Después de muchos días sin actividad, vuelvo al blog con música, que es lo que me ha ocupado las últimas semanas. La Asociación de Amigos del Jazz de Albacete, de la que formo parte, ha programado este concierto como homenaje a este grupo único coincidiendo con sus cincuenta años de vida.
Placer sobre placer, pues ha sido este concierto ocasión de reencuentros con antiguos compañeros de la música, ahora actividad de los ratos de ocio, pero que durante muchos años fue nuestra principal dedicación. Nunca abandonada del todo, últimamente la agenda tenía un día a la semana para el ensayo gastronómico-musical de Kunta Quintet, donde Fray Sven de Escandinavia no pocas veces nos ahumaba un salmón mientras preparábamos un tema de Cole Porter. O de Jobim o Django Reinhardt, pues ese era el tipo de música que últimamente hacíamos. Un ejemplo en youtube, con una formación alternativa.
Nunca habíamos dejado de mantener algún tema de los Beatles en el repertorio y, en este grupo, habíamos incorporado When I'm sixty-four, por su carácter de pieza para banda de templete del parque en una soleada mañana de domingo, con su bajo sonando a tuba y unos clarinetes que suplíamos con guitarras o armónica. Tampoco la hemos olvidado para este concierto. En el enlace puede verse en youtube. También Till there was you, tema que ya cantábamos con Almenara en el Samoa en el 80.
Bueno, pues la noche del viernes 10 de mayo, allí estábamos en el Teatro Circo de Albacete. Encima de ese inmenso escenario sobre el cual hemos visto a las primeras figuras del jazz mundial. Es la segunda vez en mi vida que lo piso para tocar. La primera fue hace cuarenta años, con Pascual y Enrique, batería y bajo de la orquesta Singuel, pues José María Parra, el pianista, pidió nuestra colaboración para acompañar a sus alumnos de la Universidad Laboral en un montaje que en clase de música hicieron sobre "Jesucristo Superstar". Después hubo que acompañar a niños repeinadísimos que cantaban lindas melodías perseguidos por nosotros, musicalmente hablando, en el intento de acortar o alargar los compases según su inspiración y talante, mientras buscábamos por el mástil algún acorde que viniera al caso. Parra desistió de dirigirnos y movía las manos simulando llevar una caña de pescar, en lugar de batuta. Como se ve, aún recuerdo el trance, luego revivido cada vez que en las fiestas de algún pueblo se subía un espontáneo o la hija del concejal de festejos, que ya veréis qué bien que canta.
Uno, en tantos años, ya ha pasado por similares compromisos. Quinientas personas, en realidad, no son muchas, aunque todo un éxito para tal ocasión, si tenemos en cuenta que los asistentes estarán hartos ya de vernos gratis por las calles. Todo nuestro agradecimiento es poco para quienes pensaron que, a pesar de ser sus paisanos, conocidos, incluso parientes, merecía la pena el ir a vernos. De todas formas, si los 171.390 habitantes de Albacete hubieran decidido ir, habría sido un problema. Mejor así.
Uno, en tantos años, ya ha pasado por similares compromisos. Quinientas personas, en realidad, no son muchas, aunque todo un éxito para tal ocasión, si tenemos en cuenta que los asistentes estarán hartos ya de vernos gratis por las calles. Todo nuestro agradecimiento es poco para quienes pensaron que, a pesar de ser sus paisanos, conocidos, incluso parientes, merecía la pena el ir a vernos. De todas formas, si los 171.390 habitantes de Albacete hubieran decidido ir, habría sido un problema. Mejor así.
Haber perdido la cuenta del número de escenarios a los que se ha encaramado uno en su vida no quiere decir que la situación no imponga. Cuando ves a tanta gente mirando hacia ti, siempre te invade una cierta inquietud —Bueno. ¿Y ahora qué?—, y te dan ganas de mirar hacia donde ellos, es decir, hacia tu espalda, por si está ocurriendo algo. Incluso de salir corriendo, aunque últimamente he perdido mucho reprís. Todo eso acaba con la primera nota, aunque la voz, instrumento más sensible que las guitarras, puede temblar un poco, más de emoción que de miedo. No hay espacio aquí para intentar recoger las cosas que, a retazos, pasan por tu cabeza mientras cantas Let it be o Yesterday, por ejemplo.
