sábado, 30 de julio de 2016

Dibujos de Albacete III

   No sé si estos muros de la catedral de San Juan de Albacete son —obviando, claró está, los riscos y peñascos que abundan en los bancales y secanos circundantes—, las piedras más antiguas que siguen en activo en nuestra capital. Ningún edificio de culto cristiano hay de estilo románico o anterior en la zona, salvo los restos visigóticos de Minateda, pues en los siglos del románico por estos andurriales el personal andaba con chilaba.  El caso es que he pintado a la catedral de culo, con perdón, desde su parte de atrás, la sacristía de 1568, dado que, salvo el interior, verdaderamente hermoso e imponente, la pátina y disposición de estas nobles y antiguas piedras labradas es una de las cosas que más me gustan de la catedral de Albacete, que uno se conforma con poco. Muchas veces me he deleitado contemplándolas mientras me tomo una cerveza en "El Vermut", en lo de mi amigo Pepe, mientras doy curso a un "ora pro nobis", apropiadísima tapa degustable en este más que recomendable bar, que tenía música en vivo hasta que otra oleada almohade ha hecho que tales ruidos se hayan eliminado del gremio de las actividades culturales para reencuadrarlos en el de molestas, algo que ocurre en Albacete de forma intermitente.

    Las obras que desde la parte posterior del edificio se iniciaron para sustituir poco a poco la antigua parroquia mudéjar por una nueva construcción gótica empezaron en 1515. Tener en cuenta que se terminaron, o dieron por terminadas, en 1949, indica que nos tomamos las cosas con más calma que empeño y presupuesto. La parte gótica, la más antigua, iniciada con mala piedra y peores cálculos sobre el empuje de las bóvedas de crucería, tuvo que ser auditada y corregida por Diego de Siloé porque la obra se agrietaba. —"Dada la inminente ruina del templo...", decía su informe—. Sus augurios y soluciones resultaron atinados y, por no desautorizar al maestro, parte de los pilares y la cubierta se vinieron abajo.  También fueron un acierto las colosales y hermosas columnas jónicas que compuso para arreglar el desaguisado, a medias con Jerónimo Quijano, letra del primero, música del segundo, colaborando con los defectuosos pilares y sujetando la cubierta del gran espacio de las tres naves de igual altura, propias de una iglesia columnaria, de salón, que así se llaman las de este modelo. La fachada, de inconclusa torre, se dice que es de gusto ecléctico, por decir que es de alguno, pero la obra ya llevaba algunos siglos de retraso y había que terminarla de una forma barata. De cualquier forma. Aquí llamamos pachorra a esa calma chicha vital.

  Gran parte de lo mejor de su contenido, tallas de Salzillo, enseres litúrgicos y el retablo barroco del siglo XVIII, diremos piadosamente que "desaparecieron" en eso que hemos dado en llamar guerra civil. Actuamente los lienzos de sus muros interiores están tapizados por unas pinturas que a algunos puristas les hacen valorar la belleza de la piedra desnuda. Según leo es la mayor obra pictórica de un solo autor en todo el mundo, unos 1000 metros cuadrados de pintura. Al menos en extensión le mojamos la oreja a Miguel Angel y a la Capilla Sixtina, evidente fuente de inspiración para el presbítero don Casimiro Escribá, autor de estas monumentales pinturas, de mérito indudable, aunque menor que el de las poco conocidas grisallas de la sacristía, joyas pictóricas fechadas a fines del XVI.

