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Este obligado retiro por el coronavirus me ha dado tiempo y ganas para rebuscar entre antiguas grabaciones en directo de algunos grupos de los que he formado parte desde 1969, cuando siendo una criatura debuté en una nochevieja. Lamentablemente de otros no hay nada grabado, ni siquiera fotos.
Estos archivos de sonido pueden escucharse en mi canal de youtube,
en el enlace que inica esta entrada.
Este obligado retiro por el coronavirus me ha dado tiempo y ganas para rebuscar entre antiguas grabaciones en directo de algunos grupos de los que he formado parte desde 1969, cuando siendo una criatura debuté en una nochevieja. Lamentablemente de otros no hay nada grabado, ni siquiera fotos.
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Aunque cada canción tiene su historia, me he decidico a contar la de ésta:
-o-o-o-o-o-
Sicilia,
finales de los '90. Octavio Cuarteto fue uno de los muchos grupos que
a lo largo de los siglos hemos formado Segis, Paco y un servidor. Con
Pascual Ortiz como batería, otros tantos, juntos o revueltos; pero
esa es otra historia que empezó hace más de cuarenta años y aún
sigue. O no. Han sido bandas de distinta duración, rentabilidad y
alcance, pero siempre batallando con repertorios insólitos para ser
acometidos sólo con dos guitarras y un bajo. Entre otros coros cuyo
estudio queda para ulterior ocasión está Almenara, con mi hermano
Juan a la voz cantante y Jesús Sánchez, que entonces era pelirrojo,
a los tambores. Porque lógicamente han sido varios los baterías y
cantaores que han colocado la guinda a este longevo ensemble
instrumental que ponía sus angelicales segundas voces al servicio de
una mejor que hiciera buenas a las cuatro. Tal vez usar cuatro voces
en muchos arreglos haya sido una de nuestras virtudes.
Aunque luego
entró nuestro amigo Julián a hacerse cargo de tambores y vajilla
turca, durante bastante tiempo fue Juanjo el maestro percutor en
Octavio Cuarteto. Tocaba los bongós cuando venía al caso, —y
algunas veces en que no—, y también un artefacto muy chusco que
era una especie de batería eléctrica con dos o tres tamborcillos
planos del tamaño de una taza de café y un a modo de bombo,
consistente en un botón que pendía de un cable hasta el suelo. Ese
artilugio contenía sampleado un pequeño zoo y en las partes más
silenciosas y emocionantes de alguna canción, fuera Hey Jude o Polka
dots & Moonbeans, no era raro que de ese aparato diabólico
saliera un maullido o un relincho que desconcertara al que cantaba en
ese momento, que solía ser yo intentando contener la risa. Grabado
quedó en más de una ocasión, pero no podía dejar en el momento la
guitarra para estrangular a Juanjo, que al gato nunca lo llegué a
ver. No lo usábamos solamente en el ámbito de pequeños escenarios,
y ese sencillo instrumento nos acompañó varios días de feria a la
Caseta de los Jardinillos, la de 1998. La verdad es que no cabía
mucha parafernalia de timbales ni platos en el rodalillo que nos
dejaban en el lado derecho de un escenario mayor que algunos majuelos
que para mí quisiera, pero en el que nosotros teníamos que tocar
con la guitarra hacia arriba. En la música está claro y no se
discute quién va de chef y quién de pinche o a lavar los platos.
Unos días compartiendo ese escenario tan mal amojonado con Sara
Baras y Antonio Canales, con Camilo Sesto, con el Dúo Dinámico y un
último con Los Panchos. En esta última noche de nuestra feria del
'98 en la Caseta fue cuando el amigo Fernando Gotor cinceló en el
mármol de nuestras memorias su frase histórica ¡Bravo, Basurto!
Habéis estado de nácar”.
En
el caso que nos ocupa, Octavio Cuarteto, la guinda era Juanjo, una
voz portentosa que, además era batería, sabía tocar la guitarra,
la flauta, algo de piano, incluso tañía otros instrumentos que no
sabía. O los imitaba con su privilegiado galillo. Uno de los
objetivos principales del grupo, si no el único, era reírnos y
pasarlo bien, algo eterno en nuestro talante. Tanto como nutrirnos e
hidratarnos en grata y mutua compañía, descartado como entre
nosotros es costumbre el interés económico. Como casi todos los
grupos, lo constituimos como asociación cultural con desánimo de
lucro. Salvo raras excepciones, que se pueden contar con los dedos de
una oreja, quien ponga rumbo a la música para hacerse rico, más
necesitado está de brújula que de vihuela.
