsión sirviera para mitigar los efectos de la peste, el subdesarrollo, el parasitismo y la pobreza. No habían transcurrido muchos años cuando en España se alzaron voces lamentando una decisión que calificaron de inicua». 

   Muy recomendable la lectura de unos artículos sobre el tema, parte de su eterna polémica con Américo Castro, publicados en La Vanguardia en los 90, remitidos desde Buenos Aires por don Claudio Sánchez-Albornoz,  presidente de la II República en el exilio, de la que había sido ministro.  Algunos aparecen en su libro "Confidencias", Austral, Espasa-Calpe, 1977:

También el libro de Gerardo Muñoz Lorente "La expulsión de los moriscos en la provincia de Alicante". 
  
   Me entero con estas lecturas y averiguaciones de que ese "al Ra'is", apellido de muchos piratas, no es tal, sino que significa patrón de barco.  De ahi deriva el apellido Arráez y sus variantes, que el diccionario de la Real Acaemia recoge como caudillo o capitán de barco árabe o morisco. "Arráeces" son también los jefes de las labores de la almadraba. En la lista de apellidos sefardíes que se publica como base para pedir la nacionalidad española, aparece Garrido. Ahora veo que Herráez me hace marino berberisco. En una feria medieval un calígrafo, hace un tiempo, me escribió con cálamo mi nombre en árabe: Yusuf. Resulto ser Yusuf ben Garrido Al-ra'is al-Albasití, algo que no sabía y además ignoraba. Ya puedo pedir la nacionalidad española. O la berberisca. O la israelí. No sé si sería bien visto que se publicara otra de los que quieren abandonarla.

   Los dibujos y acuarelas de esta entrada son los que se hicieron en el cuaderno, bajo el sol de mayo, observando a ratos a un cormorán buceando vertiginosamente tras algún pez, tomando un vino blanco de Jalón, fresco, de esas uvas moscatel de la zona, para regar algún trozo de salazón de la misma. Dentro de nuestra pobreza. como mi padre decía en similares trances, no se puede pedir más.
Embarco Moriscos en el Grao de Denia. De la serie: La expulsión de los moriscos
[1613] óleo sobre tela. 110 x 173 cm

Vicent Mestre

martes, 10 de marzo de 2015

Castillo de Chirel - Paso a paso

    El castillo de Chirel se encuentra en Cortes de Pallás (Valencia), dominando desde su altura un hermoso paisaje de acantilados cortados por las aguas del Júcar, embalsadas por la presa de Cortes. Por la noche se aprovecha la energía sobrante de la cercana central nuclear de Cofrentes para bombear agua a la cima de la Muela. Desde ese inusual embalse en lo alto de una montaña, se devuelve de día el agua hacia el pantano para generar electricidad en horas de más consumo. Tal vez tales maravillas expliquen o argumenten el desorbitado precio de los kilovatios.
    De una foto de ese paraje sale esta acuarela. La foto sale de la cámara de mi amigo Luis Piqueras, de Alpera, lugar bastante cercano. Papel Arches 300 gramos de grano fino. Acuarelas variadas, más o menos las que últimamente voy utilizando. Tierras de Kremer, azules y verde de Daniel Smith, menos la siena tostada y el ultramar que prefiero a menudo de Rembrandt o Van Gogh. Juntas son una maravilla. Un pincel Versátil redondo del número 18 y otro también de Escoda, de petit gris muy suave y afilado, del 6.
    Partimos del dibujo anterior, bastante detallado, al menos en cuanto a las grietas y formas de las rocas del primer plano. Posiblemente se podría haber simplificado esto, sugiriendo simplemente las paredes verticales, marcando zonas de sombra y luz con una iluminación más lateral que la que ofrecía la foto. Inventarse la iluminación, cambiar el foco de la luz, siempre es problemático y suele quedar inconsistente y falso si el tema tiene tantos recovecos y planos. De forma que el contraste se busca con el fondo lejano de las montañas de la izquierda, que se dejarán más tenues y difuminadas que las rocas cercanas y el cerro de la derecha. Los tonos cálidos de la cercanía marcarán distancia con los azules del fondo. Al menos eso dicen los manuales.
    Para dar armonía al conjunto se parte de los tonos cálidos con que se cubre prácticamente todo el papel, incluso el cielo, dejando algunas zonas en blanco para futuras luces y realces. Aquí es donde se agradece un pincel grueso y que cargue mucha agua, como es este de Escoda del 18, prácticamente como de marta. Los colores utilizados, siena natural, ocre amarillo, siena tostada y rojo de Venecia, casi siempre mezclados en distintas proporciones. Ya desde el principio, aunque se ha empezado en seco, se van mezclando en húmedo los colores en el mismo papel, dejando que se fundan y resalten ciertas zonas, iniciando la valoración de tonos, con las primeras sugerencias de sombras. Algunos brochazos rápidos hacia abajo con el pincel casi plano, de lado, para crear textura aprovechando el grano del papel. Nos esperamos a que seque completamente esta capa. Mientras nos tomamos un café y miramos.
    Vamos con los azules y verdes. Una mezcla de cobalto y cerúleo, que granula mucho. Se procura dejar sin tocar unas líneas que ya habíamos conservado en blanco, sugiriendo el brillo de algunas nubes. El verde es tierra verde de Kremer, mezclada con los azules citados para dar sombras en las ondulaciones de las montañas. Se procura no cargar las tintas pues, aunque sabemos que al secar quedará todo más claro, queremos que haya mucho contraste entre la zona cercana de la derecha y las montañas cada vez más lejanas. Por eso se van diluyendo más las mezclas y añadiendo más azul conforme nos alejamos.

