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domingo, 16 de agosto de 2020

Paleta. Acuarelas Sennelier

    

      Las acuarelas de esta entrada están pintadas con pigmentos Sennelier. Una paleta obligadamente reducida, pues de esta marca de un precio medio, no disparatado, sólo tengo unos pocos colores que compré hace tiempo y no estaban elegidos para completar una gama suficiente, como sí he hecho con otras marcas que utilizo más. De forma que disponía de dos azules (índigo y ultramar), tres amarillos (Aureolina, cadmio claro y Piedra de hiel), tres ocres y marrones (Pardo Van Dick, tierra sombra tostada y ocre amarillo claro), verde esmeralda legítimo y rojo cadmio. Nunca hubiera elegido estos colores para pintar una acuarela sólo con ellos, pero me he sujetado a no usar otros en este caso.

   Y empezamos mal, porque rara es la acuarela de árboles o paisajes en la que no uso con frecuencia la mezcla de ultramar con siena tostada, color que no tenía. De estos dos colores suelo sacar toda una gama de tonos quebrados, grises más cálidos o fríos según la mezcla. Incluso el tono más oscuro, que hace de negro. En algunos casos, como en éste, no renuncio a usar una barra de tinta china que da un gris y un negro muy transparente que mezcla divinamente con las acuarelas o que puede aportar un lavado gris neutro que no tapa los tonos de abajo. Esos tonos grises del ultramar y el siena los he hecho con ultramar o índigo con sombra tostada, incluso pardo Van Dick para los tonos más oscuros. De todas formas, el siena tostado lo hice aclarando sombra tostada con ocre amarillo claro y con un toque de rojo cadmio. Clavao. Se ve essa mezcla en la foto anterior, arriba a la izquierda.

    Los verdes, o son mezclas de alguno de los azules con los amarillos o los ocres disponibles, o el viridiana, el verde esmeralda, color siempre peligroso que hay que usar matizado por los colores que ya se han usado en esa acuarela, amarillos, azules principalmente, pero también rojo o tierras. Siempre corremos el peligro de que sea demasiado pinturero, excesivamente protagonista, a pesar de no utilizarlo nunca puro. Al menos, este verde de Sennelier es muy transparente.

    Porque esa es una de las cualidades de esta marca de acuarelas, su transparencia y la abundancia de pigmento, verdaderamente intenso. Ellos lo atribuyen a su fórmula que usa miel junto con la goma arábiga de Kordofán, en Sudán. La molienda es muy fina y granulan muy poco, al menos los colores que he probado, ni siquiera las tierras, que en ellas es lo normal. Las que tengo son de tubo, excepto el cadmio rojo en pocillo. Aunque estrené la pastilla después de varios años de tenerla guardada y se había encogido algo por la deshidratación, basta pasarle la punta del pincel por encima para que tome mucho pigmento, no hay que destrozar el pincel rascando como ocurre con otras marcas, especialmente con las tierras. Una lima para un buen pincel de marta, que en dos semanas perdería la punta. Para esas acuarelas algo resecas, aprovecho la ocasión para recomendar pinceles de fibra, el peor que tengamos, al menos para disolver el color. Si aún así se resisten, siempre pueden servir de abono para las plantas, que pulvis es, et in pulverem reverteris.

    Como decía los colores son intensos y transparentes, y son hermosos cuando son puros, es decir, de un solo componente. Ese es uno de los criterios que normalmente sigo para comprar unas cosas y no otras. En este caso, no anduve fino con cuatro de ellos, que hace unos años era aún más ignorante que hoy. El sombra, el ultramar, los cadmios y el viridiana, son excelentes. Hay que mirar si el color es una mezcla. En ese caso, mejor la hacemos nosotros a nuestro gusto. 


   El índigo puro es una hermosura de color, una maravilla solo o mezclado, útil para sombras, cielos, nubarrones, aguas profundas y demás. Con un toque de carmín de alizarina tenemos una gama de violetas que uso mucho en las zonas más oscuras del suelo o de los troncos. Lo malo es que casi ninguna marca vende índigo auténtico, el sacado de plantas de la familia indigofera, el de los tintes del tagelmust, la tela de algodón azul de los tuaregs, la de los pantalones vaqueros. Hasta 1900 no había más índigo que el natural; actualmente la indigotina, el tinte de este color, es químico. Tengo un índigo natural de Kremer y es hermoso, aunque en pastilla, y tiende a resecarse y quebrarse. En ese caso, lo mejor es sacarlo de la pastilla, molerlo y usarlo así. Casi todas las marcas venden, como Sennelier, un índigo obtenido por mezclas, normalmente de azul de indantreno y algún negro, que suele ser el de humo, pero sin indicar en su nombre "hue", es decir, que es una simulación del color original. Sí que lo indican en el tubo, diciendo los pigmentos con que han hecho la mezcla. Llevar mucho negro oscurece lógicamente lo que pintamos, con poco control por nuestra parte, lo que se agrava si lo mezclamos con otro color, enfangándolo todo y perdiendo la trasparencia que incluso las zonas más oscuras deberían conservar.