   A mi me pasmaban de pequeño esas imágenes apabullantes, con volantes jinetes armados de guadaña persiguiendo a los pecadores entre montañas que se derrumbaban sobre ellos mientras huían despavoridos, y me encogía parapetado tras una de esas gigantescas columnas de Siloé del grosor de un elefante más que mediano. No menos atemorizadoras algunas de estas pinturas que los apocalípticos sermones del cura de mi parroquia, el Pilar, don José Olivas, que en las bodas no se contentaba con avisar a los contrayentes de que la cosa era para lo bueno y para lo malo, tanto en la salud como en la enfermedad, sino que se recreaba en la espeluznante descripción de las más terrórificas, atroces y espantosas contingencias que el futuro sin duda les depararía, según daba a entender. Más parecía querer quitarles la idea del desposorio. Y las ganas de vivir. Su voz cavernosa y potente reforzaba los temores. Algo sobrecogedor.

   En esas cosas pienso mientras lo dibujo con estilográfica y coloreo con nogalina y témpera blanca sobre papel Mi-Teintes de Canson de 24 x 32.
   Dibujo acuarelado sobre Garzapapel de la calle de la Feria, por la que la multitud nos empuja hacia ella en septiembre y por donde, de forma algo más tranquilla, se llega durante el resto del año a Los Invasores, el inmenso mercadillo de los martes. En ella, como una isla, se encuentra la casa de Perona, palacete del siglo XVIII en el que han dormido José Bonaparte, dicen que cuando huía de España, e Isabel II, la "reina de los tristes destinos", que tanto trabajó por la renovación genética de la dinastía, antes de huir también en tren desde Santander hacia Francia, tan harta de Narváez y de O'Donnell, como la población lo estaba de ella y de los dos próceres mentados.  Lo de que José Bonaparte huía cuando pernoctó en Albacete no me cuadra, pues después de Arapiles, en 1812, cargado con las joyas de la corona española y cuantos cuadros pudo rapiñar en la corte, de donde salió huyendo es desde Madrid. A medio camino le dió alcance el duque de Wellington que requisó la recua de mulas cargadas con la colección y se apropió del botín. No procede pedir su restitución porque el imbécil e indecente Fernando VII se la regaló al duque por no discutir por tales minucias.

   Mi tocayo, el hermanico de Napoleón, fue apodado Pepe Botella, creo que injustamente, pues su afición a los mostos no era mayor de lo normal, estando más interesado en algunas damas de la corte que en el vino de Valdepeñas. Como en María de las Mercedes, la esposa del capitán general de su guardia mesié Christophe-Antoine Merlin, al que convirtió en conde de Merlin. Metidos en magias, hizo desaparecer al pobre conde enviándolo a misiones en lejanos lugares y así despejar el campo de maniobras. En la obra civil de esas épocas se procuraba que techos y puertas alcanzaran gran altura, en parte para evitar que la nobleza se desportillara las astas. Como mi blog, principalmente va de materiales de escritura y dibujo, plumas y tintas, no puedo dejar de incluir las letrillas con que la sabiduría popular, con menos fotos pero con mayor gracia,  hacía entonces lo que el Hola hace hoy:
 
La señora condesa
tiene un tintero
donde moja la pluma
José primero.
   Como, por su situación geográfica, Albacete siempre ha sido lugar de paso obligado, no es de extrañar que en la ciudad abundaran las posadas, edificios amplios con grandes patios para personas, carruajes y acémilas. Eran por tanto unas construcciones adecuadísimas para arramblar con ellas con el fin de edificar en sus grandes solares algún mostrenco más a juego con los tiempos, por lo que dentro del terreno de lo milagroso entra, pues, que la Posada del Rosario siga en pie. Este edificio del siglo XVI tiene como curiosidad el hecho de que al atravesar antaño la noble portada que hoy tiene adosada y semiescondida, cosa que de pequeño hacía con frecuencia acompañando a mi padre, si entrabas te encontrabas en una imprenta, llamada de los Picos como la casa, y si salías te hallabas en la calle Gaona. Eso era así hasta 1977, fecha en que se demolió el palacio de los condes de Villaleal, al que daba acceso. De forma milagrosa, al atravesarla hoy, si entras accedes a una oficina munipal de turismo y sala de estudio, y si sales vas a parar a una zona comercial cercana al segundo Corte Inglés que se abrió en Albacete, al lado de Villacerrada, uno de los desaguisados urbanísticos para nota perpetrados en la ciudad, y mira que el listón está alto. Pero eso da para un monográfico.

