El 31 de mayo de 1631 dos galeones españoles habían partido
del puerto del Callao, en Perú, cargados
de riquezas. El 17 de junio ya estaban llegando a su destino, Puerto Perico en
Panamá, para de ahí atravesar el Atlántico hasta España. Siendo las once de la
noche, cuando se acercaban a la costa sorteando las islas de Las Perlas, en
principio sin mayores peligros, desde la nao capitana, Nuestra Señora de
Loreto, que ya había atravesado la zona que podía ofrecerlos, se oye un gran
estruendo al encallar en unos bajíos la nave almiranta que la seguía, el galeón
San José, que pronto se parte en dos arrojando al fondo del mar el cargamento
de oro, plata, esmeraldas y otras joyas que con tanta necesidad como siempre se
esperaba en la corte española.
El capitán que desde la capitana escucha estupefacto en la
oscuridad lo que sucedía con la otra nave, a la que había avisado con un
cañonazo de que había atravesado los arrecifes con bien, era el general
Bernardino Hurtado de Mendoza. Consiguió salvar a 61 de los 62 tripulantes,
pero la carga quedó en el mar, salvo lo poco que los buscadores de perlas
pudieron recuperar. Es algo que leo hoy mismo en El País, entre algunos
desastres más, y es una información que parece estar esperándome. Conocía el caso,
pero no los detalles del naufragio, y lo que me hace detenerme en esta noticia
antigua y oportuna es que hay una época en la historia de España, varios siglos
de ella, en que en todos sitios aparece en primera fila un miembro de la
familia Mendoza.
En la zona en la que nos movemos habitualmente, Albacete y
el levante cercano, territorios del Marquesado de Villena, la familia
predominante fue la de los Pacheco. En nuestro viaje a Sigüenza atravesamos los
territorios de otra familia poderosa, en este caso la de los Mendoza. Aunque ambas eran familias antiguas y ya bien
situadas en las cortes de Juan II y de Enrique IV en la segunda mitad del siglo
XV, es la sucesión de este último la que marca los destinos de ambas familias.
En la guerra en que se dirime el trono de Castilla, Diego López Pacheco y
Portocarrero, marqués de Villena, apuesta por Juana, la Beltraneja; los Mendoza
en bloque por Isabel.
MORALEJA.
MORALEJA.
Cuando alguien se apuesta el patrimonio, a veces arriesgando
el común o el ajeno más que el propio, puede doblarlo o puede perderlo, cosa
que ocurre en las carreras de caballos, las timbas y en las guerras dinásticas.
Luego el apostante, sea una persona, una familia o un territorio, suele pasarse
siglos lamentando las consecuencias de no haber acertado al elegir caballo —en
este caso reina—, llorando tanto por lo perdido como por lo que esperaba ganar.
Hay que apostar con más tino o sufrir en silencio, aunque luego queden los
deudos varias generaciones maldiciendo al tatarabuelo que se jugó la bodega. Los más despistados y rencorosos culpan al que se la ganó. Le
ocurrió al marqués de Villena y le pasó a Barcelona en 1714 en otra guerra de
sucesión, agravando innecesariamente hasta la tragedia la situación por el
empecinamiento suicida de quedarse solos y no rendirse cuando ya todo estaba
perdido. Murieron muchos pobres para defender los antañones privilegios de los
ricos, cosa habitual. Enterrados los muertos, publicados los decretos de Nueva
Planta, Casanova, mártir al que hoy llevan flores, siguió ejerciendo de abogado
plácidamente, aunque ahora deponiendo sus alegatos en castellano, que hasta
entonces se hacían en latín. Todo ello después de que Felipe V, el odiado
Borbón, desescombrara la maraña tradicional de viejos fueros y reglamentaciones
y eliminara o suavizara fielatos y fronteras. Eso de desescombrar, algo que
puso las bases del desarrollo y prosperidad de todo Aragón y especialmente de Cataluña,
es algo que opinó y razonó Vicens Vives, aunque Bilbeny y Cucurrull vivan mejor
que vivió ese verdadero historiador gracias a defender lo contrario, cierto que
con menos fuste, pues más rentable suele ser defender lo falso que lo cierto. Reclamaciones
al maestro armero, haber elegido muerte. A mi escaso juicio hoy en día también
están poniendo encima del tapete verde cosas importantes que pueden perder en
su intento de ganar más de lo que ya tienen, que no es poco, mucho más que el
resto del país al que desafían con sus envites de farol y sus embestidas a la
ley, siguiendo la hispanibunda tradición de los pronunciamientos. El juego siempre
es cuestión de avaricia, de impulso irreflexivo, a veces suicida, más cosa de
vísceras que de razones. En una timba no se dirime lo que es justo sino lo que
es ambicionado. Llega a ocurrir, como es el caso, que el apostante se juega
cosas que no son suyas, algo que une la indecencia a la irresponsabilidad.
Incluso hay quien, clueca de repúblicas hueras, hace sus puestas en Waterloo,
mal sitio para apostantes supersticiosos.