    Ocurre igual con otros colores, como el cerúleo, que cuando es una mezcla incluye blanco, lo que lo hace muy cubriente y a veces pinturero en exceso. Hay cielos de un color ofensivo, estropeados con estos cerúleos falsos como moneda de cuero. Como no lo tengo en Sennelier, no hablo de ese color ahora. Pero sí del Pardo Van Dick. Tierras hay cientos, miles, son abundantes y baratas y suelen ser óxidos de hierro básicamente, con algunos otros elementos que varían su tono. También se oscurecen al tostarlas, llegando a cambiar de color además de subir de intensidad. No habría necesidad de hacer un pardo Van Dick con mezclas, como hace Sennelier y otros fabricantes. Sí tiene lógica hacerlo con el sepia auténtico, el de la tinta de las sepias y calamares, que en polvo vale una fortuna, como podemos ver en el catálogo de Kremer. 1.560,78 euros el kilo, 20,42 los 10 gramos. Merece la pena comprar una caja de sepias o bolsitas de tinta de calamar congelada y de paso hacemos un arroz negro y una fritura. El que tengo de Sennelier es una mezcla de siena, rojo y negro y, usado solo y espeso, es francamente horrible, excesivamente cubriente y muy pigmentado. Salvo muy diluido o usado en mezclas cuidadosas, con un escrúpulo de este pigmento y algún siena claro o amarillo, es una verdadera barbaridad de color. Si acertamos, tenemos el siena tostada que no tenía de esta marca. Como ocurre con el Viridiana, las dosis grandes son mortales. El esmeralda de Sennelier es una mezcla de los dos pigmentos que se usan para estos llamados esmeralda o viridiana.

    Como a veces me dejaba llevar por lo peregrino y exótico de los nombres, me encuentro algunos tubos o pastillas que difícilmente puedo utilizar. Me ocurrió con el "Piedra de hiel" de Sennelier, mezcla de amarillo y dos tierras marrones (PY150, PBr7 y PBr23) que da un tono amarillo amarronado y verdosiento sospechosísimo, poco atractivo si se usa solo. Los pigmentos de esta mezcla, desafortunada en mi molesta opinión, son amarillo de aureolina o amarillo Hansa, nogalina y un marrón de níquel azo sintético con fórmula C40H23Cl3N8O8). Por eso aprendí que hay que leer en cada tubo los pigmentos que contiene, para elegir si es posible los que sólo tienen uno, mejor si es natural y, además, saber lo que compro y pago, porque a veces un nombre comercial vende evocaciones, romanticismo y lejanía y yo sólo busco colores. Las tierras son tierras, como su nombre indica. Puede ser interesante conocer que vienen de las laderas del Vesubio, del Monte Amiata o del Kilimanjaro, que en tiempos la usaban tales o cuales aborígenes para maquillarse de guerra y otras cosas interesantísimas. Una vez que lo disolvemos en agua, lo que queda es el color. Eso es lo que debe gustar, más que la literatura del catálogo. No voy a negar que la historia de los colores me apasiona y que saber que el lapislázuli viene de donde viene y cuesta lo que cuesta me agrada. Igual con el azul maya, el jade y otros, pero las tierras son arcillas, óxido de hierro con algo de manganeso como impurezas. Puedo pagar un precio casi disparatado por el lapis, la amatista o el jade, pero no por una mezcla y un nombre bonito.

    Aquí se ven las mezclas de ese supuesto índigo con sombra tostada y, a veces, un poco de Pardo Van Dick, que el de Sennelier tiene un matiz rojizo, y las de los verdes, partiendo del esmeralda con esos mismos índigo y tierras. En realidad y como siempre, tonos quebrados, predominando los agrisados. Pero, como iba explicando, creyendo mezclar dos colores, índigo y Van Dick, en realidad estamos usando seis: dos negros, rojo, siena, azul y amarillo, un disparate. El resultado es una pasta poco transparente si no lo diluimos mucho. Lo que hacen estos colores en inglés lo llaman enlodar. En estos troncos también se ven los raspados, en este caso con la uña.

   La maceta se ha pintado con la técnica que aprendí de Geoffrey Wynne. Un baño amarillo diluido, dejando caer el agua en el papel inclinado. En mojado otro rojo claro y sobre él un último de azul ultramar. Toda la dificultad está en dar con el grado de humedad, nunca debe quedar seco entre capa y capa. Cuando se secan queda de forma milagrosa un blanco roto que contrasta con el blanco puro del papel en las zonas reservadas o rascadas después. Los dibujos de la maceta, pintados antes de secar del todo, ultramar y un poco de índigo. El verde es esmeralda matizado con amarillo o azul. Los pinchos, sencillamente a puñaladas.

