Inevitable recordar "Amanece que no es poco", de mi paisano Cuerda, reunidos esta vez en pictórico concilio de cuadernícolas alrededor de una calabaza de 89 kilos, justo al lado de la catedral, bajo unos soportales llenos de mesas de los bares y a salvo de la lluvia, fuerte en el primer día. La puerta del almacén de uno de ellos está coronada por el escudo del Cardenal Mendoza, que él fue quien levantó muchos de los más notables edificios de Sigüenza, cosa que nos recuerdan hermosos azulejos en las esquinas o losas en el suelo. Una de ellas nos informa de que esta plaza era zona habitada por el clero, lo que mi carácter episcopal, con creciente tonsura, agradece. Como si estuviera en mi convento de San Odón de la Muela. El dibujo de los arcos con la calabaza fue el último que hice allí, el domingo antes de salir de vuelta. El que sigue fue el primero, prácticamente desde el mismo sitio, recién llegados, con café y pacharán y los primeros encuentros, después de comer en La Alameda. Aunque acudió mucha gente a este encuentro, para reconocernos no necesitamos mostrar una flor en el ojal, que por la pluma y el cuaderno se nos conoce, precaución que tuvo, según recuerdo, el ilustre amigo Fernando Font de Gayà en Cuenca, primer encuentro de Ladrones de Cuadernos.
Uno de los encantos de estas juntas, en realidad el mayor, es el encuentro con los amigos. Aún
hay algunos a los que sólo conocemos por los blogs y por los foros de
internet, pero cada vez son los menos, que con algunos de ellos y de
ellas ya hemos coincidido en varias ocasiones con tanto beneficio para
los fabricantes de pacharán y otros bodegueros como terror de los rebaños de corderos y los
bancos de calamares a la romana. Se ilustran en estas fotos algunos de
esos alegres reencuentros, como el de Urumo con Joshemari (comandante en jefe de esta
expedición) y Joan, su mujer, y a una pequeña parte de la peña afanada en la plaza Mayor en dibujar a destajo. También
fue muy agradable que al cuerpo expedicionario se le uniera el grupo de
Cuadernos Viajeros de Elche, que por mayo será por mayo cuando nos
volveremos a ver por cuarto año. Lo de tener en las manos los cuadernos
de los demás, viendo de cerca dibujos que a veces habías visto en una
pantalla, es otro de los lujos de estos encuentros. Cada uno diferente,
aunque dibujemos lo mismo, con verdaderas joyas entre ellos. Se aprende
mucho. Hay quien lleva un cuaderno, dos rotuladores y una cajita de
acuarelas; otros una gavilla de estilográficas y un par de resmas de papel. Me encuentro entre los
segundos.
Lo verdaderamente impagable son las tertulias y charletas en estos encuentros. De plumas y tintas, de cuadernos y papeles, de calamares a la romana, aunque deberían ser en su tinta, dado el tema que nos reúne, de la incierta y alucinante actualidad, de la geografía y la historia, el clima, del cielo y de los infiernos, de los ayorinos del Apocalipsis mural de la catedral de Albacete, de viajes, anécdotas y aficiones. Queda lugar para intercambiar recetas de cocina llegando a debatir la posibilidad de sacar algo sustancioso de un guiso con la momia de Ramsés II, algo que ya se hace con el bacalao, un producto similar. Tengo algún pigmento llamado Mummy brown, originalmente elaborado reduciendo a polvo momias egipcias, primero de personas, luego de gatos. Tengo entendido que en los almacenes de Windsor & Newton aún queda en algún estante escondido alguna momia de aquel entonces, que se dejó de fabricar pues muchos le hacían ascos cuando se supo la receta, sobre todo los que chupaban el pincel. No recuerdo qué pintor, un impresionista francés, dio cristiana sepultura a sus tubos de óleo de ese marrón tan bonito como inquietante. El caso es que algunas momias han acabado pulverizadas y pegadas a valiosos lienzos que hoy se ven en los museos. No es mal fin, al menos no de los peores.
Lo más característico de Sigüenza es su carácter medieval y renacentista, como señorio episcopal desde los siglos XII al XVIII, después de haber sido sede episcopal con los visigodos, aunque su momento más deslumbrante coincidió con el de máximo poder de los Mendoza, desde Juan II y Enrique IV a los Reyes Católicos. De esos momentos son sus principales edificios y monumentos, de carácter civil o religioso. Pero su historia es más larga, y ya Plinio el Viejo nos habla en el siglo I a.C. de la ciudad celtíbera de Segontia, que cayó en manos romanas poco después que Numancia. Ya había sido asediada por Aníbal. Parece ser que la ubicación original estuvo en el otro margen del Henares, sobre el cerro Mirón.
