viernes, 22 de abril de 2022

Árboles y paisajes. Acuarelas.


    Como decía en la entrada anterior, después de la tempestad viene la calma. Y viceversa. Hay temporadas, normalmente breves, en las que uno se pone a leer o a hacer otras cosas o ninguna y los pinceles descansan por unos días. Luego entran las furias de una y te pones a pintar una acuarela detrás de otra. Estás haciendo una y ya estás pensando en la siguiente, esa que corrija los errores de la que estás pintando ahora. Y así sucesivamente. Siempre quieres ir a mejor, dentro de lo posible eres crítico con lo que haces. Parece que he cargado las tintas demás. La siguiente procuraré parar antes, usar colores más diluidos, hacer menos detalle... En fin, esas cosas.

    Todo viene, como es natural, porque casi nunca el resultado final es mejor que alguno de los estados intermedios anteriores. Ese momento en el que debiste parar, en el que ya estaba todo dicho y, a partir de ahí, lo que añades más resta que aporta. Sobre todo transparencia y luz. La acuarela anterior es un ejemplo de lo que cuento. Podría haber ido mucho más allá, refinar el dibujo, añadir algún detalle, definir más el fondo... Lo del dibujo es un decir porque hace tiempo que no hago un dibujo previo y entro al trapo con las manchas. Tiene el problema de que las proporciones y el encuadre a veces serían mejorables, de que las formas se apartan de la idea inicial, en ese dejarte llevar por las manchas y los volúmenes, las luces y las sombras. Creo que así se gana más que se pierde, pues no es mi objetivo la fidelidad a un original, que a veces ni existe.

   Los troncos me gustan porque me permiten jugar con las texturas y los tonos, las transparencias, la granulación de los pigmentos, los distintos papeles y los pinceles, tantos para elegir y tan distintos cada uno de ellos. Si escribes con lápiz, con bolígrafo o con pluma tu letra resulta diferente. Incluso al variar de pluma o de plumilla ves que el instrumento manda más que tú. Con los pinceles, el papel y el agua ocurre igual. Hay algunos, ya desmochados, otros con cuatro pelos, unos nuevos y afilados, de calidad, de marta o petit gris; otros de pelo de cabra o de vaya usted a saber de qué. Y los de fibra, que también funcionan bien. La primera acuarela está pintada casi totalmente con un hake de esos chinos o japoneses planos, en este caso  de una pulgada de ancho. Casi todas estas acuarelas se han hecho con esa paletina y con dos pinceles chinos. Uno de ellos sin punta, despeinado, del grueso de un lápiz. Otro, en origen igual, pero ya alopécico, con cuatro pelos que dan una punta quirúrgica. Y todos ellos almacenan mucha agua. Las ramitas, grietas y detalles finales se hacen con ellos. El resto manchas.

    De varias de estas acuarelas he ido haciendo fotos de los estados intermedios. Luego haré una entrada con esos paso a paso. Valen para dos cosas, a saber: para enseñar y recordar el proceso, que mucho se aprende con ello. Segunda, ver que, llegado un punto, deberías haber parado. Rara es la vez que la crítica que me hago no es la de reprocharme no haber dejado las cosas como estaban cuando no había más que decir. Nunca lo contrario. Porque hay cosas en un árbol que se le suponen, como el valor a los soldados. Si no tiene hojas, por seco o por invernal, problema resuelto. Si las tiene, tampoco es como para pintarlas todas, como tampoco es necesario pintar, después de contarlas, las ventanas de El Escorial. ya sabemos que tiene muchas. Con sugerir algunas sobra y basta. Como con las ramas, tampoco es cosa de hacer inventario, sino de dejar algo para la imaginación.

    Con los colores me ocurre igual. Incluso con las sombras más oscuras hay que procurar que queden transparentes, nunca llegar a cegar el grano del papel, de hacer una capa espesa y opaca. Si empezamos cargando las tintas, para conseguir el contraste necesario habría que usar tinta china negra en las sombras. Es cuestión de, contando con que cuando seque, todo será más claro, no empezar a lo bestia. Más vale dar otra capa, una veladura que matice y oscurezca, si procede. Aunque sin pasarse. En la acuarela cada capa que añadimos es como si apagáramos alguna luz o cerrásemos un poco la ventana. Cada brochazo quita luz y transparencia, de forma que, al menos la base, hay que procurar que salga bien y suficiente a la primera.  En todo caso, dejar secar las capas es buena costumbre si queremos disfrutar de la delicadeza de las transparencias, del encanto de las veladuras, inconcebibles en húmedo. Si buscamos un determinado tono o color, mejor en la paleta que a base de capas añadidas.

   Hablo menos de materiales, de pigmentos, porque llevo una larga temporada estabilizado. Siempre uso los mismos. Una paleta hecha en una caja metálica de lapiceros de color, una cuadrícula hecha con impresora 3D con 48 casillas. Una barbaridad, en principio, pero de pocos de esos colores podría prescindir. Por supuesto, usados por separado. Rara es la acuarela de las de esta entrada, y en general, en la que utilizo más de tres o cuatro pigmentos. Si elijo un verde, no hay otro en la acuarela. Si un azul, igual. Como si es un ocre. Las mezclas hacen lo demás, así, al menos tienes garantizada cierta armonía de colores por el simple expediente de que, siendo pocos y mezclados, hace falta ser muy bestia para que no haya armonía entre ellos. Utilizar muchos ya es más difícil. La trampa engañosa de los colores ya hechos, usados tal cual salen del tubo. Así uso incluso el verde esmeralda, un peligro público, cromáticamente hablando.

