El 16 de abril de 2015, día de
san Magno de las Órcadas, san Drogón y san Toribio de Liébana, entre otros
preclaros santos varones y hembras de acrisolada virtud, primer día que
despertamos en Germania, fue el único en que desayunamos fuera de casa.
Buscando un lugar bonito con mesas en la calle, que lucía un buen sol, dimos
con la estación de tren, céntrica, hermosa y acogedora. Por antigua, lejos de
los habituales espacios inmensos llenos de aceros inoxidables y luces frías. En
una mezcla de todos los idiomas Pascual nos demuestra que con el dominio de
unas cuantas frases y palabras de alemán, inglés, italiano, francés y español sobra
ciencia para conseguir que nos saquen a la calle unos cafés con leche y
panecillos con mantequilla y mermelada, ya generosamente aplicadas sobre unas
tostadas sin tostar. Hacer tan buen pan es un signo de civilización, o mejor
dicho de que un supuesto avance de la misma no ha hecho olvidar ese arte
antiguo de amasar y hornear en condiciones, mal que padecemos en España.
Repuestas las fuerzas vamos
para el centro, cerca del puente principal sobre el Mosela y los embarcaderos
de los barcos turísticos, disfrutando de las vistas al castillo y del inusual
skyline de tejados agudos, fachadas con vigas, iglesias y bares. Me detengo en
un rincón que ofrece un panorama que merece ser dibujado y tomo asiento en la
terraza de un bar que vende una cerveza que merece ser bebida. Estoy al lado de
la Elder Gate, una de las tres puertas de la ciudad medieval que en 1689 atravesó
la soldadesca de Luis XIV con fines menos pacíficos que los míos. De paso
hundieron el castillo, pues los ejércitos franceses tenían tal delicada
costumbre y solían perpetrar esas finezas y otras peores cuando conquistaban
una ciudad. Estas son tierras fronterizas acostumbradas a ser invadidas por sus
vecinos. Incluso España las ocupó desde Luxemburgo, cuando los Países Bajos
eran españoles o cuando España era flamenca, que ambas interpretaciones podrían
sostenerse. Formó parte de Francia durante mucho tiempo.
Siguiendo el recorrido por
Cochen, lugar turístico visitado, según veo, principalmente por alemanes,
tropezamos con grupos de jubilados a los que han sacado para que se oreen, capitaneados
por guías que portan un estandarte como los lictores romanos llevaban las
fasces y las hachas, sin la leyenda SPQR, pero con mastilillo coronado por
colorido cartel para que no se les disperse la renqueante centuria. De paso veo
un cojo, algo que me consuela, comprobando que allí también los hay a pesar de vivir
en tan desarrollado país. Aunque más ágiles e inquietos, pero no menos modosos
y disciplinados, también bullen grupos de escolares a los que sus intrépidos
maestros llevan de excursión para contarles la historia del lugar, mostrarles
hasta donde llegó el agua del Mosela el 23 de diciembre de 1993, día de san
Frideberto, (varios metros sobre nuestras cabezas), pasearlos por esas calles y rincones de
arquitectura castiza, parar para que compren un imán de nevera y un chambi y visitar
el castillo antes de darles un paseo por el río en esos inmensos barcos
desparramados y perezosos. Me solidarizo con los atrevidos docentes, rogando mentalmente
por que no se les pierda ningún discípulo y puedan devolverlos todos a sus
padres, para su desesperación.
Llevamos menos de un día
expatriados y las hambres se nos desatan anticipadamente, lo que muestra que
nuestros biorritmos se adaptan rápidamente al nuevo ecosistema. Como para
salchichas tiempo habrá que, aunque por ahora no tienen patas, imposible
resulta escapar de ellas en estas tierras, optamos por un restaurante italiano,
que por aquí abundan. Lo elegimos atraídos por el sol que caía sobre su
terraza, elevado mirador sobre el río, el puente y las calles. El camarero, que
es alemán, desconoce el español, ignora el
inglés y no entiende el italiano en que está escrito el menú que nos
ofrece, por lo que hay que recurrir de nuevo a la lingua franca de Pascual y a los
signos digitales, no con ceros y unos, sino señalando en el menú con el índice.