Procedentes de Mendoza, al lado de Llodio en Álava, llega su linaje a la cumbre de la aristocracia castellana. La participación de los Mendoza en todos los hechos y acontecimientos relevantes de esa época, jugando bien sus cartas y dejando el bando de la Beltraneja a tiempo, les van llevando a acumular poder y posesiones. El apogeo de su poderío se produce con la figura de Pedro González de Mendoza, Cardenal Primado de España, arzobispo de Toledo a la vez que obispo de Sigüenza, cargo que conservó igual que hoy Sigúenza conserva su memoria a cada paso y en cada esquina. Fue el influyente y lucrativo arzobispado de Toledo cátedra que consiguió gracias a la presión de Isabel la Católica ante el Papa, aunque el hecho de que tuviese tres hijos no ayudaba mucho. Consiguió incluso que una bula papal los hiciese legítimos y le permitiese testar a su favor. Con su influencia y su dinero va adquiriendo posesiones con que proporcionarles títulos nobiliarios y un buen pasar. No se quedó corto.
Llamado el tercer rey, cuando reinaban Isabel y Fernando, intervienen los Mendoza en la toma de Granada, siendo el cardenal quien pone el pendón castellano en la Alhambra. También pone de confesor de la reina a Cisneros. Igualmente aparece en las negociaciones con Colón, en la expulsión de los judíos, parece ser que en el establecimiento de la Inquisición y en la introducción del renacimiento en España, influido por el cardenal valenciano Ricardo Borja, Borgia cuando Papa como Alejandro VI. Tal para cual.
Aunque el Doncel sea la figura más conocida de Sigüenza, en toda la Alcarria, como avanzamos en la primera entrada sobre Guadalajara, los Mendoza fueron aquí los personajes predominantes en todos los terrenos. Larga sería la lista de los miembros del linaje, de sus hazañas por todo el imperio español, posesiones, influencia y poder. La actual ignorancia acerca la historia, que oscila entre el desprecio por parte del común y la añadida manipulación interesada por la de otros no menos comunes, aunque empoderados, horrorosa palabra, que es algo que se extiende al arte y a la literatura, suele reducir el pasado de una ciudad a un monumento y en algunos casos a un personaje. Pasa con Granada y su Alhambra, con Segovia y su acueducto, con la Dolores y Calatayud, a Albacete con las navajas, a una Córdoba reducida a su mezquita o a la milenaria Cádiz, que algunos conocen por las bodegas de Jerez. Muchos, sean nuevos o talludos, en una imagen de san Antonio no ven más que un tío viejo en sayas con un gorrino y un gayato. Lógicamente el Cardenal Mendoza es un coñac, como Carlos I. Cuando en una imagen o escultura aparecen unas trompetas sopladas por un ángel no ven la fama, ni cuando un perro la fidelidad, sólo ven las turutas o un pachón. Por eso el conocer ayuda tanto a disfrutar y a entender como el ignorar impide hacerlo.
En este dibujo siguiente, Sigüenza desde las afueras con un árbol en primer plano, mi amigo Juan Llorens me sujetó la mano y, bajo graves amenazas, me impidió cebarme a la hora de dar más colores. Me alegro de haberle hecho caso. Tanto le hice que el siguiente dibujo, hecho inmediatamente después, salió a juego. La verdad es que no necesitan más. Lo que se quería recoger era la ciudad desde lejos rodeada de árboles en otoño. Sobra con lo que hay y más superficie coloreada o dibujada poco hubiera aportado salvo confusión y las nefastas secuelas del horror al vacío. Gracias, Juan.
En este último dibujo, hecho en la sobremesa de la comida del sábado, en una terraza aún mojada por la lluvia, utilizo esta piedra pequeña para la tinta china de una barra. Mide 5x8 cm y con ella se puede diluir la tinta china frotando en un ceremonial oriental que añade encanto a la cosa. La tinta china tiene una nobleza especial, unos grises muy transparentes incluso cuando se aplica un tono oscuro. Se puede restregar la barra aún húmeda en el papel dejando un rastro rugoso que añade textura al dibujo. Para los troncos y las paredes va muy bien. El sello chino para firmar también resulta oportuno.
Tu sí que eres un lujo y además quitas "pesombres". Mañana leeré con atención estos derroches de erudición, de buen escribir, de certero fotografiar y de mejor dibujar (y los post anteriores que no deben desmerecer).
ResponderEliminarMuchas gracias, Marisa, por tu atención. Fue un placer estar otra vez contigo, como siempre. También te agradezco los buenos ojos con que miras todo lo que hago.
EliminarUn abrazo.
Qué bonito ese artilugio de tinta china! Qué preciosidad. Y el sello chino, estaba pensando hacerme uno de madera, tallándolo yo, pero seguro que hay formas más sencillas de conseguirlo. Y luego está qué poner en él, iniciales o nombre entero o seudónimo. Muy bonitos los dibujos también!
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