   En la anterior acuarela, el Parque de Abelardo Sánchez de Albacete, 120.000 metros cuadrados de arbolado, cuya plantación se acordó en 1910 y a la que se dedicaron 191,05 €, es decir, 31.788,68 pesetas de la época. Estaba en las afueras cuando se hizo, y ahora queda no sólo en los adentros, sino en pleno centro de Albacete. El parque no se ha canteado de su sitio ni modificado de forma sustancial, pero la ciudad ha crecido mucho, en algunas direcciones más que en otras. Estando en una inmensa llanura donde se podrían haber levantado varios nuevayorks, su crecimiento en horizontal no tenía más obstáculo que la estupidez, que no es freno menor,  y que hecha sustancia en un plan general de ordenación urbana tras otro, le ponía fronteras más o menos establecidas por la carretera de circunvalación, hoy una calle más, integrada en la ciudad. Ese nudo gordiano, que obligaba a hundir edificios para levantar otros mayores en su lugar, no fue cortado hasta la aprobación del actual plan, denostado y entorpecido por quienes, una vez recuperado el mando municipal gracias a desacreditarlo y a sugerir oscuros intereses en su propuesta, hicieron de su aplicación muestra de  eficacia y visión de futuro propias, virtudes evidentemente ajenas por heredadas, incluso combatidas. A cada uno lo suyo. La historia, a veces, acaba poniendo a cada uno en su sitio. A mi hermano también, a Dios gracias, pues fue el alcalde de Albacete que rompió el nudo. 

   Como la estupidez no tiene límites, pues suele centrarse en establecerlos a todo cuando le rodea, entre unos y otros han dejado la ciudad rodeada de una maraña de autopistas, vías férreas, puentes, infinitas entradas y salidas, raquetas con la forma de ∞ simbolizando la también infinita necedad que, poniendo puertas al campo, nos ha creado uno de los pocos problemas que no teníamos. Seguramente se trataba de no tener que envidiar a Toledo o a Cuenca y vernos por fin encerrados por obstáculos menos hermosos e inevitables que las hoces del Júcar o el Tajo. De forma que, siguiendo esa absurda e autoimpuesta necesidad, seguimos creciendo hacia arriba, seta en la llanura inmensa, simbolizada por ese depósito del agua tan alto como curioso, pues no funcionó más que el día de las pruebas, reventando la mitad de las tuberías de la villa con una presión tan inusitada como imprevista. 

   En su momento, la construcción de este inmenso parque urbano, el mayor de la Mancha, también encontró cierta oposición, tanto por el elevado coste del invento, como por lo disparatado de poner tantos árboles juntos sin venir a cuento. El caso es que aquí está, llevando el nombre de su creador, que Dios guarde. De los críticos no hay memoria, que el tiempo a veces hace justicia, como decíamos.
   Dibujo a pluma estilográfica de la casa de Hortelano, pintoresco edificio neogótico-modernista, algo asi como decir neo-rococó tardío, pero sorprendentemente hermoso en su mezcla. Fue reedificado en 1912 como vivienda y sede de Seguros del Norte, por encargo de don Joaquín Hortelano al arquitecto municipal Daniel Rubio. Tal vez uno de los edificios más chuscos de Albacete, lo que nos lleva a agradecer tanto su construcción como su mantenimiento, ahora como Museo de la Cuchillería, destino muy acertado en esta ciudad donde llevar una navaja en el bolsillo no es algo amenazador. De igual forma era uno de los pocos lugares del mundo en donde la palabra 'navajero' carecía de valor peyorativo. Lamentablemente cada vez quedan menos artesanos que sigan haciendo esos útiles que siempre han sido el orgullo de Albacete.