Logramos hacemos traer unas cervezas y unos espaguetis bastante bien cocinados de
los que Paco y yo conseguimos comer casi la mitad, igual que Segis que no pudo
con su pizza, pues generosos en las dosis hay que reconocer que son estos
teutones. Pascual en su línea. Como un náufrago. Si tuviera alas no
desentonaría entre una bandada de buitres en el desierto de Arizona. El café
muy bueno, cosa rara según tendré ocasión de comprobar. El precio nuevamente
sorpresivo por razonable. Si a nosotros no nos parece caro, más siendo un
restaurante céntrico en un lugar turístico, para los sueldos alemanes debe de
resultar en verdad económico.
Visita a la oficina de
información turística con el resultado final de acabar informándoles nosotros a
ellos de que había un evento musical que ellos mismos desconocían y sobre el
que queríamos recabar más detalles. Al salir vimos colgando del puente un enorme
cartelón que lo anunciaba a escasos metros de la mentada oficina, quedando así
disipadas nuestras dudas. En todos sitios cuecen habas.
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De nuevo en la orilla del
Mosela, que como el Júcar, el Segura o el Cabriel, es un río, pues el idioma es así de juguetón y llama de igual forma a cosas muy diferentes. A veces procede al
revés. Eso hace posible la literatura. Nos encaramamos a un barco no menos
descomunal que en pocos ríos españoles se podría enhebrar pero que allí puede dar
la vuelta y sobra río para varios portaaviones. Enorme. De agua andan sobrados,
concluyo. Subimos a la terraza del barco de cubierta y dos pisos, no sin
grandes esfuerzos por mis partes, y nos sentamos a ver el paisaje desfilar a
babor y a estribor, que maravilla es que sea el paisaje el que se mueva, no
nuestro renqueante organismo. Una sucesión de postales. Casas con tejados afilados,
labor de sacapuntas, como flechas apuntando al cielo, fachadas de colores con
sus vigas vistas, que de lejos semejan radiografías arquitectónicas, castillo,
iglesias, montañas, árboles y enormes taludes forrados de unas cepas que se retuercen
agarrándose a las pizarras del suelo como buenamente pueden para no despeñarse
desde sus majuelos casi verticales. Como gran parte de su vitalidad se empleará
en sujetarse, supongo que no les quedarán demasiadas fuerzas para dar muchas
uvas. Las nuestras, mejor acomodadas en los llanos, agradecen tal confort con
más abundancia, grado y dulzor. Pero Alá es el más sabio.
En nuestro imaginario
lingüístico, en alemán las más de las palabras terminan en ‘en’, con perdón de
la redundancia. Menos pensión, que se escribe igual, aunque sin tilde. En
realidad me entero de que solo ocurre así con los infinitivos usados como
sustantivo (el viajar: das reisen, el aprender: das lernen), los diminutivos
(das vogelchen o mädchen, el pajarito o las jovencitas, respectivamente). En
general, con los vocablos considerados neutros como el artículo usado indica.
Pero es igual, para un español guitarra debe ser ‘guitarré’ en francés, ‘guitarri’
en italiano y ‘guitarren’ en alemán, macarrónicamente hablando. Por supuesto,
en ruso, sabido es que se dice ‘guitarrof’. Tal vez ellos lo ignoren, pero así
es. Viene esta erudita disgresión al caso porque resulta que al decir Cochen,
ciudad en donde estamos, la h aspirada hace que al oído suene ‘Cojen’. Por eso
me siento aquí como en casa. Mi garrota también, según me cuenta. Gracias a esa
miserable condición siempre pudimos dejar el coche en sitios cercanos sin
llenar de euros los parquímetros. Como Brian, always look on the bright side of life, siempre que el
dolor de piernas o de lomos nos permita levantar la vista del suelo.