Dada
su aparente modestia, que en el fondo no es tal, los objetivos se
cumplieron ampliamente, pues reírnos nos reímos un disparate, sin
por eso dejar desatendidos los flancos gastronómicos, libatorios y
conversacionales. Es una pena no haber levantado acta fiel de esos
ratos. Hoy somos unos eremitas, aunque donde hay siempre queda.
También conseguimos hacer reír al respetable, incluso al público
en muchas ocasiones, que era un daño colateral calculado. Era
decisiva la desconcertante variedad de estilos, épocas y registros
de un repertorio inaudito que abarcaba desde un tema de Bach con
flauta travesera, bajo discontinuo y guitarras, los famosos
pasodobles “No te vayas de la barra”, “Soy minero” o “María
la portuguesa”, a temas de Les Luthiers, como el bolero de
Mastropiero o Perdónala. Podía seguir un aria que abriera campo a
la voz de tenor de Juanjo, un blues, una bossanova o una de los
Credence, y nunca faltarían varios temas de Los Beatles, o de
Solera, CSN&Y o de CRAG, catacúmbrica onomatopeya y acrónimo de
nuestros adorados Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, cantadas por
nuestras voces, que en lugar de sufrir menoscabo por las
comparaciones, juntas recibían realce por parte de la suya. Juntas
sonaban como un órgano en los días favorables.
No
tocamos demasiado y, como otras veces, aprendimos que no siempre lo
mejor es lo que recibe mayor recompensa, que más a menudo sucede lo
contrario. La verdad es que limitándonos a hacer lo que mejor se nos
daba, lo que llevábamos decenios escuchando y tocando, nada malo
hemos hecho nunca. Pero, si con ese grupo no nos forramos, estaba
claro que sobraban futuros intentos. En Kunta Qintet, el guiri Sven y
el batería argentino Gustavo Gentile, otro santo varón refractario
al dinero como nosotros, nos arrastraron hacia el jazz, haciéndonos
alcanzar nuestro nivel de incompetencia, al menos la mía. Pero esa
es otra historia.
El
nombre de “Octavio Cuarteto”, guiño a una calle de Albacete, era
producto de la mente calenturienta del hermano Francisco Arteaga,
inventor de palabras y afilador de ideas, algo común en nuestra
orden. Un parto onomástico parecido a “Blasco de Guirigay”, que
iba a ser el título del siguiente grupo. Por motivos que escapan a
mi comprensión, al finlandés Sven no le pareció bien y bautizamos
al neonato como Kunta Quintet, seguramente con ron. Entre medias de
una y otra junta de accionistas, Segis, Paco y yo urdimos un grupo
dedicado al country en una época en la que Segis había abierto un
pub encantador con esa temática y decoración, Lone Star, en cuya
cabina y barra sumé algunos cientos de horas de sueño al déficit
habitual en los músicos. Poco antes acudíamos con frecuencia,
incluso habíamos tocado alguna vez en el Nashville, también
campestre, como su nombre indica. Vamos, que del Liverpool de Los
Beatles, del Brasil de Jobim y del blues del delta del Missisipi nos
fuimos desplazando hacia al oeste, por la ruta 66, entre camiones y
vacas. Luego Sven intentó arrastrarnos a Nueva Orleans. Acordamos
llamar al nuevo grupo “Countribuyentes” y no recuerdo si fue
Segis o fui yo el Juan Bautista de aquel acristianamiento que no
llegó a recibir los rones bautismales. Ha ocurrido con frases como
“a mi escaso juicio”, que Paco me atribuye a mí y yo creo que es
suya. La explotamos a medias, que frases nos sobran. Al caso que nos
ocupa: aparte de para hacer subir las acciones del Cacique 500, no
llegó la cosa a cuajar en nada útil. Pero quedó Highway forty
blues en el repertorio y algunos otros temas ya olvidados.
Ambas
órdenes seglares tuvieron como sede social y convento de referencia
al Nido de Arte, donde tantas veces el abad Germán de Navarra
convocaría a la congregación a ejecutar peregrinos salmos en el
púlpito de su capilla. O los jueves a los mármoles de su refectorio
junto a una peña numerosa de frailes amigos que mereció ser
declarada, si no bien cultural de la ciudad, al menos de interés
turístico. Aún se permitían los sahumerios e incensarios. Sólo
valoramos las cosas cuando nos faltan. Hay gentes que siempre andan
quejándose de que no hay donde vive lo que no se han molestado en
buscar, teniéndolo más cerca de lo que suponían. Y lo digo por el
Nido, que nuestros grupos sólo eran una gota en el mar de música
que la lamido las playas de la calle Nueva durante cuarenta años.