Además, hay que recordar la letra, cada uno con su técnica. La mía es una esquizofrénica doble contabilidad cercana a la de los traductores simultáneos: cantar algo mientras vas anticipando qué viene después. Es lo que más me inquieta. Mucho menos la guitarra que tocas a la vez y que apenas requiere atención. Es como respirar. Si acaso mantener esa nota La aguda que suple a los violines, mientras tus dedos pasan por FM, Emsus, A#5, All my troubles seem so far Dm away, Dm7 y Bb7M. El dedo gordo ya se ocupa él de ir marcando las notas del bajo.
Todo el mundo debería hacer un breve retiro, unos sencillos ejercicios espirituales, consistentes en ensayar duro hasta conseguir hacer con otras personas un acorde a cuatro o cinco voces que salga afinado y compacto. Preferentemente el tachunda final de un bolero, con su sexta, novena o séptima mayor, que da gloria. Les cambiará la vida. Es como haber escalado juntos el Himalaya, o regresar vivos después de un mes perdidos en la selva, apoyándose el uno en el otro. Crea una camaradería y complicidad que quienes no han hecho música en su vida morirán sin conocer. Algo muy cercano al amor. Por eso, resulta difícil de catalogar la relación que puede llegar a establecerse entre personas que ya no tienen que ensayar, que se miran y saben que a ti te toca la quinta. A veces sin mirarse, pues cada uno sabe las fichas de los demás. Dos músicos compenetrados son una temible pareja de adversarios en el dominó o en el mús.
Cuento esto, porque son cosas que se te pasan por la cabeza mientras escuchas como tu voz se diluye en ese acorde final de voces en "Golden Slumbers/Carry that weight/The end" que puede ser sublime o arruinar el tema. Igual que olvidarse de la letra, lo que puede llevar a perderte en el mapa de la canción y asomar por los cerros de Úbeda, mientras el resto anda por los Picos de Urbión. Cuando me decida a escribir un libro sobre la parte contable de nuestra historia, seguro que llegamos a episodios cuyo recuerdo nos hace ahora más gracia de la que nos produjeron en su día y en el escenario.
Termino con un escrito que envié hace unos días a mis amigos y que encuentro oportuno reproducir aquí, junto al enlace a algunos vídeos del evento:
Queridos amigos:
Anoche tuve la satisfacción de ser descubierto como músico,
de forma poco menos que póstuma. Algo inesperado y desconcertante. Una
impagable vivencia más para compartir con mis queridísimos compañeros de farándula
de toda una vida, hallados ahora junto a mí por algunos conciudadanos en la
misma excavación. Resulta que el hombre de Neanderthal ya sabía hacer fuego. ¡Quién
lo hubiera imaginado! Creo que algunos de mis amigos músicos que compartieron
escenario en el evento deben de haber sentido algo similar.
No sabíamos que dejábamos el abrigo sobre una obra de arte
hasta que Duchamp expuso un perchero en un museo, aunque colgado del techo. No quiero pensar que,
en este caso, es el espacio donde algo se muestra lo que eleva a categoría de arte lo mostrado, rueda de molino con que el llamado arte moderno ha
conseguido hacer comulgar a muchos. Acostumbrados a ser músicos de verbena,
profesión dignísima, nos sorprende que lo que hace treinta años hacíamos, a veces sobre
un remolque de tractor contra los muros de la iglesia en la plaza del pueblo,
sorprenda hoy gratamente cuando se interpreta sobre el mismo escenario donde
hemos visto a Brad Meldau, Kenny Garrett, o Ara Malikian, por citar a alguien.
