Hoy, 9 de marzo, para celebrar el día de San Vital de Castronovo, monje italiano fallecido en el año 993, me he regalado dos maravillas de PaperBlanks. Un journal de la serie Lindau Gospels y otro de Old leather. El de más piadoso aspecto se dedicará a notas y averiguaciones para mi narración sobre “El convento de San Odón de la Muela” y el otro, ya veremos, aunque como no es papel rayado y tiene buena pinta, seguramente servirá para dibujar lo que uno vea mientras se toma un café en una de las terrazas que pronto empezarán a poner en las calles. Me gusta a mi eso de los Urban Sketchers y los Ladrones de cuadernos.
Verdad es que ya tengo más blocs, travel books, journals y atados de papeles varios que imaginación y tiempo para llenarlos. Hay quienes escriben o pintan, según nos explican, para dar salida a lo que dentro llevan, ya que de no hacerlo, sus nonatas invenciones, pujando por ver la luz, harían reventar sus organismos con gran estropicio y menoscabo de la pulcritud de su entorno.
Mi caso es más prosaico y banal. No es más que la sensual búsqueda y querencia al contacto con exquisitos papeles, libros maravillosos, tintas diversas, bellas estilográficas o antiguas plumillas, para olfatear los aromas de sus tintas, o de las colas de sus encuadernaciones, de sentir el suave tacto de las fibras del papel, escuchar cómo la plumilla rasca en el Galgo verjurado color marfil o, por el contrario, sentir la suavidad de la Montblanc deslizarse silenciosa por un papel de Clairefontaine. Para acrecentar esos disfrutes, tengo una tinta con aroma a chocolate y otra de rosas, —que no todos los días apetece ni viene al caso—. Por ahora sólo el sentido del gusto queda fuera de estas celebraciones, pues no encuentro, por el momento, placer en comerme el papel, aunque venga del molino de Arches, de St. Cuthberts Mill, o de las artesanías de Cuenca. Tampoco acabo de encontrarle la enjundia a beberme la tinta ni siquiera a pincharme con una afilada plumilla de Gillott en la lengua. Todo es cuestión de insistir, pues debe de tener su aquel.
Lo que de estos placeres brote, viene a ser lo de menos, y no lucha por salir de mi —ni de fa— sino que sudores cuesta cultivar en mi jardín mental los frutos literarios o pictóricos que, tras el abono y laboreo previo ya comentado, consigo cosechar tras morosa meditación. Yo siento escarrapicio —palabra local de amplia interpretación—, cuando recuerdo que don Antonio Gala aseguraba que escribía sus obras por el reverso de facturas y papeles usados. ¡Por Dios! ¿Cómo van a acudir las musas a instalarse detrás de un albarán?
Si bien es verdad que quod natura non dat, Salmantica non praestat, aunque no debe estorbar el disponer de sobrada capacidad para asimilar las salmantinas enseñanzas, no lo es menos que al músico que mal toca, no le falta más que hacerlo en un mal instrumento. Mal + mal = Horrible. El aprendizaje y la creación deberían estar arropados por algodonoso entorno y disponer del concurso de todos los mimos a nuestro alcance. Todo es poco. Cervantes escribió maravillas en una inhóspita mazmorra, pero coño, es que era Cervantes. Yo tengo que estar cómodo, con buena luz, calentito, con un café recién hecho con grano tostado hace pocos días y molido hace unos minutos, eligiendo qué papel usaremos hoy, qué pluma, qué color de tinta iría mejor a la situación, etcétera. Una vez tomadas tan graves decisiones, puede haberse llegado a una hora avanzada que aconseje dejarlo para otro día. Vale. Pero lo principal ya está hecho. Lo que viene después podría reportar un enorme placer o suponer un martirio insufrible. Y uno no hace estas cosas para sufrir.
De la misma serie de Paper Blanks. No pude resistir y compré otro mayor (y una carpeta a juego) |
¿Cuántas obras han venido a este mundo por dar salida no a irrefrenables impulsos creativos, sino a dos resmas de papel Arches que, avariciosos, hemos llegado a almacenar? A mí lo que me gusta es comprarme los pinceles y los tubos de pintura, los papeles —¡Ay, qué bonito es ese bloc!—, el arcoíris de tintas, las cajas de acuarelas…. Luego, por vergüenza torera, uno se dice: —Voy a tener que ir pintando algo. O bien, llega a reflexiones del tipo —Sería nefasto que mis biógrafos encontraran en ese journal, que parece el Libro de Wells, textos como “Del Mercadona: Pan, cervezas, tomates, latas de atún, café…” Horrible para mi prestigio en construcción. Hay que alumbrar algo acorde con la prestancia del soporte.
Muestro aquí, pues, algunas de las cosas que me mueven y ayudan a escribir, dibujar o pintar algo. Y lo cuento porque sé que no soy el único.
Qué bueno y qué bien. Magnífico como los expresas. Y lo más magnífico de todo, es que yo también lo siento así... como tú bien lo cuentas
ResponderEliminarSaludos
Ya somos dos. Me alegro mucho de coincidir contigo en el disfrute de estas maravillas. Seguro que compartimos muchas más cosas, por lo pronto los libros y las estanterías. Aunque esté escrito en un tono irónico, algo caústico, típico del humor local, lo siento tal como lo cuento. Si te hablo de las plumillas, ocurre algo parecido.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y gracias por tu solidario comentario.
José, este texto identifica a tantos que si se expusiese enmarcado en una tienda de arte, sus ventas bajarían al diez por ciento.
ResponderEliminarMi madre estuvo en la Segunda guerra mundial, y siempre encuentro su heladera repleta de comida, es sin duda por la carencia en los años donde no se podía comprar alimentos en el sur de Italia.
En mi caso busco con afán ilimitado, la razón por la que acumulo acumulo materiales.
Lo único que se me ocurre, es que tenga delirios de faraón y suponga me harán una tumba con mis herramientas y usarlas en el transito al mas allá, pero cuando lo analizo a fondo y miro mi entorno solo le he pedido a mis desentiendes que coloquen una pequeña caja de acuarelas en el féretro, uno nunca sabe, a mi tener idea de dibujo me facilito tantas cosas que no arriesgarme a que lo necesite en un futuro no muy lejano.
Saludos