jueves, 27 de diciembre de 2018

Árboles - Los últimos de 2018

   Una acuarela de la zona de Rodalquilar, por el Cabo de Gata en Almería. Camino al Playazo. Papel ARches satinado y acuarelas Rembrandt y Bizancio (Titán). Se han utilizado pocos colores, mezclas con los clásicos: cobalto, esmeralda, sienta tostada y natural, alizarina e índigo. con ellos el resultado suele ser armonioso, con un aire antiguo, como solían trabajar los paisajistas ingleses que tanto me gustan. Todo con un pincel chino de esos largos, de pelo natural que tiende a despelucharse y a torder el mechón. Bien para hacer líneas finas con esos extremos afilados que se forman y que producen algunas líneas juntas, casi parelelas. Cuando hice estas fotos por la zona, apareció un grupo de militares en traje de faena, de maniobras a campo a través.
    De esta zona he hecho muchas acuarelas y fotos aún más. Las dos anteriores son acuarelas del camino que bordea al Júcar que excava una hoz profunda en ese terreno calizo, a veces de paredes altas y blancas, muy erosionadas y carcomidas por las crecidas del agua. Jorquera, Cubas, Puente Torres, Alcalá del Júcar. Siempre está hermoso, de primavera al otoño. Alguna vez, ya cerca de Tolosa, pueen aparecer algunos cervatillos o cabras que huyen montaña arriba. Muchos chopos, higueras, acacias, porque en esas riberas no quedó ninguno de los olmos que solían poner toldo al cauce del río. Tambnien Arches satinado, mismo pincel y pigmentos, a los que se añade el Lunar Black de Daniel Smith.

   Una encina vieja, de tronco roto, hueco en algunas partes, rugoso, descortezado... pero viva. Siempre es un  placer pintar estas formas y estas texturas. Papel Canson Montval, de grano bastante fino. Pigmentos de Saniel Smith y texturas trabajadas con el pindel semiseco y algo despeinado.
   De las muchas fotos del encinar centenario de La Mejorada, en Albacete. Una encina que a duras penas he conseguido separar de las del fondo. Por eso suelo simplificar cuando no eliminar la compañía, centrándome en una sola. Este papel es Arches de grano guerso, lo que facilita muho las texturas, que salen solas con pinceladas largas, rápicas y casi secas. El grano del papel da brillos, rugosidad y relieve.
    De uan foto de un tilo bastante viejo, con musgo y raíces retorcidas. Papel Arches grano fino, pigmentos Daniel Smith y pocos colores. El suelo, como en muchas otras ocasiones, con esa hematita marrón oscura con matices rojizos y violáceos. Otras marcas, como Kremer, llaman a este color Caput Mortum, el nombre clásico. Un óxido de hierro, como otras muchas tierras. Da mucho grano y textura. Como es natural, se usa el mismo color para el tronco, igual que se hace con el laìslázuli, tambien usado apra el cielo del fondo.
Procurando utilizar manchas, entrar en poco detalle, otro tronco viejo a la orilla de un camino. Predominan las mezcls de verdes sacados de los dos usados: sap green y jadeída.  

jueves, 20 de diciembre de 2018

Árboles de diciembre. Paleta.