Desde que el Nido de Arte, nuestro nido, cerró sus puertas, a duras penas hemos conseguido mantener el contacto con los queridos compañeros y amigos que allí nos reuníamos a tomar una copa, un cóctel de música, risas y palabras, y asombrarnos del ingenio que tal aquelarre hacía destilar al ectoplasma que entre todos invocábamos con nuestros conjuros, sahumerios y pócimas a base de Alhambras y ron de caña.
Desde que el Nido de Arte, nuestro nido, cerró sus puertas, a duras penas hemos conseguido mantener el contacto con los queridos compañeros y amigos que allí nos reuníamos a tomar una copa, un cóctel de música, risas y palabras, y asombrarnos del ingenio que tal aquelarre hacía destilar al ectoplasma que entre todos invocábamos con nuestros conjuros, sahumerios y pócimas a base de Alhambras y ron de caña.
Durante años, los martes, y luego los
jueves por la noche, cuando ya no nos permitían disfrutar de los casi semanales
conciertos de Jazz programados por Germán y la Asociación de Amigos del Jazz de
Albacete, muchos de nosotros y otros buenos amigos que ayer nos acompañaron
desde el patio de butacas del Teatro Circo, hemos ido cambiando el sueño por la
mutua compañía, la buena música, la conversación y el ingenio que se derrochaba
sobre el mármol de las mesas del Nido de Arte. Aunque era gratis, acudían pocos
pero fieles contertulios, para charlar, escuchar música, cantar y reír. Irreparable
pérdida haber dejado morir al segundo club de jazz más antiguo de España por
falta de protección e interés por parte de quienes deberían defender la
cultura. Incluso quien no frecuentaba el lugar, reconoce ahora que el Nido ha
sido, durante cuarenta años, uno de los focos culturales más activos de
Albacete.
Allí hemos pasado ratos inolvidables escuchando, conversando —y tocando con ellos a veces al terminar el concierto— con docenas de músicos como Antonio Serrano, Crispy Duck, ingleses enamorados del vino de Villarrobledo, Grahan Foster, que seguía tocando mientras quedaran cervezas y alguien en la sala, y hasta a la Big Band de Almansa que ocupaba la mitad del local. Se me saltan las lágrimas al hablar de tal pérdida.
Allí hemos pasado ratos inolvidables escuchando, conversando —y tocando con ellos a veces al terminar el concierto— con docenas de músicos como Antonio Serrano, Crispy Duck, ingleses enamorados del vino de Villarrobledo, Grahan Foster, que seguía tocando mientras quedaran cervezas y alguien en la sala, y hasta a la Big Band de Almansa que ocupaba la mitad del local. Se me saltan las lágrimas al hablar de tal pérdida.
Volviendo al concierto de los Beatles, tal vez el reconocimiento
del público hacia lo que allí se escuchó se deba a que perciben que a ciertos
temas que ya forman parte de nosotros, aunque aparentemente sencillos, hay que
acercarse con modestia, mimo y respeto, pues no hay nada tan fácil que no se
pueda hacer mal. Cuestión de sentimiento más que de virtuosismo. Cierto es que
tocamos ahora temas que nosotros escuchamos en vinilo en su editio princeps, recién grabados por The Beatles cuando nosotros teníamos
poco más de 10 años. Estas canciones nos empujaron a empezar a tocar la
guitarra.
Intentando relativizar las felicitaciones y aplausos, siempre
bien recibidos, más mérito tuvo descubrir al respetable en los bailes del Surco
en 1974 temas como “¡Oh, what a night”
de Frankie Valli & the four seasons, “Sir Duke”, de Stevie
Wonder, y cosas así, dentro de repertorios en los que nunca faltaba alguna
bossa-nova, un blues bailable, junto a los imprescindibles —y hermosos—
pasodobles y boleros. O “Cabaret”, con arreglos de mi querido y añorado José
María Parra, todo un director del conservatorio, al que no ofendía el hecho de tocar
con personajes como Pascual o yo mismo. Con Antonio a la trompeta, Vicente al
clarinete y Pepe al trombón, Parra, con su piano y sus partituras escritas de
un tirón, conseguía hacernos tocar ese tema como una banda de Dixieland.
