viernes, 2 de septiembre de 2016

Dibujos de Albacete V


    Haciendo este dibujo de la catedral desde la calle del Cura, recuerdo a don Rafael Mateos y Sotos, benemérito cronista de Albacete en la primera mitad del siglo pasado, y lo que nos dejó escrito sobre sus calles y gentes, e imagino estar contemplando en su grata compañía a una enlutada comitiva subiendo al cerrillo de San Juan en mayo de 1537 rumbo a la iglesia en obras, parte mudéjar, parte gótica. Marchan apesadumbrados por la muerte de la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos I y Señora de Albacete, aunque no más que por los dispendios malgastados en esos capisayos negros (once lobas con sus capirotes, dicen las actas), que el concejo hubo de encargar al sastre y pagar con sus magros fondos para cumplir con las instrucciones de la corte acerca del decoro necesario en tales pompas fúnebres. La emperatriz tal vez nos tuviera cariño, incluso supiese dónde paraban la villa de Albacete y la ciudad de Alcaraz que le pagaban sus rentas, pues habíamos sido parte de su regalo de bodas. También caminaban cariacontecidos e inquietos los munícipes por los temores de entrar en un templo cuya cubierta amenazaba con venirse abajo, cosa que acabó haciendo en 1545 por no hacer o hacer mal lo que aconsejó Siloé.
   Se trata de la reina que ahora tiene una estatua un poco más a la derecha de donde estamos, en la que hoy se llama Plaza de la Constitución, lugar que espera desde hace dos décadas que el caminante de Antonio López termine su largo paseo hasta esta plaza, estatua apalabrada y creada al mismo ritmo que la catedral.
   Les alivia, aunque les apene, que la de la guadaña haya elegido a la reina, pues si del rey se tratase, a los pocos días de los lutos habrían de sacar de los decaídos ánimos una sonrisa para adornar la cara y de arcas y baúles los tapices, mantones y colchas con que vestir los balcones y engalanar la villa, además de encalar muros, correr toros y cañas y gastar los pocos maravedíes que les quedaban en celebrar con alborozo y liberalidad la coronación de un nuevo monarca, al que era difícil que llegaran a conocer. En 1586 tendrían la inusitada suerte de hacerlo y de recibir a Felipe II con enramadas en la Puerta de Chinchilla, en su camino desde las Cortes de Monzón a Madrid. Todo vanidad. Pocos años más tarde escribirá el poeta Gabriel Bocángel:
Huye del sol el sol, y se deshace
la vida a manos de la propia vida,
del tiempo, que a sus partos homicida,
en mies de siglos las edades pace.
Nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,
si vivo estriba en lo que muerto yace?
Lo que pasó ya falta; lo futuro
aun no se vive; lo que está presente,
no está, porque es su esencia el movimiento.
Lo que se ignora es sólo lo seguro,
este mundo, república de viento,
que tiene por monarca un accidente.
     Tal vez por eso se coronara como rey a niños de 3 años cuando se podía, aunque costase una guerra, para que les durase más y los concejos no vieran vaciadas sus arcas tan a menudo para celebrar las exequias, coronaciones o nacimientos de reyes, reinas, príncipes e infantes. Aunque a veces les crecían los enanos y esto tampoco acababa saliendo a cuenta, que breve es la dicha en la casa del pobre. Hay que considerar que el rey que mejor resultado nos acabó dando fue un rey de segunda mano, —de tercera corona diríamos mejor—, pero aún en buen uso, como fue el caso de Carlos III, que prefirió gobernar al inmenso imperio español que al pequeño reino de Nápoles, por eso de burro grande, ande o no ande. Gran aficionado a la caza y a meterse en obras, excavando un camino encargado por él habían salido a la luz Herculano, Pompeya y Estabia.
   El Concejo de Albacete estaba empeñado desde 1515, en todos los sentidos, en levantar una iglesia acorde con la creciente importancia y población del lugar y mojarles la oreja a los chinchillanos, recurriendo a los mejores arquitectos de España. Aún no habían olvidado los albaceteños su incursión de hace un siglo para hundirles picota y horca en el cerrico al que la segunda daba nombre, símbolos de nuestra autoridad e independencia respecto de la elevada ciudad de Chinchilla.
