lunes, 16 de diciembre de 2019

Cazorla. Encuentro Acuarelistas

    Una vez más, encuentro con los buenos amigos de Acuarelistas de Jaén, esta vez en Cazorla, algo que cuento hoy con mucho retraso. Ya habíamos disfrutado de su hospitalaria amistad y de su instructiva conversación otros años y otros otoños en Baeza, Úbeda, Santiago de la Espada, La Matea y otros sitios cercanos. Como se ve, lugares siempre hermosos, que te permiten pasar en un momento de la naturaleza de ese inmenso Parque Natural que une a Albacete con Jaén, a comer en un palacio renacentista, cosa que uno no hace todos los días. Si la ruta la hacemos pasar por Alcaraz, cuna de Andrés de Vandelvira, ya tenemos un anticipo de lo que vamos a ver en esos pueblos y ciudades que supieron apreciar a este arquitecto que tantas maravillas construyó en la comarca. Raro profeta en su tierra.
   Lo mejor es siempre el reencuentro con los amigos, que conversar y pintar son los principales objetivos de estas juntas, aunque la congregación no haga ascos a la gastronomía. Salimos de La Mancha, que produce más vino que todo el conjunto del resto del mundo para meternos en ese inmenso olivar, más de sesenta millones de oliveras en Jaén, el mayor bosque cultivado que existe, que hace otro tanto con su producción de aceite, el mejor del planeta, en esa zona alta que ya se inicia en Albacete.
    En esta ocasión, como digo, se elige como sede a Cazorla, una ciudad antigua y monumental por la que mucha gente pasa casi de largo, cosa difícil, porque hay que atravesarla por turnos vadeando calles estrechas que caracolean para salvar las cuestas. Imposible no parar a mirar, que mucho hay allí que ver, aunque nuestra civilización ha creado una nueva especie de viajero que ni mira ni ve, ni conoce ni aprende, si acaso se hace una foto, algunas veces la última, despeñándose en el intento de asombrar a la peña, y marca una muesca más en el volante del coche para recordar que ha pasado por otro lugar que le seguirá siendo desconocido. Tal vez la necesidad me obligue a detenerme a menudo en recodos y miradores, descansar e incluso hacer un dibujo, a veces frente a un café o una cerveza. Quizás lo único malo para mí sean, precisamente, las cuestas, pero sólo para los que no andamos todo lo bien que quisiéramos. Hay que tomar la visita con calma, cosa que en esta ocasión podemos hacer. Otras veces nuestra estancia ha sido corta, de paso de ida o de vuelta del Borosa,  Hornos, Torre Vinagre o el Tranco, viaje que hemos hecho muchas veces.
     Nos alojamos en la plaza de la Iglesia de Santa María, de sus restos, para hablar con propiedad, pues siempre ha estado en ruinas, prácticamente desde su inadecuada construcción al final de una rambla, siendo tal vez la única iglesia del mundo construida sobre un río. Desde el balcón de la casa que alquilamos en la última esquina de esa plaza casi se pueden tocar con las manos  los primeros muros de ese templo hundido y aun así hermoso. Se le hizo el encargo a finales del XVI a Vandelvira para levantarlo precisamente allí, donde no había sitio, creando para ello una plaza al fondo de una rambla que se inicia mucho más arriba, en esas montañas inmensas que rodean la ciudad de Cazorla. Hubo que hacer un túnel de 123 metros soportado por una sólida bóveda de cañón  para que las aguas canalizadas del río Cerezuelo pasaran por debajo de ese terreno llano que se creó para albergar plaza e iglesia. El canal sigue activo, tanto como la gran plaza hoy llena de bares, sombrillas y terrazas, pero, ya antes de terminar la construcción de la iglesia, el 2 de junio de 1694, una gran riada fue acumulando en la boca del canal piedras y troncos, taponando el inicio del túnel y embalsando el agua contra los muros de una iglesia que no pudo resistir su empuje. Hacía falta mucha fe y mucha soberbia para conseguir inundar casas que cuelgan en la empinada ladera de esa montaña, pero ambas cosas, además de dinero, sobraban a Francisco de los Cobos, jefe de la familia de altivos señores que también llenaron de maravillas de piedra las vecinas Úbeda y Baeza, casi siempre con la ayuda de Vandelvira. Unas disputas entre el arzobispado de Toledo y los marqueses de Camarasa, Adelantados de Cazorla en aquellos tiempos, llevó a que nunca se llegara a reconstruir totalmente el templo. Como las desgracias nunca vienen solas, cuando Napoleón pasaron los franceses por allí para terminar de rematar la faena.
    El Adelantamiento de Cazorla pertenecía al arzobispado de Toledo desde 1231, donado por Fernando III el Santo tras su conquista a los árabes. El arzobispo Juan Tavera lo cedió en 1534 al ubetense Fernando de los Cobos, secretario de Carlos V, que consiguió una bula del papa Paulo III haciendo perpetua y hereditaria la cesión. Muerto Tavera, su sucesor Juan Siliceo inicia un pleito para recuperar el Adelantamiento, pleito que dura varias décadas y que acaba en 1606 con su recuperación por parte del arzobispo Bernardo de Sandoval.
   Una mañana, nos despiertan unas voces destempladas que discuten y argumentan en la plaza bajo nuestra ventana acerca de un pleito, el ya reseñado, que dividió al pueblo de Cazorla hace siglos. Resultan ser los ensayos para la representación que sobre ellos se llevará a cabo por la tarde. Todo el pueblo lleva días deambulando y trabajando vestidos con disfraces de esa época. Una feria más medieval que renacentista llena las plazas y calles, decoradas con banderolas, tapices, rótulos, carpas, toneles, alfombras y pacas de paja, recorridas por airosos caballos engalanados como sus jinetes, paseantes ante picudas tiendas de lona con cetreros, artesanos y reposteros recreando viandas típicas que poco han cambiado desde entonces. Afortunadamente, los corderos segureños siguen tal cual.
   Hay cierta tradición teatral, pues desde 1996 se celebra un festival que ha traído hasta estos hermosos parajes a Nuria Espert, Tricicle, La Fura dels Baus y a Marsillach, entre muchos otros, programación propia de Gerona. También celebran un festival internacional de blues, con gran éxito. Igualmente ha sido Cazorla apropiadísimo escenario donde rodar películas de bandoleros y salteadores, desde Curro Jiménez hasta "Llanto por un bandido" de Carlos Saura, y no pocos del gremio son de aquí, como Carlos Cuadros, que fue director general de Cinematografía. Desde la ventana de la casa también veíamos el castillo de la Yedra y un viejo torreón en los aledaños que, en sus tiempos, compró Ava Gardner.
   Huelga decir que mucho había para dibujar, para ver, comer y beber. Hicimos todas esas cosas con gusto y en los cuadernos quedaron como buenos recuerdos de estos días en Cazorla, que cortos se nos hicieron.
   A otro extremo de la plaza, termina el túnel abovedado que arroja las aguas del Cerezuelo a un hondo cauce rodeado de árboles y otras plantas frondosas. Frente a la casa donde vivimos estos días, la fuente de las Cadenas, levantada en 1605 en honor de Felipe II, el dueño del mundo, cuando falleció en 1598. Los habitantes del pueblo distinguen el sabor del agua de las distintas fuentes, todas sabrosas para nuestro gusto.
Castillo de la Yedra
   El último día fuimos a La Iruela, a pintar y a comer. Hicimos ambas cosas y algunas más y desde allí nos despedimos. Un largo y productivo fin de semana en buen sitio y con buenos amigos. No se puede pedir más.

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