De heróica y suicida habría que calificar la selección de bailables
que “Visiones”, mi primer grupo, ejecutamos en el Hotel Central en la Nochevieja
del 69. Así, a bote pronto, recuerdo “My crime” de Canned Heat, "Gloria", de Van
Morrison, "Baby, come back", de Eddy Grant & The Equals, y más blues: —"The blus, blus, bluuuus.... mi-sol-mi"—. Dos guitarras,
bajo y batería, con solos de diez minutos estoicamente soportados por los que
despedían el año mientras atacaban los langostinos, mirándonos por encima de
las gafas y temiéndose lo peor. Cuando, por la calle, alguien me dirige una
mirada aviesa, sé que esa Nochevieja del 69 estaba en el Hotel Central. Por
aquel entonces, con 15 años, pensábamos que los pasodobles eran algo propio de
la banda de Liria, no exigible a un grupo pop digno. Empezamos a ganar algo de
dinero cuando músicos más expertos nos sacaron de tan estúpido y engreído error,
producto de nuestra extrema bisoñez.
Tomando una copa después del concierto, le pregunté a
Pascual cuándo fue la primera vez que estuvimos juntos en un grupo. Me dijo que
en 1973. Fue en Villarrobledo, con Círculo 1, junto a Palmiro, Agustín
Pellicer, Julio y Fermín. Vivíamos entre el Círculo y el Zabi. Luego nos unimos
a Los Singuel (No recuerdo si lo escribían así, pues debía ser Singers o
Swingers. Tal vez Singles). Pippo, el batería italiano que dejó el puesto a
Pascual, había tocado anteriormente en la orquesta de Pérez Prado. A partir de
ahí, con Pascual, Segis y Paco Arteaga, una historia de 40 años de
coincidencias y separaciones, en muchos grupos que, en realidad, eran
permutaciones de diez amigos tomados de cinco en cinco. Desde el 81, cuando
formamos Almenara, he dejado la música varias veces. Siempre que he vuelto ha
sido para reencontrarme con ellos. Y ya soy muy mayor para cambiar, queridos
compañeros, que dice otra canción.
En la foto anterior, feria de Albacete en la Caseta de los Jardinillos, íbamos de teloneros de "Los Panchos", con quienes hemos coincidido un par de veces. Cantamos esa noche el "Bolero de Mastropiero" de Les Luthiers, que es al bolero lo que el Quijote a la novela de caballerías. Aquí se puede escuchar ese tema grabado en directo en una actuación en el Nido de Arte.
Con Cristal, dábamos paso a Los Bravos tocando Black is black, toda una maldad. Es algo que solíamos hacer con los grupos famosos con quienes compartíamos escenario.
Abajo, en Imaginalia. Es uno de los lugares con peor acústica del mundo. En Grecia hubieran ejecutado al arquitecto.
Haber leído miles de libros, escuchado un millón de canciones y tocado gran parte de ellas, si bien no ha resultado una actividad especialmente lucrativa, refractarios como somos al beneficio económico, al menos deja un poso de referencias, frases y emociones que nos sirven como filtros para analizar y hacer que las ideas, siempre etéreas y difusas, se solidifiquen y tomen cuerpo, negro sobre blanco, en el papel. Mientras intentas que ideas, sensaciones y sentimientos tomen consistencia, precipiten y acaben cristalizando, sueles recordar la forma en que alguien ha conseguido destilarlos en mejor alambique que el nuestro.
Para el Nido ¿qué mejor forma que como lo reflejó Gato Pérez sin conocerlo siquiera en "Ebrios de soledad"? —"Este bar fue nuestra vida [...]"— Para mis amigos de siempre, elegida familia con quienes he
recorrido miles de kilómetros por carreteras que nos llevaban a alegrar
las fiestas de pueblos y villas, viajes de los que lamentablemente algunos no regresaron con nosostros, recurro a Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, con "Queridos compañeros":