   Habría que tener en cuenta que por entonces Albacete tenía unos 5.000 habitantes y que lo que al final terminó construyéndose de la proyectada iglesia fue sólo una parte, dos tercios del total previsto, a falta de otras dos columnas ciclópeas, otro tramo y una portada a juego, obra eterna terminada de aquella forma en 1948. Precisamente cuando en 1949 sería catedral y Albacete ya era una ciudad más que mediana con más de 70.000 habitantes, lo que nos da idea de la diferencia de ambición, autoestima y capacidad entre ellos y nosotros. Además, cuando después de cinco siglos aún andaban enredados con terminar aquello cuanto antes y como fuera, yo creo que lo proyectado en las trazas iniciales ya no cabía en un solar que tal vez habían ido royendo las centurias. Dinero no habría, pero yo pienso que el principal problema para completar la obra según el plano inicial era que sitio tampoco. Seguramente me equivoco.
   En los tiempos de estos recuerdos la iglesia tenía una torre más defensiva que pía y, seguramente sobre el arco que hoy ocupan los edificios Catedral y Toscana, unos de los más dignos levantados en Albacete en los últimos tiempos, entonces se alzaría parte de la muralla de uno de las tres zonas fortificadas que hubo en Albacete, en esa pequeña elevación conocida como Cerrillo de San Juan.
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    Roma se fundó sobre siete colinas. Y el invento gustó. Constantino, más que encontrarlas, las imaginó en el Bósforo para refundar su ciudad, bautizada ahora como Nueva Roma o Constantinópolis —luego Estambul— sobre la ya antigua Bizancio, a imagen de la metropoli, teniendo que elevar con grandes obras las colinas que faltaban para completar las siete preceptivas, que el terreno no siempre está por la labor. También Ulises, al fundar Lisboa, las buscó a ambos lados del Tajo. Y Bamberg, en Baviera, llamada la Roma de Franconia. O Cáceres y Barcelona en España, que de igual manera esparcen sus casas y sus sueños sobre siete colinas. Porque la Historia nos enseña, entre otras cosas,  que para fundar una ciudad como Dios manda hacen falta siete cerros, ni uno más ni uno menos. También entre otras cosas.
    Encontrarlos en la Mancha lo suficientemente pegados el uno al otro como para ser solar de una pequeña aldea es algo complejo. De forma que, a falta de las siete colinas canónicas, nuestros antepasados árabes, tuaregs norteafricanos, belicosos e intransigentes en extremo respecto a otros árabes, ya aplatanados después de siglos entre nosotros, y no digamos ante los escasos cristianos que a la fuerza habían asido la chilaba, tuvieron que conformarse con tres o cuatro pequeñas elevaciones para fundar Al-Basit, el actual Albacete. Cerrillos, como el de San Juan, cerricos como el de la Horca, altos, como el de Carretas, La Cuesta, donde estuvo la primera fortaleza en opinión de los más entendidos en el tema, el de la Villa, donde las putas, o el del Sol, donde el depósito de agua, hoy convertido en biblioteca, fontana de libros con que regar y fortificar las molleras locales, que todo es menester, pues el agua, aun siendo muy escasa, abunda más que el conocimiento. Obviamente no me refiero solo a Albacete, pues es achaque ubícuo e intemporal.
    Tres de estos cerrillos, al parecer, estuvieron amurallados en tiempos, aunque las primeras noticias escritas que con seguridad apuntan a nuestro Al-Basit hacen referencia a sus fortalezas y a su alcaide Abd-Allah ben Ayad en 1144 y a la batalla de Alloch en 1146, pues las referencias a Al-Basit de tiempos de Abderramán III con más probabilidad hablaban en general de los llanos pacificados que de un lugar concreto, como nos sugiere don Aurelio Pretel, con lo que para mi esto va a misa. Bueno, a la mezquita. También mucho antes se había recluído en un Al-Basit al hijo del levantisco Ibn-al-Sayj, algo que no es improbable que nos señale pues, como castigo, no debería ser mal sitio Albacete en el año 928. Lo cierto es que tras las Navas de Tolosa los asilvestrados e integristas almohades fueron poco a poco barridos hacia el sur desde estos llanos que sin duda les recordarían a su amado desierto, y en 1241, en tiempos de Fernando III el Santo, Pelayo Pérez Correa conquista Albacete para Castilla, siendo alcaide un tal Wahb Allah.