   Seguimos con los árboles, probando nuevas cosas y explorando como siempre formas, colores y texturas. Casi todas estas acuarelas se han hecho sobre papel satinado, tres buenos papeles de Saunders Waterford, como la primera, o Arches y Windsor & Newton. En una entrada anterior ya se comentó algo sobre ellos y sólo hay que matizar que me he reconciliado con el de Saunders, en cuya primera prueba se me combó, cosa que no ha vuelto a ocurrir. Seguramente se trataba de un papel distinto, algo más fino y que ponen como guarda, cosa que he descubierto después. Nada que reprocharle, pues.
   La primera acuarela, es de una foto del amigo Vilaboa, volviendo a abusar de su artística generosidad. Las demás salen de fotos propias, que muchas vamos guardando para el invierno, como las hormigas del cuento. Según comenta, se trata de un carballo nevado de la Serra de Ancares. Se han usado para pintarlo sólo tress colores: Lunar black (negro de magnetita) y Hematite genuine, ambos de la serie Primatek de Daniel Smith. Tiene unos ligeros toques de índigo. En este caso no hacía falta más. Hay muchas formas de trabajar y de entender esta industria (ruinosa por cierto). Lo recomendable según los manuales sería utilizar una paleta reducida y conocer bien los colores que usamos, sus posibilidades, sus mezclas y su respuesta con el agua y el papel. También una vez secos, que es como hay que verlos, aunque el comportamiento mientras se pinta es decisivo.
    Si miro la cantidad de tubos y pastillas de pigmentos y marcas distintas que tengo en un cajón enorme de un antiguo chibalete de imprenta, más de cien, no sería yo buen ejemplo de esta visión. Aunque he de aclarar que, a pesar de disponer de tantos colores, lo que lleva a seguir sorprendiéndome con algunos, no quiere decir que en cada acuarela utilice muchos de ellos. Al contrario, rara es aquélla en la que uso más de cuatro o cinco, incorporando algún otro que venga bien para el tema y la ocasión. Este es un ejemplo de esa austeridad, que podía haber llegado a un solo color, el negro, aunque ese marrón rojizo oscuro de la hematita y unos toques de índigo añaden algo de calidez en unos sitios y de frialdad en otros, que estaba nevado.
   Estos pigmentos de Primatek, aplicados con bastante agua dan mucha textura, pues las particulas bastante gruesas de la molienda de los minerales se posan a su aire dando granulación. Contrasta esa abundancia de agua, más de regante que de acuarelista, con las pinceladas secas y rápidas de costumbre. Así se hicieron las texturas de este árbol.
    Esa hematita, un óxido de hierro, en ocasiones se presenta comercialmente como Caput mortum (así lo vende Kremer), espeluznante nombre que hace referencia a leyendas antiguas acerca del color del terreno donde se había librado una batalla, achacando los tonos rojizos a la sangre de los soldados perecidos alli. No sé si la sangre llegó al rio, pero desde luego no a mi paleta. Igual ocurre con el Mummy Brown, el marrón de polvo de momia egipcia. Eso ya no es leyenda y quien esté interesado en estas curiosidades puede leer historias truculentas y reales sobre las momias de personas, gatos o cuerpos de ejecutados que acabaron en la paleta de algunos desavisados pintores. Hoy ese color se encomienda a la química y la mineralogía, no a un verdugo o a un embalsamador, que también tenían su aquél.
    La anterior, una acuarela sobre un trozo de encina de las muchas fotos que tengo del encinar centenario de La Mejorada, en Alpera, a cien metros de la casa donde viví bastantes años, además de las que hago cada vez que vuelvo por allí. Para la textura del tronco, después de un primer baño general con siena natural se hacen unos rascados en las direcciones de crecimiento que luego sucesivas capas de hematita (un color marrón rojizo muy oscuro) van resaltando. Se procura reservar algunos puntos y zonas iluminadas, las sombras se enfrían con el violeta oscuro de amatista, reforzado a veces con sodalita. El ramaje, procurando ser austero en el color y parco en el detalle, pues mejor es dejar las hojitas a la imaginación que ponerse en plan de ilustrador botánico. Esto es un acercamiento artístico y no científico, descriptivo, que aquí resultaría agobiante. Más azules y pardos que verdes hay en las hojas y sólamente se permiten algunas alegrias cromáticas con unos toques de turquesa que a veces funciona mejor que el viridiana. Lo que predominan son los grises producto de la mezcla de todos los colores usados, eso que queda al limpiar la paleta, y tonos pardos de los ya utilizados en el tronco. El único verde usado es el de jadeíta, también de Daniel Smith. Es el que más empleo, casi siempre el único.