Cerrado el Nido, algo de eso le ocurrió a Flashback con el Chapó,
que dejamos ante la indiferencia general, o teniente coronel, al
menos. Pero esa es otra historia. O tal vez la misma de siempre.
Mucha gente añora hoy lo que no valoró ni apoyó ayer cuando lo
tenía, incluso gratis o por el precio de una copa.
Como
decía, el humor formaba parte tanto del repertorio como de la puesta
en escena de ciertos temas. En realidad el humor aparecía siempre,
aunque tocáramos una misa de réquiem, porque siempre nos ha sobrado
y el sitio y la ocasión normalmente lo favorecían. Los formatos
pequeños siempre aportan la cercanía y abonan la complicidad. Eso,
y más cosas, era el Nido, además de nuestra casa. Al recordar
ahora, una entre mil, en un concierto en un pueblo cercano a la
capital, verano en la piscina, cómo Juanjo cantaba con traducción
simultánea ante la queja de uno de la primera fila que se lamentaba
de no entender la letra en inglés, casi tengo que llamar a alguien a
que me levante del suelo y me haga aire con un ABC, casi muerto de la
risa. Cuando digo tocar una misa de réquiem, parecerá recurso
literario o exageración traída por los pelos, pero no lo es. En los
bailes del Surco a finales de los '70 a veces teníamos que hacer con
la orquesta Los Singuel un descanso en la hora justa para que Parra,
—don José María, y me pongo de pie para nombrarlo—, nuestro
pianista, que era también a la sazón organista de la santa iglesia
catedral y director del conservatorio, partiera raudo hacia el templo
para amenizar un sepelio. Un taxi esperaba abajo con la primera
metida y al rato volvía pasándose el pañuelo por la frente, de
riguroso luto, uniforme común para ambos eventos, y seguíamos con
las cumbias. Pero esa es otra historia.
Este
tema, “La dona è mobile”, un
aria de la ópera Rigoletto de Giuseppe Verdi, se presentaba
en el Nido, —pues gran parte de estros temas sólo allí tenían
cabida, y sólo allí se hicieron—, como un supuesto anuncio para
una campaña publicitaria de la Confederación de Cajas de Ahorros,
promoviendo los mismos. Por aquel entonces las cajas de ahorros aún
podían ser sacadas a relucir sin que se nos pusieran los pelos como
escarpias. A lo que vamos, la maravillosa exhibición vocal de Juanjo
era malacompañada por coro de ahorradores y postulantes, bajo,
guitarra sinfónica y guitarrista observante, un servidor. Paco, con
una de las primeras guitarras midi, ponía la base orquestal siempre
luchando contra el desfase de una o dos décimas de segundo de
retraso en generar la nota, algo que parecerá baladí, pero en una
redonda caben 256 semigarrapateas. Además, en esos tachundas de
cuerda a veces parece que se iban algunos violinistas al bar y el
acorde se tambaleaba o cortaba a medio compás. Mucho ha mejorado la
tecnología, pero esos problemas nos han enseñado a tocar hasta con
una legona con cuerdas.
Vaya
y sirva esta grabación cometida en la ermita del abad Germán de
Navarra, más o menos en el año 23 a.P. (antes de la Pandemia), para
mitigar los abatimientos del largo retiro que nos confina en las
celdas de nuestros conventos, huyendo de las virulencias, aunque no
de todas sus variedades. Desenterrar ésta y otras joyas de
arqueología musical es mi aportación al alivio de nuestra clausura,
ya que después de 40 días en el desierto, sin afeitar y ya dos años
sin acudir a mi estilista, voy lleno
de pelos, parezco Robinson Crusoe y no me determino a salir al balcón
por no espantar a mis vecinos. Pero disfruto viendo a diario en la
pantalla las apariciones de algunos hermanos y hermanas en la fe
menos hirsutos, tañendo y entonando sus gregorianos desde celosías
y balconadas. Algunos de los vecinos que hoy les aplauden son los
mismos que antes golpeaban el cielorraso con la caña de la escoba o
llamaban a la policía local en protesta por los molestos ensayos o
conciertos de aquellos ruidos, los mismos que hoy la situación les
obliga a agradecer y reconocer como buena música.
Que
disfrutéis del aria. Y no salgáis.