    La primera Villacerrada, en la zona de Carretas, fue fortaleza que no debió de hacer mucho honor a tal palabra, y es de suponer que ninguna de las tres existentes debió de tener fácil defensa, como esos castillejos de Forges, más agachados que levantados al fondo de un hondo rodeado de cerros desde donde el enemigo arroja piedras hacia abajo y los defensores flechas hacia arriba, que luego les llueven en sus propias carnes. No, desde luego el terreno no nos ha ayudado. De hecho no queda ni una piedra de esos castillos y murallas de origen árabe. Incluso su exacta localización, forma y tamaño siguen sin determinarse, llegando algún descreído a dudar de su existencia, pues Albacete es un lugar lleno de misterios. Nuestro afán destructivo ha sido tan esmerado que de los muchos siglos en que los árabes vivieron aquí sólo han quedado unos trozos de cerámica encontrados cerca de la actual Diputación, que no es mucho. Muchas más son las palabras, que duran infinitamente más que las piedras y que, cuando te las arrojan con tino, pueden llegar a hacer más daño que ellas.
   No obstante lo anterior,  las piedras no se desvanecen, sólo cambian de sitio, y es de suponer que se reutilizaron una y otra vez para levantar otros edificios, pues sabido es que afanar tejas y sillares arrebatándolos a los monumentos desportillados por los siglos es universal costumbre. Igual que lo es el arramblar con estas nobles construcciones antiguas y hermosas para sustituirlas por oprobiosos amontonamientos de ladrillos del 4.  Por ello, al ver una piedra más o menos regular, no debemos darle una patada pues, tal vez, estemos golpeando un trozo de mezquita, de muralla, de altar o de horno donde se coció pan, de ese pan que sabían hacer mejor que nosotros.


   Al final del paseo de la Feria, antes de enlazar con la Avenida de los Toreros, se encuentra La Chata, la plaza de toros de Albacete, tenida por don José María de Cossío como "una de las más excelentes de España". Sus arcos de herradura le dan un aire  mudéjar y a algunos les recuerda a la Monumental de Las Ventas, en Madrid. En realidad deberíamos invertir los términos de esas memorias, pues fue ésta antecedente y modelo de la segunda, ambas construídas por el arquitecto albaceteño Julio Carrilero. Él les arregló lo de los toros y el almanseño Santiago Bernabéu lo del fútbol.  De lo demás no tenemos la culpa.
    Antiguamente las corridas de toros se celebraban en el Altozano, entonces una explanada frente a la iglesia parroquial de San Juan, no en el emplazamiento que hoy lleva ese nombre. Luego en la plaza llamada "de Caulin", edificada en el siglo XVIII. Más tarde entre 1828 y 1829 se construyó otra capaz de albergar a la mitad de la población de Albacete, en un lugar donde luego estuvo Casa Segundo, bodega donde mi padre me enviaba de pequeño a por vino y gaseosa. Por fin en 1916 reunieron 338.250 pesetas para levantar otra mayor y más sólida, la actual. Sus obras se iniciaron en 1916 y se terminaron en septiembre de 1917, para la feria. Estos datos nos demuestran que en Albacete nos cunde mucho más edificar plazas de toros que catedrales góticas y que en las devociones locales ha habido prioridades que dejan mejor a la fiesta que a la fe. Que el Señor nos perdone.
    Frente a la puerta principal de la plaza y la estatua de Chicuelo II, los Jardinillos de la Feria, uno de los más antiguos de Albacete, de principios del XIX. Mucho más antigua es esa portada que se trasladó aquí desde el edificio de la feria cuando por ella no podían enhebrarse las manadas feriales. En realidad no se trasladó la puerta de los Hierros original de 1783, que se destruyó en 1970 siguiendo nuestras tradiciones arramblatorias, sino que se hizo una réplica. Si no lo cuentas pasa por la original, astucia también universal.