    Un algarrobo pintado con acuarela y toques de lápiz, especialmente blanco, como se puede ver. Además de texturas y tonos tierra, siempre andamos luchando con los verdes, cada vez más quebrando las mezclas, pues menos verdes hay en la naturaleza de los que creemos, que el cerebro suele ver más que los ojos, pues éstos últimos son sensores y sondas del primero, que es quien en realidad ve e interpreta lo visto. O supone, a veces engañándonos, pues no todo vegetal es un prado primaveral. Veo que aun huyendo del exceso de color, acabo usando algunas veces en las mezclas un azul pinturero como es el viridiana, incluso el turquesa, buscando un tono aguamarina oscuro como el que se utiliza frecuentemente para pintar el agua en sus sombras y reflejos. Colores ambos que hay que usar con mucha precaución y raramente como salen del tubo.
   En el árbol anterior, un madroño ya crecido, vuelta a la austeridad. Desde el azul elegido, lapislázuli, agrisado y serio, lo que hace que los verdes que salen de sus mezclas también lo sean. Mezclas con siena, toques de verde de perileno y sombras con amatista, un violeta maravilloso y transparente, también de Daniel Smith, como los demás. Como es un cristal molido, el pigmento aporta brillos a la acuarela, que reluce cuando le da el sol o la luz directa.
   Un paraje que he pintado muchas veces, aunque nunca desde ese punto de vista. El cerro del Bosque, en Alpera (Albacete), donde se encuentran los abrigos con pinturas rupestres de la Cueva de la Vieja. Tengo muchas fotos de los años que viví allí y de las muchas veces que he vuelto. De vez en cuando recurro a ellas y recuerdo aquellos buenos tiempos. Los árboles son acacias. Los verdes salen de mezclas a partir de jadeíta de Daniel Smith. Azul cobalto para el cielo, siena y el rojo oscuro de alizarina para las rocas y también para las sombras mezclado con el cobalto. Algunas de ellas, las mñas oscuras, reforzadas por el azul oscuro de sodalita. Y poco más.
   El siguiente, Águilas en Murcia, básicamente con los mismos colores que la acuarela anterior, aunque para algunas zonas del agua se ha recurrido a índigo y a turquesa, simpre mezclados.
   Por último un bosque otoñal, donde se han utilizado algunos colores más, aunque no demasiados. Hay mucha mezcla. Un plato grande, cuadrado y muy plano, de loza, (comprado en los chinos) permite ir mezclando los colores y sacar muchos tonos distintos a partir de pocos pigmentos. Parece cosa sin importancia, pero limitarse a los huecos de una caja de acuarelas, más si es pequeña, reduce drásticamente la comodidad y la posibilidad de mezclar todos los colores entre sí. Una paleta debe ser grande, como en óleo, manteniendo siempre la posibilidad de arrastrar un color hacia donde están todos y cada uno de los demás.
   Los colores utilizados han sido cobalto, siena natural, siena tostada, carmín de alizarina oscuro, verde de jadeíta y violeta de amatista. Un lujo de colores, estos de Daniel Smith. Conste que no llevo comisión, cosa que lamento profundamente, que ya me gustaría. Cierto es que a raíz de alguna discusión cuando los compraba directamente a la casa en Seattle (USA) y mi disgusto y furia por unos gastos en envío elevados que se agravaron con una tasa totalmente demencial que me endosaron en la aduana, tuvieron un detalle conmigo, no en la casa,bastante ariscos, pero sí con la persona que estaba en Europa introduciendo la marca, bastante más amable. Mis quejas fueron entendidas y, como no se vendían en España, me regalaron una generosa y amplia muestra de sus colores avisándome que, desde entonces, ya los podría compar aquí, cosa cierta y que he venido haciendo desde entonces para reponer los que se me acaban. Otros de los que me enviaron, varias docenas, por usarse menos, durarán más que yo. Gracias les sean dadas. No obstante, si hablo bien de estos pigmentos y si tantos trabajos y disgustos me he llevado para conseguirlos, es porque, salvo algunos de Kremer, no conozco nada igual.