   No hace mucho, al entrar un día en el juzgado y pasar por el arco detector de metales, salió una pequeña navaja en la radiografía, que el guardia civil del control me guardó amablemente para devolvérmela al salir, sin ningún tipo de resquemor, sospecha o reproche. A Frankfurt me llevé otra en el bolsillo de la chaqueta, que inexplicablemente pasó todos los controles del aeropuerto y que dejé allí porque no sería capaz de explicar en alemán a la vuelta que la llevo para afilar el lápiz o cortar salchichón.

martes, 5 de julio de 2016

Dibujos de Albacete II

   En esta segunda entrega de dibujos sobre Albacete, comienzo con un dibujo del edificio del Gran Hotel, en el Altozano, con estilográfica y tinta, terminado con ligeros toques de rotulador-pincel chino. Sobre un papel artesano, casero, que hizo mi hijo Pepe. En él aún aparecen algunas letras incrustadas en la masa, procedentes de noticias de periódico que no llegaron a disolverse. Espero que esas noticias fuesen buenas, aunque la probabilidad es mínima.
     El anterior dibujo es de una de las calles principales de Albacete, llamada Marqués de Molins en este primer tramo y Tesifonte Gallego en el que va del cruce con la calle Mayor hasta el parque de Abelardo Sánchez. En tiempos fue el lecho de un río, el río Piojo y, como el agua es terca, para hacer los cimientos de algunos edificios han tenido que estar bombeando agua durante meses. Piojo se llamaba el río cubierto y así se llamó la calle en sus orígenes, para pasar a ser el Callejón de Agraz y de Suárez y en 1854, denominarse Val General. Luego se volvió a rebautizar en 1903 y 1911 para recibir los nombres actuales en sus dos tramos. Trabajo inútil porque siempre se la ha conocido como calle Ancha, a pesar de que no lo es. A todas horas concurrida, es una de las calles más comerciales de la ciudad, con varios hermosos edificios que sobrevivieron durante el siglo pasado, mientras muchos fueron sustituidos por otros de menos mérito. En fin, esto es lo que hay, o lo que queda.
   Dos dibujos sobre la feria de Albacete, ambas a partir de fotos, reciente la primera, antigua la segunda, del templete del anillo central de la feria. Inmensa construcción es este recinto de edificios concéntricos que se construyó inicialmente en 1783, modificado y ampliado en varios momentos de su ya larga historia, y que sólo se utiliza diez días al año. Sus "redondeles" se conforman por círculos llenos de casetas, un conjunto con forma de sartén, donde abundan los puestos de venta de navajas, bebidas, miguelitos, café, chocolate y churros para la madrugada, mariscos, pollos asados con cava, bocadillos de morcilla o de jamón de Teruel, recuerdos, juguetes para feriar a los niños, cerámicas, pero sobre todo, cosas para comer y beber, que la feria desgasta mucho, pero mucho. Fuera del recinto, otro círculo de casetas privadas, carpas para la música y el baile, puestos de alfombras, artesanías, objetos varios y más jamón, quesos, embutidos y otras sutilezas gastronómicas y bebetorias. Aún quedan los restos de lo que antes era la principal actividad, la compra y venta de aperos de labranza, ollas y sartenes enormes de cobre o acero para la matanza, lonas, cuerdas, marroquinería y cosas similares.
   Cientos de miles de personas que para llegar hasta allí tienen que desfilar por el largo y abarrotado paseo franqueado de atracciones de feria, entre las que hay algunas que cobran por martirizar a sus usuarios, estudios de televisión instalados para el evento, casetas con vinos dulces de Málaga y Cariñena con su barquillo y todo, tómbolas, caballitos y demás. Cuando yo era pequeño no faltaba un circo ni el Teatro Chino de Manolita Chen. En la Caseta de los Jardinillos, en donde en aquella época pedían corbata para entrar, actuaban los mejores grupos y cantantes, acompañados por las mejores orquestas. Entre ellas, alguna en la que yo estaba. Hoy es un lugar más de música y baile, que no son tiempos para los derroches de antaño.