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Antes de retirarnos a nuestras habitaciones en
Villa Tusculana, pasamos por un supermercado a llenar la nevera de viandas para
complementar los embutidos y quesos que habíamos importado de España. Los
tomates, lechugas, cebollas, zanahorias y demás floras y verdines que compramos supongo que también
eran carpetovetónicos, de esos que Pascual les traía en su tráiler. El aceite
seguro porque llevaba una bandera española, lo que revela que allí conviene
ponerla. Si el aceite de oliva mostrara en España nuestra bandera en la
etiqueta, medio país le haría ascos y buscaría otro de Turquía o de Grecia. O
usaría aceite de American Standard Oil o de British Petroleum. Somos así de
gilipollas, en términos científicos. Los espirituosos, de donde se acostumbra y
la cerveza alemana. También compramos pan y unos huevos fritos, aunque allí también
los venden crudos aún. Por el camino nos freíamos encima.
Cena en amor y compaña, café cortado con leche
evaporada que lo hace cremoso que amorosamente prepara Pascual, copa en la
terraza echando un cigarrito, que dentro no se fuma y ascenso final a una
habitación de cama inmensa, excesiva para uno solo pues realza las ausencias,
cuidado extremo con un techo abuhardillado donde más de uno se habrá despuntado
las astas, mirada por la ventana al Mosela, aprovechamiento último de los
güifis para contactar con la familia, despedida y cierre hasta mañana, que toca
ir a Frankfurt a pasar envidia en la feria de música.
Vale.
En esta ocasión no voy a comentar nada sobre dibujos y acuarelas. Sólo quiero decir que es un placer leerte, amigo.
ResponderEliminar¡Qué bien escribes!
Un abrazo, Pepe.
Tanto en cuanto, postrado a vuestro pies, admirador y deseoso discípulo vuestro, en las lides cervantinas,
Eliminarno es que literariamente, os admire, si no que os venero, A LOS DOS !
Tu relato, Pepe, me acerca a mis sesaciónes, al pisar Flandes por primera vez, con tu pluma, se realzan,
y enaltecen. BRAVO !
Tu dibujo a pluma, antes de colorearlo, de Coghem, me ha gustado por espontaneo y freco.
Y todo tu relato, como he dicho, me ha dejado alucinando salchichas con chucrut.
Muchas gracias, amigo Oñera.
EliminarQue tú precisamente elogies mi forma de escribir es algo que me resulta muy gratificante.
Espero que las siguientes jorandas de este viaje no te defrauden.
Un fuerte abrazo.
Agradecido, amigo Fernando, por tu interés y tus alabanzas acerca de mi reportaje del viaje.
EliminarTambién me alegra que no las encuentres muy disparatadas y que te recuerden ese terreno que conoces bastante mejor que yo.
A las salchichas con chucrut ya llegaremos.
Un abrazo.
¡¡¡ Cielos !!! Tan abrumadora descriptiva ha conseguido trasconejar todos mis sentidos. He olido ,y visto , salchichas tan gordas como la cabeza de un pulpo. He sentido cierto mareo mientras la barcaza giraba a la derecha, ¡Vaya por Dios!, sintiendo zozobra por si zozobraba. La cerveza, para mi gusto demasiado fría, me ha calado hasta los postizos y eso sí, ¡ya el colmo! , la cama que me tocó en suerte era demasiado angosta para mi exuberante humanidad.
ResponderEliminarDesde luego, la próxima vez que vayamos me llevo algo de más abrigo.
No te abrumes, Germán, que no eres persona fácil de sorprender con discursos, más o menos floridos.
EliminarMe alegra que nos acompañes mentalmente en el viaje. Como nos conoces, ya te das una idea del ambiente y de los diálogos entre los peregrinos, sus comentarios, observaciones y descojones.
Sobre el abrigo, como ya contaré, uno nunca acierta, sobre todo en esas fechas, con cambios de temperatura que hacen que uno no acierte nunca con la indumentaria.
Un abrazo, abad.