martes, 4 de diciembre de 2018

Acuarelas de árboles

Dos vistas en detalle
   Seguimos con los árboles, en esta ocasión todos con acuarela. Los papeles utilizados son diferentes, desde pruebas con algunos nuevos hasta el Garzapapel de siempre. Para conseguir textura pudiera parecer que es imprescindible el papel rugoso, de grano grueso. Sin embargo, utilizando pigmentos de Daniel Smith Primatek o Kremer, que producen mucha granulación, uno puede jugar con sus efectos de sedimentación incluso con papel satinado. El primero, un álamo viejo de la Casa Gil, en Alpera (Albacete), un árbol que sale en las guias de árboles pintorescos de la provincia y que he dibujado y pintado en numerosas ocasiones, con hojas verdes, ocres y amarillas o sin ellas, pues tengo muchas fotos de cuando vivía en Alpera. El papel es Saunders Waterford satinado, como decíamos.
    
    La anterior acuarela, vista en detalle de un trozo de un tronco, está pintado sobre papel Windsor & Newton satinado, de 300 gr., papel que es una novedad para mí. De los tres satinados que he probado para esta entrada lo colocaría en segundo lugar, casi igual que el Arches, mi preferido, ambos mejores que el Saunders, a mi escaso juicio. Al menos para mi forma de trabajar, porque estos colores que sedimentan tanto a veces son problemáticos para conseguir un baño unidorme. Son papeles similares, más los dos primeros que el último, pero el Arches permite mezclar mejor sin dejar bordes, cosa útil cuando se da un baño en toda la superficie o en gran parte de de ella, como un cielo. Con el Saunders y estos pigmentos hay que andar listo. Luego está la formna de tomar el agua y el color. Ver una pincelada gruesa recién aplicada sobre el Arches satinado es una gozada, algo muy diferente que con el mismo papel con grano gueso o fino, también maravillosos para otros momentos, temas y formas de hacer. Además, terminada la acuarela, el Saunders se comba más que los otros dos.
   ¡Por qué usar papel satinado si buscamos textura? Muchas veces para hacer resaltar algo se recurre a rodearlo de elementos o zonas tratadas de manera diferente en algún aspecto, de forma que contrasten con lo que queremos hacer evidente o relevante, el asunto principal. Los colores brillan más si están rodeados de grises o tonos quebrados. Un fondo bastante claro evita tener que cargar las tintas para resaltar el tema principal;  una zona suave, de color uniforme, sobre un papel satinado dirige la atencion por contraste hacia la textura y la rugosidad del árbol, en este caso. Eso sí, para conseguir esos efectos ya no contamos con el grano del papel. Hay que jugar con la granulaciòn de los pigmentos (azul lapislázuli, marrón rojizo oscuro de hematita, azul profundo de sodalita o negro de magnetita, comercialmente Lunar Black, todos de Daniel Smith. También las tierras granulan mucho, especialmente las muchas que ofrece Kremer. Pinceladas secas y rápidas en el la dirección del crecimiento del tronco, pequeñas grietas sugeridas con pincel fino o dibujadas con pincel, lápiz graso blanco frotado con suavidad dando puntos de luz, rascaduras con cúter o a navajazo limpio... Esas cosas ya las hemos explicado en otras entradas del blog dedicadas a las texturas
   La siguiente acuarela, sobre un olivo del Maestrazgo, en Castellón, que me traje de allí buena provisión de fotos, se hizo sobre Garzapapel y se ven las diferencias. Ya hemos hablado muchas veces de este extraordinariio papel artesano fabricado en Alcoy, en Alicante. Tiene un grano fino pero evidente, permite mezclas en húmedo y toda clase de manipulaciones, pues tarda en secar más que otros. Y nunca se comba ni alabea, ni siquiera el de 180 gramnos. Me parece excelente, tiene un comportamniento muy noble y controlable y para muchas cosas no he encontrado nada mejor.