    El siguiente paso es ir reforzando algunas zonas de la montaña, resaltando luces y sombras, dando relieve, calentando con siena tostada los planos más cercanos. Toques de ocre amarillo con el siena en algunas zonas. Mezclamos a esos colores algo de ultramar para hacer un gris cálido en algunos lugares donde habrá rocas iluminadas. Las rocas del acantilado del primer plano, sobre la base de rojo de Venecia o Caput Mortum, muy parecidos, se matizan y se les da relieve con siena tostada diluida, para calentar el color de la capa anterior, un poco frío. Las sombras con ultramar mezclado con el siena tostada o aplicado solo antes que se seque el marrón, con el papel bastante inclinado para que se mezclen hacia abajo.
    Aquí se aprecian mejor cosas como esa mezcla de ultramar con siena tostada, que me resulta insustituible para muchas sombras en cualquier tema, o la granulación y el efecto de las pinceladas rápidas, casi en seco, que dan mucha textura. Se sigue teniendo cuidado en dejar en blanco algunas líneas y brillos. Unas capas se añaden en mojado. Otras cuando se ha secado la anterior. Es interesante en el caso de las rocas que los perfiles y ángulos que sugieren las pinceladas en seco no se pierdan, algo que ocurriría si todo se pintara en húmedo. Saldrían unas rocas curvadas y pulidas, que no irían bien.

    Hace rato que sabemos que seguir adelante añadirá detalle pero restará frescura y limpieza. Asunto delicado siempre. En seco vamos añadiendo capas pensando más que pintando, pues hay que sugerir sin demasiados añadidos. Al oscurecer unas zonas resaltan las contiguas y era imprescindible ir marcando la pendiente, sugiriendo rocas, añadiendo la vegetación, procurando que no quede muy pinturera entre tantos ocres. Tierra verde y jadeíta, un poco de azul de Prusia para separar una de las montañas del fondo que habían quedado amontonadas y de paso reforzar la zona en sombra del agua del Júcar.
   Seco todo, se comprueba cómo ha aclarado la cosa. Los tonos brillantes cuando mojados, se apagan al secarse, maldición. Se refuerzan con infinito cuidado algunas sombras con violeta mezclado con ultramar, incluso sobre los marrones de las montañas más cálidas de arriba a la derecha. Sobre los tonos cálidos ocre amarillo, sienas, tierras, el violeta ultramar o una mezcla de azul ultramar con carmín de alizarina son muy adecuados
   Unos trazos finos y rápidos sugiriendo las grietas con esa mezcla de siena y ultramar que vale tanto para un roto como para un descosido. Más diluida para dar sombras sugiriendo la sombra de rocas y peñascos y... así lo dejamos, sabiendo que hace un rato algunas zonas estaban mejor. Otras no. Difícil equilibrio.