   Veo que en el dibujo olvidé incluir una de las figuras que más me enternecen del evento, una persona semiescondida en su propia selva andante, acarreando sudorosa una maceta descomunal, de varios metros de alta, que de forma poco meditada ha tenido la desgracia de conseguir en una rifa  de esas casetas que las sortean mediante sobres con cartas de la baraja española. Unos trileros tampoco solían faltar, aunque se les ve cada vez menos pues, igual que los payasos, son oficios que sufren un gran intrusismo profesional y es fácil encontrar a sus encorbatados competidores en los lugares e instituciones más variopintas. 
   La primera, acuarelada, tinta indeleble en la estilográfica, recoge la gente que suele abarrotar a todas horas ese recinto ferial, su paseo y los aledaños, dedicados principalmente a comer y beber. Jamón de Teruel, queso, miguelitos de la Roda, gambas, morcillas, guarrillas y demás exquisiteces. Entre las bebidas, aparte de las cervezas y vinos de rigor, triunfan los mojitos, decenas de miles de ellos. ¡Cuánta perversión!
   De la feria de septiembre pasamos a la del libro, que todos los años se instala en el paseo de la Libertad, frente a la Diputación Provincial. Muy oportuno el lugar elegido, porque libros y libertad siempre han caminado juntos. Se viene celebrando desde 1979, en marzo o abril, nunca en semana santa, y siempre aprovechando los pocos días de lluvia de que dispone la ciudad. En épocas de sequeras en lugar de sacar al santo en procesión, la feria del libro viene mostrándose sumamente eficaz para atraer las lluvias. Se venden libros y se recargan los acuíferos. Al fondo a la izquierda el hermoso edificio del Gran Hotel, en el centro, voluntariamente difuminado por el dibujante, el del Banco Central, hoy Santander. El cambio de nombre de la entidad no ha mitigado su ofensiva horripilancia. Los árboles rebrotando, si es que ese año no se les ha ido la mano con las podas y los han dejado como postes del teléfono.
   Chalet Fontecha, Gobierno Civil, Cámara de Comercio... Ese hermosísimo edificio, uno de los que se salvaron de los califatos municipales que condenaron a la ruina no pocos los que en esa calle tenían un valor similar, para edificar esas cosas que se van alternando con los que aún quedan de una calle que perdió su encanto y su unidad arquitectónica de principios del siglo XX en aras del progreso.
   Por el momento, adquirido por la Diputación Provincial, parece destinado a albergar un Museo de Arte Realista. Esperemos que llegue a buen puerto esa buena idea.
   El dibujo, con estilográfica y pincel de agua, extendiendo la tinta de los trazos y reforzando después algunas sombras mojando el pincel en el tajo de la pluma para cargar algo las tintas.
   El siguiente, también a partir de una foto, es un dibujo que recoge desde el Parque una esquina del Instituto Bachiller Sabuco, que durante mucho tiempo fue el único de la capital. En él estudiamos —al menos el ingreso y primer curso de bachiller y entre otros muchos que sería largo enumerar—, Don Ramón Menéndez Pidal y yo, con desigual aprovechamiento y trayectoria.
   Finalizamos la entrada del blog con un dibujo de una esquina del Paseo de la Libertad, recogiendo parcialmente el edificio de la Diputación Provincial. Sentado en la terraza del Milán, tomando una copa de pacharán en honor y recuerdo de mi siempre amigo y ocasional compañero de dibujos callejeros, Joshemari Larrañaga, pintor de barcos, bares y bodegas de Barcelona. Los dibujos hechos en su sitio, sin foto, son otra cosa. Tienen un no sé qué y un qué se yo que los hace más frescos y espontáneos, es decir, mejores.