   Un ficus elástica en la Plaza de España de Águilas, en Murcia, en la siguiente acuarela. Lo dibujé en un cuaderno tomándome  un café sentado debajo, a pocos metros, frente a este tronco chorreante como un reloj de Dalí que parece un muro vegetal, vivo y ondulado. Hice fotos para retomar el tema después, algunas alejándome un kilómetro para sacarlo entero, pues es una enormidad de árbol. Una hermosura. Ya hemos dibujado alguno más, de Alicante, Valencia o Sevilla. Este está también hecho sobre Arches satinado. Se ha tenido especial cuidado, por lo que hablábamos de contrastes, en conseguir lejanía por el sistema de dar poca intensidad a los colores del fondo, con un poco azul o violeta en algunas zonas. La tentación patriótica de darle un rojo y gualda intensos a la bandera la hubiera traído al primer plano. Paliducha queda mejor, en este caso. También reducir detalles y nitideces, que se dejan para el primer plano que se quiere destacar. Las ventanas y balcones tienen arcos lobulados, neomudéjares deben de ser. Con sugerir ese detalle en uno de ellos ya basta, el resto queda borroso como corresponde a un segundo plano relativamente lejano. Los chistes mejor no explicarlos.
    Empezábamos la entrada del blog con un árbol de la Casa Gil, en Alpera. No muy lejos de él crecen otros, rodeados de setos de matas y árboles más pequeños, casi todos chopos, álamos y acacias. Y algunos lirios. De una foto de una primavera pasada vuelvo a hacer esta acuarela, que en otra ocasión ya pinté. Es curioso cómo un mismo tema, incluso basado en una misma foto, puede dar lugar a resultados tan dispares. Aquí, un contraluz en el que se trataba de resaltar la luminosidad del fondo sin llegar a oscurecer demasiado la parte de los árboles que nos dan la cara a nosotros y la espalda al sol. Licencias del artista, como es dejarlos más claros de lo que eran en ese momento. Las hojas contra el sol se prensentan sueltas, puntos aislados, incluso simples salpicados. Pierden estas hojas y algunas ramas su forma y casi su color, muy desvaído, incluso en el fondo se deja brillar más el blanco del papel que el azul del cielo y el ocre del suelo.
   El problema de estos temas con tanta vegetación es tratar de no hacer un catálogo de Tintanlux, con cuarenta verdes distintos. Como se ha usado un azul, cerúlero en este caso, con él y un amarillo tenemos que tratar de valernos para los verdes preponderantes. Añadiendo a la mezcla un poco de índigo, siena o azul turquesa sacamos muchos verdes armoniosos. Luego se ha recurrido al verde de jade de Daniel Smith, solo o mezclado, para los verdes más intensos y por dar algo de variedad sin pasarnos.
   Tanto la anterior como las dos siguientes acuarelas se hacen sobre un papel de Fabriano Studio con un grano medio. Muy similar al Canson Montval.
   Casi monocromáticos, estos dos trabajos tratan de pintar un bosque, jugando con los distintos planos de los árboles. El primero con azul de lapislázuli y lunar black, el segundo con tintas marrón y negra.
   Un divertimento otoñal, de una foto vista por ahí. Cielo de lapis, montañas lejanas con índigo y Prusia muy diluido, ocres y un rojo oscuro, o Madder Lake, carmín de alizarina o similar. Verdes dos, el sap green, siempre fresco y jugoso y el verde de jade oscurecidos a veces con sodalita, un azul oscuro tipo índigo, aunque con mucho grano, o aclarados con el ocre dorado.
   Otoño, agua, ramas blancas dejadas sin pintar, ocres, rojizos (hematite o Venezia) y río Júcar en un paraje cerca de Albacete.
    Sobre papell satinado de Saunders Waterford, un pino con las raíces al aire, sujetándose como puede en una ladera del monte por Bienservida, en Albacete. Se ha jugado con las intensidades y los tonos para sugerir la lejanía del fondo contrastando con el detalle y nitidez del primera plano. Los colores cálidos de una y otra zona contribuyen a reforzar el efecto, acercando las raíces por color y nitidez. 
      Normalmente uso ese sello para los dibujos en cuaderno, pero veo que en la acuarela no queda mal.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Árboles. Diferentes técnicas