viernes, 23 de enero de 2015

Peñíscola, Morella y Sant Mateu. Dibujos y acuarelas

   En esta entrada se muestran algunas las acuarelas, dibujos y apuntes de un viaje a Castellón durante la semana pasada, unos hechos en su lugar, otros ya en casa. Se nota el diferente grado de elaboración. También que la rapidez y la simplificación, a veces, ofrece mejores resultados que la insistencia y la excesiva pulcritud.
   La primera acuarela, un rincón de Sant Mateu, sobre un Garzapapel de 300 gramos con pigmentos de Daniel Smith. Se nota la granulación, especialmente en las zonas en sombra del muro de la derecha. El siguiente paso de mis pruebas será usar estos pigmentos de Primatek que la producen sólo en algunas zonas que necesiten textura y relieve, mientras en otras se busque la suavidad de los de quinacridona, buscando el contraste. Para unas flores irá bien esta diferencia, granulando el fondo. Lo que unos y otros pigmentos mantienen es una transparencia excelente, incluso en las zonas más cargadas.

   La anterior, un pequeño apunte en un block apaisado de Arches, grano fino, una vista de Peñiscola, muralla, castillo del Papa Luna y playa despoblada en estas fechas. Muy pocos pigmentos, pocas pinceladas y poco detalle. Lo que aprendo con estas cosas es que el máximo de transparencia se consigue cuando un tono se ha aplicado con un solo baño, al menos cuando el color no se restriega ni retoca sobre el papel. Esos amasamientos lo estropean todo, los tonos se vuelven turbios, menos transparentes y el resultado final es mucho menos luminoso. Tiene su explicacíon física y química, relacionada con el maltrato de las fibras del papel, la mayor infiltración de las partículas de pigmento y la comprometida reflexión de la blancura del papel. O su falta de ella.  Es esencial, cuando se aplican baños superpuestos, esperar a que se sequen completamente y, además, que el pincel tenga la suavidad máxima para no rascar la capa anterior. Por eso los pinceles de marta o petit gris funcionan mejor en estos casos. Estos pinceles o los de Versátil de Escoda como en estas acuarelas, que tienen la misma suavidad a pesar de ser fibra sintética. Asombrosos.
   Iglesia de Santa Mateu, a partir de una foto tomada a través del cristal de la entrada, pues a las horas en que fui, estaba cerrada. A pesar de que se ha intentado no ser minucioso, contrasta la insistencia y superposición de colores con la limpieza de la anterior. Hace falta tener más valor para aplicar el primer baño con una intensidad suficiente, quedarse corto, como es el caso, lleva a la necesidad de corregir con superposiciones que enturbian los tonos quitándoles luminosidad.
   Es el anterior un dibujo con estilográfica y pincel de agua, en Morella, mientras me tomaba un café sentado en una terraza de esa calle. A pesar de ser enero, hacía una buena temperatura. Las cuestas también ayudan a entrar en calor. Con el pincel de agua se extienden los trazos en los lugares adecuados. en otros, como en el cielo o las sombras de las aceras, mojando el pincel en el tajo de la pluma, una Pilot Art Pen EF.
   Los siguientes dibujos, también pluma con pincel de agua, uno sentado en la orilla de la playa al atardecer, otra vez Peñíscola, donde teníamos mla base de este viaje, el otro en la parte alta del castillo, en la plaza donde se encuentra la iglesia, la estatua del Papa Luna y el faro. Del lugar hicimos varios dibujos y muchas fotografías a distintas horas, con luz diferente.

      Viajar en estas fechas, además hacerlo en días de diario, no en fin de semana como hasta ahora teníamos costumbre y necesidad, permite estar casi solos en estos sitios. Ello unido a la extrema amabilidad de las personas a las que pedimos permiso para acceder en coche hasta donde se puede, en una ciudad llena de cuestas, puertas, recodos y recovecos. Andando me hubiera sido difícil ver tantas cosas. Gracias a las facilidades e indicaciones de la policía municipal y otras personas a las que pedimos información, resultó una estancia muy agradable y productiva los días que en Peñíscola pasamos. Resalto estas circunstancias, porque no siempre es así en otros lugares.

   Las acuarelilla anterior y la siguiente, hechas en el mismo lugar, pero en días diferentes. En el puerto de Peñíscola, mientras salía el pescado frito, que es lo que a la orilla del mar me encanta comer. Ya habíamos hecho una primera cata otro día en la lonja del Grao, en Castellón. Muy buenos los salmonetes.