   En la calle Ancha todos los edificios eran más o menos así a principios del siglo XX, de esa altura y ese porte, mezclando estilos clásicos con modernistas, art decó o una lejana inspiración renacentista o neobarroca, entre otras. La Primera Guerra Mundial, la que llamaron Gran Guerra, pues orgullosamente todas las antiguas les debieron de parecer pequeñas o creyendo que ninguna igual habría después, y que se celebraba por esas fechas, trajo a algunos lugares neutrales tanta prosperidad como a otras destrucción, motivo principal por el que se producen las guerras. Por eso me permito eso de 'se celebraba', algo que resulta cruel pero hasta cierto punto real si hablamos de ciertos inversores e industriales. Con esas ganancias se levantaron algunos de estos edificos, la verdad sea dicha. El caso es que se levantaron, que el dinero no se puede esconder, y a pesar de los distintos antecedentes y modelos que los inspiraron, conferían una cierta unidad a esta calle, la principal de la ciudad, antes y ahora. Mucho hemos hablado de la idea sobre el progreso que arrambló con gran parte de ellos, sustituyendo la línea de sus tejados, recta y apacible por la actual, quebrada e inquietante. Punto y descanso para secarme las lágrimas.
Tramo del Val General, (Calle Ancha), antes de que llegaran los almohades.
    En este caso, el edificio conocido como Montecasino, cuya cara se ha lavado recientemente, sigue en pie, aliviando nuestras penas ya que, afortunadamente, no es el único. La calle se llama por este tramo Tesifonte Gallego, que fue corresponsal de guerra en la de Cuba, autor del libro "La Insurrección cubana. Crónicas de la Campaña", y más tarde director general de Agricultura con Canalejas, a quien en un principio se dedicó el parque recién creado al final de esta calle. Antes de que lo asesinaran, Canalejas había sido ministro de todo, de Gracia y Justicia, Hacienda, Fomento, Comercio, Agricultura y Obras públicas, durante la Regencia de María Cristina de Hagsburgo-Lorena y con Alfonso XIII. También fue presidente del Congreso de los Diputados y del Gobierno. Por eso, al final, el anarquista Pardiñas pensó que había que matarlo y le pegó un tiro mientras Canalejas miraba el escaparate de una librería. Sin disminuir pena ni respeto, adelantando mi obvio rechazo ante tal crimen, el tiempo pasado permite ver con cierta ironía el lance, pues en verdad resulta su muerte algo insólito en nuestro país, no por ser asesinado, cosa que se ajusta bastante a nuestras costumbres, sino por el hecho de morir entrando o saliendo de una librería, cosa menos frecuente entre nuestros últimos gobernantes, pues es excepcional que siquiera se acerquen a ellas, tal vez supersticiosos ante este precedente.
   De una foto de un día de nieve, dibujo sobre la zona de Parque Sur, con el Oratorio de San Felipe Neri a la izquierda, conocido como Los Filipenses. Ópera prima del arquitecto albacetense don Antonio Escario Martínez, edificada en 1963, como después lo fue el Museo Provincial construido justo enfrente, en el parque, edificio que deja huecos en su estructura para que los árboles asomen la gaita por su techo. También edificó el Gran Hotel Bali de Benidorm, que con sus 186 metros es el hotel más alto de Europa y fue el mayor edificio de España hasta que la Torre Espacio alcanzó los 236 en la Castellana de Madrid. Esta torre es obra del aquitecto Henry N. Cobb.
   La verdad es que si en Albacete no hay mejores edificios en general, que excelentes excepciones si que las hay,  o si se han derribado algunos que aún deberían seguir en pie, no es algo que haya que achacar a los arquitectos de Albacete, ni a los antiguos ni a los modernos. Pero un arquitecto dibuja y levanta lo que dedide quien paga la obra, como no podría ser de otra forma y, por tanto, en otro lugar hay que buscar las responsabilidades y malos gustos. 
   En concreto este oratorio, como podemos leer en la revista de Arquitectura y Diseño "New York International", porque si lo leyéramos en un periódico local no lo creeríamos, que así somos, pues a algunos su decaída autoestima no les permite considerarse merecedores de convivir con genios, se tiene por una de las obras más importantes de la arquitectura española del siglo XX. El señor Escario, menos una estatua de la Virgen, diseña todo el templo, hasta bancos, confesionario y ornamentos litúrgicos. Representó a España en la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2014.
   Ya que en estos escritos abundan las quejas, démosle espacio a los agradecimientos, igualmente merecidos, a quien sabe hacer y a quien deja hacer a quien sabe, entes que rara vez coinciden en cualquier tipo de actividad humana. Si se dice que en toda estructura jerárquicamente organizada el trabajo busca los niveles inferiores, en ningún lugar se han atrevido siquiera sugerir que a la inteligencia siempre se le permita ascender hasta  los más elevados.