Salimos de Albacete hacia Sigüenza. Por las fuertes lluvias
anunciadas, elegimos ir por Madrid, en lugar de por el interior de Cuenca o por
Valencia y Teruel. Llueve pero no demasiado. Lo malo de ir a un sitio
interesante es que pasas de largo por muchos otros lugares que también lo son.
Cerca quedan Segóbriga, Uclés, Alcalá de Henares, que también merecerían una
visita. Nos consolamos viendo cerca de Arganda cientos de cigüeñas al lado de
la autovía. No puedo parar a hacerles una foto, que no es cosa normal verlas en
tanta abundancia. Están posadas sobre las farolas, volando o encaramadas en
cualquier cosa elevada, aunque la mayoría se arraciman en los bancales con cara de aburrimiento, pues
hoy en día andan sin trabajo.
Al frente hay muchas nubes de dos cosechas distintas: al
fondo unas blancas y algodonosas que están quietas, con la parte baja recta
como comida por las cabras; delante de ellas hay otras que se mueven con
rapidez hacia el oeste, rotas y dispersas, oscuras y amenazantes. Sigue
lloviendo.
Evitando Madrid por la M50, empezamos ver el paisaje cambiar
cuando vamos llegando a Guadalajara. Ya de entrada la abundancia de arbolado,
fresco y brillante por la lluvia resulta reconfortante después de tanto
secarral. Hace rato que hemos ido atravesando el territorio de los Mendozas o
de familias emparentadas, como los Carrillos de Huete o Priego, pero ahora
llegamos a la capital de sus feudos. Enseguida nos topamos con el Palacio del
Infantado vigilado por la estatua del Cardenal, que hoy se refleja en los
charcos.
Camilo José Cela, en su Viaje a la Alcarria, el primero, el
que hizo andando, sin Rolls Royce ni choferesa negra, nos cuenta que en 1941,
cuando él pasó por aquí, el palacio estaba en el suelo y que debió de ser un
hermoso edificio. Estaba derrumbado desde 1936, y no entraremos en más
detalles. Se reconstruyó tal cual era, salvo los artesonados mozárabes que
fueron irrecuperables.
Jenaro Pérez Villaamil lo había pintado varias veces antes
de su ruina y a partir de sus dibujos se publicaron maravillosos grabados en la
“España Artística y Monumental”. Hoy es Museo. Cuando además era biblioteca,
dirigida por Blanca Calvo, asistimos unos días a unas Jornadas sobre Literatura
Infantil y llegamos a cenar en la majestuosa balconada superior. Luego, obra de
teatro y fiestecilla de despedida en el patio que también pintó Villaamil. Que
parte de los libros fueran trasladados de este palacio al de Dávalos por una
cadena humana resulta reconfortante, por las personas que realizaron el
traslado y por los lugares elegidos para guardar y leer los libros en
Guadalajara.
En este palacio renacentista tuvo antes su biblioteca y escribió sus versos el I Marqués de Santillana, don Íñigo González de Mendoza; aquí nació en 1428 su hijo Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España, aquí se casó Felipe II con Isabel de Valois en 1559 y por allí rondaría la Princesa de Éboli, hija de Diego Hurtado de Mendoza, virrey del Perú, aunque ella vivió en su palacio ducal en Pastrana, un tiempo encarcelada.
En este palacio renacentista tuvo antes su biblioteca y escribió sus versos el I Marqués de Santillana, don Íñigo González de Mendoza; aquí nació en 1428 su hijo Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España, aquí se casó Felipe II con Isabel de Valois en 1559 y por allí rondaría la Princesa de Éboli, hija de Diego Hurtado de Mendoza, virrey del Perú, aunque ella vivió en su palacio ducal en Pastrana, un tiempo encarcelada.
Cuando Guadalajara, Nueva Galicia, fue fundada en México por
veinte familias de españoles comandados por Nuño Beltrán de Guzmán, el más
joven de los colonos y conquistadores era Diego de Hurtado, otro Mendoza, con
15 años. Ambos eran de la Guadalajara alcarreña. Entre los virreyes del Perú
encontramos dos Mendozas. También encontramos personajes de esta familia en la
victoria de Isabel la Católica sobre la Beltraneja, en el asedio y toma de
Granada, siendo un Mendoza el que bendijo el reino recién conquistado, como lo había en las negociaciones con Colón para financiar su expedición, en el
concilio de Trento, en la expulsión de los judíos, en la Inquisición, en la
corte, en la implantación del estilo renacentista en España y prácticamente en
todos los episodios decisivos de esa época. Del Cardenal Mendoza hablaremos
cuando lleguemos a Sigüenza.