    En otro orden de cosas, en el catálogo de Sennelier, marca francesa, de París, cuando describe las formas de presentación de sus acuarelas dice "pocillos", en lugar de la palabra francesa "godets" que podemos escuchar y leer en todos los sitios de pintura y bellas artes españoles. Tienen mucho respeto y cuidado con su lengua y con la nuestra. Nosotros con ninguna. Se lo agradezco.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Marcapáginas II - Bookmaks - Flores - Acuarela (Técnicas y materiales)

     Esta es la tercera serie de marcapáginas, por ahora, porque están teniendo más exito y demanda de lo que yo pudiera haber imaginado. También me han hecho algunas preguntas sobre materiales y técnica utilizados. Vamos a hablar de ello.
   Me han comentado que tienen un aire oriental. Eso es como si tocando la guitarra me dijeran que suena a Martin Taylor. Admiro la pintura oriental, su frescura y espontaneidad, el uso maravilloso de los pinceles. Si en algo se parece lo que hago a esa forma de pintar, voy bien. La verdad es que no me canso de ver y estudiar la acuarela china y japonesa, tradicional y contemporánea. Ese uso caligráfico de los pinceles, con trazos rápidos y seguros, es algo que me deja perplejo y que intento conseguir. Llevo adelantado que durante muchos años he utilizado plumillas de caligrafía y algo hay en común, pues siempre se repiten trazos, de automatizan gestos y movimientos para sacar una hoja o una flor de una sola pincelada.
   Aunque voy aumentando el repertorio, básicamente siempre hago lo mismo, cambiando colores y formas, pero aprovechando esos trazos básicos una y otra vez. El único secreto es hacerlo deprisa, procurando que cada elemento se consiga, como digo, de un único trazo, buscando expresividad y soltura.  Utilizo a veces la técnica de cargar el pincel con dos tonos distintos. Una vez está disuelto en todo el mechón del pincel el tono básico, verde claro para las hojas, se toma en la punta o en un lado pintura más oscura y densa. Así se consigue de un solo trazo dar cierto relieve a la pincelada, evitando insistir en la misma zona, lo que siempre quita transparencia y modificaría la espontaneidad del trazo. Se ve el resultado en las hojas de la imagen anterior.
    Vamos con los materiales. Aunque no sale en la foto, lo principal es una papelera grande. Nada tiene arreglo. Si no sale a la primera, mejor no insistir. Tampoco se ve el papel utilizado, últimamente papel de acuarela Fabriano de 300 gr. con grano medio. Pinturas variadas: principalmente Rembrandt y Van Gogh, Bizancio, algunas de Schmincke y dos o tres colores de W&N. Los colores que más utilizo son el violeta ultramar de Bizancio y el violet blue de Van Gogh para los lirios, el rosa madder y turquesa de W&N, el azul ultramar oscuro de Van Gogh, que no cambio por ningún otro, si acaso por el Rembrandt, el cerulean blue de Rembrandt, un amarillo no cubriente —no me gustan los cadmios—, y verde oliva y sap green claro. Pocas veces esmeralda. Los verdes los oscurezco con azul índigo o ultramar y, ... poco más.
   Lo más importante de los materiales utilizados son los pinceles. Es el punto decisivo, al menos para mi. Si quiero hacer una hoja o un pétalo de un solo trazo, no vale cualquier pincel. Como no me gusta tener que depilar las acuarelas, uso poco los pinceles chinos, lo que es una lástima pues responden muy bien, pero sueltan pelos por todos sitios y si les aprietas para escurrir agua, te quedas con el mechón entero en el trapo. Lo mejor es lo que se ve en la foto: dos pinceles Escoda de marta kolinsky (del 8 y del 10), afilados, suaves, pero con nervio y que cargan una barbaridad de agua. Los tengo un montón de años y como nuevos. Si alguna vez necesitara una peluca, Dios no lo permita, se la pediré a Josep Escoda y familia, porque sus pinceles no pierden un pelo. Con ellos hago las hojas y pétalos de mayor tamaño. Como hago varios marcapáginas a la vez, espero que se sequen para añadir pinceladas superpuestas que añaden profundidad, relieve y transparencia.


Cuando se ha secado todo, cambio de pincel. Empecé utilizando un rigger, un pincel de esos finos con el mechón muy largo, para que carguen pintura suficiente. Al final me he decantado por otro Escoda, de pelo de ardilla. Es un pincel raro, difícil, pues es excéntrico. No me refiero a que tenga costumbres insólitas y peregrinas, sino que la punta no está en el centro. Tiene un mechón muy largo y, aunque el que tengo es del 12, termina en una punta finísima que hace líneas inverosímiles. Para hacer ramas, detalles y trazos sueltos no conozco nada mejor. En la foto anterior y siguientes se puede ver algunos de los trazos que se hacen con él. también algunas hojas y ramas, ejercicios y prácticas previas, convenientes antes de arrojarse al vacío del papel en blanco.
  
  
   Por último, y no menos importante, por detrás escribo una frase con mi letra de los domingos, procurando esmerarme y mejorar. En ese tema también tengo mucho que aprender. Por falta de plumillas no es, que tengo miles y miles.