   Últimamente he pintado mucho. Sobre todo árboles. Estoy leyendo un libro que hace tiempo me descargué, pues es una de esas antiguas obras inglesas sobre acuarela que nunca se han traducido ni publicado en España. Se llama "Artistic Anatomy of Trees", de Rex Vitat Cole, publicado en Londres en 1920. Se puede conseguir un pdf gratuitamaente en este enlace, cosa que recomiento hacer.
    Dice cosas interesantísimas, especialmente si uno disfruta pintando y dibujando árboles. Como todos los buenos libros sobre cómo aprender a hacer algo, no ofrece más fórmula mágica que observar, estudiar, practicar y ver cómo otros han resuelto los problemas que nos salen al paso.
    Un árbol genérico es difícil de pintar de forma que resulte verosímil. Pasa igual que con los cielos, el agua y otras cosas. Al natural vemos tal variabilidad en formas y colores, en estructura y en matices, que llegamos a pensar que cualquier cosa que pintemos puede valer. Error. Los árboles, las flores, todas las plantas, como cada ser vivo, y algunos que no lo son, como las rocas, el agua o las nubes, siempre se ajustan a unos patrones en su formaciòn y desarrollo. O de fractura si son rocas. No es lo mismo un sauce que un pino; un roble que un álamo. En unos las ramas crecen de dos en dos, una a cada lado del tronco o de otra rama; en otros casos lo hacen alternando altura o dirección, en algunas especies siguen otros patrones de crecimiento. Unos árboles van perdiendo las ramas inferiores, que se secan por falta de luz o se rompen por la nieve acumulada o por otras causas. Por el contrario, otras especies suelen conservar esas ramas, incluso pueden nacer nuevas, cosa que no ocurre en todas los árboles. El libro ofrece mucha ayuda sobre el tema esstudiando los tipos de árboles mas frecuentes en su forma, hojas, ramas, patrones de crecimiento, incluso desciende a analizar los cambios que el terreno o el viento acaba produciendo en su forma adulta.

   También nos aconseja sobre cómo pintar la frondosidad de sus hojas, como es natural no haciendo un inventario de ellas, sino sugiriendo las masas según la luz va separando unas de otras. Cómo pintar las hojas cuando les da el sol desde arriba o a contraluz, haciéndoles perder la forma e incluso el color. Para ello pone ejemplos pintados o dibujados por él mismo o por pintores que han destacado como paisajistas.
   El caso es que leyendo el libro se renuevan las ganas de pintar árboles. O nuevos o repetir algunos de los que dibujamos hace tiempo, cosa que ayuda a ver si algo hemos aprendido. También es cierto que al leer este libro uno comprueba que muchas cosas las he venido haciendo mal desde siempre y que conviene hacerlas de otra forma.
   En esta nueva entrada se muestran árboles distintos: olivos, naranjos, álamos, pinos, junto con otros jóvenes o viejos que salen de fotos que no hemos hecho nosotros y que no nos permiten reconocer la especie concreta. Se impone tener a mano alguna guía para identificar lo que uno pinta o fotografía. Nos pondremos a ello. Los anteriores son de Ulldecona, del Maestrazgo y de Aranjuez. El siguiente, un naranjo del patio del renacentista Hospital de de Santiago de Úbeda. El pino vencido por el viento es del Pinet, en Alicante. Los dos siguientes son árboles de Galicia, sacados de fotos del amigo Vilaboa. El último, un tronco seco prácticamente inventado para probar colores y blancos con lápices o rotuladores sobre papel tintado.