Poco tiempo estuvimos en Guadalajara, que queríamos llegar a
comer a Sigüenza y además llovía y no era cosa de callejear andando ni de
sentarse en una terraza. Recorrimos la ciudad en el coche y al final de una
calle curvada y sin salida dimos con los restos casi ruinosos de una iglesia
mozárabe. La Iglesia de San Gil. Una preciosidad que hubo que fotografiar y
hacer dos rayas en el cuaderno para terminar un dibujo después. A finales de la
edad media había en Guadalajara una docena de ellas. Más tarde se
desacralizaron algunas dejando para el culto sólo cinco. Como es natural fue su
perdición. De ésta, cuando se declaró Monumento histórico-artístico en 1924 por
decreto de S.M. Alfonso XIII (q.d.g. como decía la Gaceta de Madrid) ya sólo
quedaba una capilla y un par de muros. Más tarde, por Orden publicada en el BOE
del 16 de enero de 1941 en la misma página que varias órdenes de depuración de
docentes, considerando que para poca salud ninguna y tras dictámenes de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Comisión Provincial de
Monumentos, se declara suprimida del catálogo Monumental y Artístico por su
estado incompleto y de poco valor, y además hay muchas. Milagro, pues, que
queden estos restos rodeados de unos edificios que, por comparación, muestran
la degeneración de la arquitectura, aunque algunos tomen por progreso al simple
paso del tiempo.
Seguimos ruta y lloviendo aún llegamos a Sigüenza. Prometedora
desde fuera, con las murallas del castillo como fachada, llegamos a la Plaza
Mayor, aparcamos junto a la oficina de Turismo, que tiene una hermosa fachada
renacentista y vamos a comer a “La Alameda”, donde sabíamos que se comía bien.
A partir de allí, ya vamos en busca de los amigos del V
Encuentro de Ladrones de Cuadernos, que habíamos quedado por la tarde en los
soportales de la Plaza Mayor. Lo contaremos en la siguiente entrada.
Joer Reverendo, qué historia tan interesante nos cuentas con tanto detalle. Todo eso es porque te lo has empollado antes de venir a este viaje... o ya te sabías todas esas cosas! Qué delicia escucharlas leyéndote. Parece mentira la influencia de esa gran familia de los Mendoza. Es increíble el poder que tuvieron y cómo dirigieron la histora de este país. El destino del país. Casaron y descasaron a los que les interesaba, siempre con la intención de aumentar sus propiedades y con ello el poder! En su día leí bastante sobre la Bertraneja... y cómo la apartaron, cuando era la auténtica sucesora... pero hoy ya he olvidado todo. Esa familia manejó todos los hilos de las sucesiones y unieron reinos y fuerza. Los dueños del mundo, en aquella época..
ResponderEliminarMira por donde ese famoso palacio del infantado se reconstruyó aunque dejaran los artesonados sin colocarlos. Donde estarán? Y todo ello gracias a los que nos dedicamos a dibujar. Somos artífices de salvaguardar la historia!! Seguimos siéndolo. Cuantas cosas, y bares he dibujado que hoy ya no existen... pero ahí quedan nuestros dibujos!
Interesante el destino de ese barco cargado de oro, pero consiguiendo salvar a la tripulación pero no el cargamento de oro y piedras preciosas. Entre estos sucesos y la flota inglesa... cuanto oro se perdió por ahí!!
Parece que has disfrutado como un enano con este viaje a esta zona que no conocías demasiado. Esto te hará volver! Juan Llorens esta tarde ya me estaba proponiendo volver a Sigüenza, porque quedó mucha cosa sin visitar. Y es que hay tantas...!
Bueno, veo que aún no has acabado de relatar todo tu viaje. Bueno... poco a poco!
Me regodeo cuando comparas la historia de 1714 de la guerra de secesión con el de Villena... y encima lo celebran!!! Bueno, creo que ante la incultura de la gente, cualquier cosa por derrota deshonesta que sea, lo utilizan para celebrarlo... y todos contentos! Hasta que el Bilbeny (vecino mío e impostor, que reedita la historia sin base alguna, ni pruebas contrastadas, que un día me lo quisieron presentar y me negué a saludarle) reconstruye la historia o "su" historia. Pues con esa gente... todos son catalanes... hasta Jesucristo (el que más).
Bueno amigo, he disfrutado un huevo con toda esa historia y guardo el otro para seguir disfrutando con nuevas aportaciones tuyas!
Un fuerte abrazo.
Algo había leído, como es natural, pero he buscado muchas cosas más al volver, que allí se me abrieron las ganas.
ResponderEliminarLos artesonados del Infantado ardieron y parte del edificiio fue irrecuperable, tal vez parte de los jardines que había. ¡La verdad es que viajando y leyendo uno se asombra y se pregunta que cuánto habría cuanto tanto queda después de siglos de guerras, saqueos, quemas, expolios y desdén.
Desde luego he disfrutado mucho y, efectivamente, es una zona que no conocía aunque he pasado muy cerca muchas veces.
Me alegra que mis comparaciones no te parezcan disparatadas, aunque hablando del tema es difícil no disparatar para estar a juego.
Acabo de publicar otra entrada aquñi y otra en Ladrones sobre los días en Sigüenza. Espero que te resulte interesante.
Un fuerte abrazo, querido Joshemari.