   En casi todas estas acuarelas se ha usado el azul del lapislázuli. Muy pocas veces el cobalto. Y alguna, realzado por el esmalte (Smalt), un color de W&N algo violáceo, más delicado que el ultramar. Con el lapis, casa muy bien, son de la familia. El verde de jadeíta, el marrón quebradizo, serio y granulado del ojo de tigre tostado, el azul intenso de la sodalita o el violeta de la amtista para algunas sombras... Y el lunar black, negro de magnetita o de Marte, según marcas, que hace granular a cualquier tierra o pigmento. Al final, esos y el siena tostada o el sap green son los que acabo usando, salvo que haya que dar un toque concreto porque hay una flor, un reflejo en el agua o un matiz en el cielo al atardecer. 

Todos los verdes, eterno problema, de la acuarela siguiente salen del sap green matizado con sodalita, negro o siena. Al final lo que buscamos son grises, distintos grises y pardos, que es lo que hay de verdad en la naturaleza, salvo en los prados de Asturias y en el Bernabeu, donde el verde es verde. Si vamos más allá, nos sale un catálogo de Tintanlux y ya son de por sí peligrosos los verdes como para ir usando muchos en la misma acuarela.


   Por último, un paisaje de las cercanías de Albacete, ahora primaveral, y más hermoso que se va a poner con las últimas lluvias. Está pintado sobre un papel casero que hizo mi hijo con hojas de periódico. Es una esponja, un secante. Si dejas el pincel quieto y bien cargado se pinta entero el cuadro, un círculo creciente cada vez más diluido muy dicícil de controlar. El papel de arroz chino es papel para delineantes a su lado. En fin, así ha quedado.

miércoles, 13 de abril de 2022

Acuarelas primaverales

   Después de una temporada poco productiva, retomamos las acuarelas con más ganas. Seguimos con os árboles, las texturas y los paisajes, que ahora están bonitos. Y variados. De la floración pasamos a las nevadas, algo alarmante para la cosecha. Esperemos que las aguas y las nieves hayan hecho, como creo, más bien que mal.
   De un viajecillo por la sierra entre Alcoy y la costa, visitamos algunos olivos antañones y vemos los almendros en flor. Fotos y acuarelas. Como esta de un olivo por Gorga, un árbol viejísimo y hueco donde vivió una familia a principios del siglo pasado. Tiene puerta, ventanas y, como está adosado a una pendiente de la montaña, incluso un hogar donde hacían fuego. Dentro hay tres bancos, y se puede uno sentar a descansar a la sombra. Lo malo de estos olivos es que se encuentran en unos parajes a veces de difícil acceso y puede uno verse en callejones sin salida, que es lo que me ocurrió cuando intentaba llegar a otro cercano a Jávea. Una historia que muestra que la estupidez humana no tiene límites y que me dio ocasión para comprobar que soy bastante humano. Tuve que recurrir a unos amigos para que se acercaran a sacarme de allí antes de que me acabara cayendo a un ribazo en mi intento de maniobrar para volver por donde había venido. Como el cerebro a veces es un enemigo, te ciega y no te deja ver que has elegido la peor de las posibilidades. Podía haber llamado a la grúa del seguro, pero uno prefiere mostrar su estupidez ante propios que ante extraños. Gracias, Antonio Magán y la compaña.
   De una de las muchas fotos de El Pinet, en la Marina de Alicante. Pinos atromentados por el viento que sopla en las dunas al lado de la playa.  Se hace esta acuarela en plan clásico, con colores austeros, pocos y todo lo armoniosos que podemos conseguir.
    Partiendo de una foto vista por ahí, uno se enreda a dar brochazos, se invnta niveles y escaleras donde no las había, pone los colores que prefiere, antes que los que había en la realidad e intenta sacar partido a las sombras filtradas por la parra, que es lo que me había atraído en la foto. Al final poco quedo en la acuarela que se pareciera a ella. Tampoco es lo que se pretendía.
   Echando mano de archivo, d fotos de la ruta que bordea el Júcar entre Alcalá y Jorquera. Lo he pintado muchas veces.
   De una foto de las muchas maravillosas que mi amigo Enric Serra comparte en facebook. Las voy guardando y de vez en cuando me animo a hacer alguna a partir de ellas, sabiendo que ssaldrá algo mucho peor que la foto.

   Otra recreación a partir de una foto a la que se han ido agregando árboles, reflejos y detalles para recoger algo de las nevadas a destiempo de este principio de primavera.
   Y un nuevo tronco seco. Ya llevo varios. Me gusta recrearme en las texturas, las grietas, los matices y retorcimientos de estos restos mortales de lo que en tiempos fue un hermoso árbol. De esta acuarela fui haciendo algunas fotos en los pasos intermedios. Luego lo publicaré como un paso a paso en otra entrada, que esta va quedando demasiado larga.
    Un tronco caído, en la línea de la acuarela anterior. De una foto de mi amigo Antonio Magán, mi rescatador.
   Y, para terminar, un cerezo en flor, orientalizante. Seguramente convendría hacer estas cosas con papel de arroz, ya metidos en estas delicadezas. Ese papel y su forma de absorber el color es ideal para estos temas. Habrá que ir buscando ese papel y las acuarelas chinas o japonesas, más espesas que las nuestras.