lunes, 12 de noviembre de 2018

En Sigüenza. V Encuentro Ladrones de Cuadernos


 
    Inevitable recordar "Amanece que no es poco", de mi paisano Cuerda, reunidos esta vez en pictórico concilio de cuadernícolas alrededor de una calabaza de 89 kilos, justo al lado de la catedral, bajo unos soportales llenos de mesas de los bares y a salvo de la lluvia, fuerte en el primer día. La puerta del almacén de uno de ellos está coronada por el escudo del Cardenal Mendoza, que él fue quien levantó muchos de los más notables edificios de Sigüenza, cosa que nos recuerdan hermosos azulejos en las esquinas o losas en el suelo. Una de ellas nos informa de que esta plaza era zona habitada por el clero, lo que mi carácter episcopal, con creciente tonsura, agradece. Como si estuviera en mi convento de San Odón de la Muela. El dibujo de los arcos con la calabaza fue el último que hice allí, el domingo antes de salir de vuelta. El que sigue fue el primero, prácticamente desde el mismo sitio, recién llegados, con café y pacharán y los primeros encuentros, después de comer en La Alameda. Aunque acudió mucha gente a este encuentro, para reconocernos no necesitamos mostrar una flor en el ojal, que por la pluma y el cuaderno se nos conoce, precaución que tuvo, según recuerdo, el ilustre amigo Fernando Font de Gayà en Cuenca, primer encuentro de Ladrones de Cuadernos.
  Uno de los encantos de estas juntas, en realidad el mayor, es el encuentro con los amigos. Aún hay algunos a los que sólo conocemos por los blogs y por los foros de internet, pero cada vez son los menos, que con algunos de ellos y de ellas ya hemos coincidido en varias ocasiones con tanto beneficio para los fabricantes de pacharán y otros bodegueros como terror de los rebaños de corderos y los bancos de calamares a la romana. Se ilustran en estas fotos algunos de esos alegres reencuentros, como el de Urumo con Joshemari (comandante en jefe de esta expedición) y Joan, su mujer, y a una pequeña parte de la peña afanada en la plaza Mayor en dibujar a destajo. También fue muy agradable que al cuerpo expedicionario se le uniera el grupo de Cuadernos Viajeros de Elche, que por mayo será por mayo cuando nos volveremos a ver por cuarto año. Lo de tener en las manos los cuadernos de los demás, viendo de cerca dibujos que a veces habías visto en una pantalla, es otro de los lujos de estos encuentros. Cada uno diferente, aunque dibujemos lo mismo, con verdaderas joyas entre ellos. Se aprende mucho. Hay quien lleva un cuaderno, dos rotuladores y una cajita de acuarelas; otros una gavilla de estilográficas y un par de resmas de papel. Me encuentro entre los segundos.
    Lo verdaderamente impagable son las tertulias y charletas en estos encuentros. De plumas y tintas, de cuadernos y papeles, de calamares a la romana, aunque deberían ser en su tinta, dado el tema que nos reúne, de la incierta y alucinante actualidad, de la geografía y la historia, el clima, del cielo y de los infiernos, de los ayorinos del Apocalipsis mural de la catedral de Albacete, de viajes, anécdotas y aficiones. Queda lugar para intercambiar recetas de cocina llegando a debatir la posibilidad de sacar algo sustancioso de un guiso con la momia de Ramsés II, algo que ya se hace con el bacalao, un producto similar. Tengo algún pigmento llamado Mummy brown, originalmente elaborado reduciendo a polvo momias egipcias, primero de personas, luego de gatos. Tengo entendido que en los almacenes de Windsor & Newton aún queda en algún estante escondido alguna momia de aquel entonces, que se dejó de fabricar pues muchos le hacían ascos cuando se supo la receta, sobre todo los que chupaban el pincel. No recuerdo qué pintor, un impresionista francés, dio cristiana sepultura a sus tubos de óleo de ese marrón tan bonito como inquietante. El caso es que algunas momias han acabado pulverizadas y pegadas a valiosos lienzos que hoy se ven en los museos. No es mal fin, al menos no de los peores.
    Lo más característico de Sigüenza es su carácter medieval y renacentista, como señorio episcopal desde los siglos XII al XVIII, después de haber sido sede episcopal con los visigodos, aunque su momento más deslumbrante coincidió con el de máximo poder de los Mendoza, desde Juan II y Enrique IV a los Reyes Católicos. De esos momentos son sus principales edificios y monumentos, de carácter civil o religioso. Pero su historia es más larga, y ya Plinio el Viejo nos habla en el siglo I a.C. de la ciudad celtíbera de Segontia, que cayó en manos romanas poco después que Numancia. Ya había sido asediada por Aníbal. Parece ser que la ubicación original estuvo en el otro margen del Henares, sobre el cerro Mirón.
   Procedentes de Mendoza, al lado de Llodio en Álava, llega su linaje a la cumbre de la aristocracia castellana. La participación de los Mendoza en todos los hechos y acontecimientos relevantes de esa época, jugando bien sus cartas y dejando el bando de la Beltraneja a tiempo, les van llevando a acumular poder y posesiones.  El apogeo de su poderío se produce con la figura de Pedro González de Mendoza, Cardenal Primado de España, arzobispo de Toledo a la vez que obispo de Sigüenza, cargo que conservó igual que hoy Sigúenza conserva su memoria a cada paso y en cada esquina. Fue el influyente y lucrativo arzobispado de Toledo cátedra que consiguió gracias a la presión de Isabel la Católica ante el Papa, aunque el hecho de que tuviese tres hijos no ayudaba mucho. Consiguió incluso que una bula papal los hiciese legítimos y le permitiese testar a su favor. Con su influencia y su dinero va adquiriendo posesiones con que proporcionarles títulos nobiliarios y un buen pasar. No se quedó corto.
    Llamado el tercer rey, cuando reinaban Isabel y Fernando, intervienen los Mendoza en la toma de Granada, siendo el cardenal quien pone el pendón castellano en la Alhambra. También pone de confesor de la reina a Cisneros. Igualmente aparece en las negociaciones con Colón, en la expulsión de los judíos, parece ser que en el establecimiento de la Inquisición y en la introducción del renacimiento en España, influido por el cardenal valenciano Ricardo Borja, Borgia cuando Papa como Alejandro VI. Tal para cual.
    Aunque el Doncel sea la figura más conocida de Sigüenza, en toda la Alcarria, como avanzamos en la primera entrada sobre Guadalajara, los Mendoza fueron aquí los personajes predominantes en todos los terrenos. Larga sería la lista de los miembros del linaje, de sus hazañas por todo el imperio español, posesiones, influencia y poder. La actual ignorancia acerca la historia, que oscila entre el desprecio por parte del común y la añadida manipulación interesada por la de otros no menos comunes, aunque empoderados, horrorosa palabra, que es algo que se extiende al arte y a la literatura, suele reducir el pasado de una ciudad a un monumento y en algunos casos a un personaje. Pasa con Granada y su Alhambra, con Segovia y su acueducto, con la Dolores y Calatayud, a Albacete con las navajas, a una Córdoba reducida a su mezquita o a la milenaria Cádiz, que algunos conocen por las bodegas de Jerez. Muchos, sean nuevos o talludos, en una imagen de san Antonio no ven más que un tío viejo en sayas con un gorrino y un gayato. Lógicamente el Cardenal Mendoza es un coñac, como Carlos I. Cuando en una imagen o escultura aparecen unas trompetas sopladas por un ángel no ven la fama, ni cuando un perro la fidelidad,  sólo ven las turutas o un pachón. Por eso el conocer ayuda tanto a disfrutar y a entender como el ignorar impide hacerlo.

    En este dibujo siguiente, Sigüenza desde las afueras con un árbol en primer plano, mi amigo Juan Llorens me sujetó la mano y, bajo graves amenazas, me impidió cebarme a la hora de dar más colores. Me alegro de haberle hecho caso. Tanto le hice que el siguiente dibujo, hecho inmediatamente después, salió a juego. La verdad es que no necesitan más. Lo que se quería recoger era la ciudad desde lejos rodeada de árboles en otoño. Sobra con lo que hay y más superficie coloreada o dibujada poco hubiera aportado salvo confusión y las nefastas secuelas del horror al vacío. Gracias, Juan.




   En este último dibujo, hecho en la sobremesa de la comida del sábado, en una terraza aún mojada por la lluvia, utilizo esta piedra pequeña para la tinta china de una barra.  Mide 5x8 cm y con ella se puede diluir la tinta china frotando en un ceremonial oriental que añade encanto a la cosa. La tinta china tiene una nobleza especial, unos grises muy transparentes incluso cuando se aplica un tono oscuro. Se puede restregar la barra aún húmeda en el papel dejando un rastro rugoso que añade textura al dibujo. Para los troncos y las paredes va muy bien. El sello chino para firmar también resulta oportuno.