El caso es que no quedó uno contento. Demasiada línea, demasiado detalle. Seguramente se podía decir lo mismo, o casi, con bastante menos. Una paletina de dos pulgadas, de pelo de cerda, con perdón, como para pintar radiadores. Una mezcla de siena y negro de óxido de hierro, esa acuarela que unas marcas llaman Lunar black, otras negro de Marte y otras negro óxido. Cuanto más bonito y peregrino sea el nombre comercial, más caro lo venden, pero es el negro de magnetita de Kremer o el negro óxido de Van Gogh. El mismo pigmento. Como viene de pedruscos, puede cambiar el tono, unas marcas más cálido, como el de Van Gogh, o más frío, como el de Kremer o Daniel Smith. también intervendrá la molienda, y las partículas más o menos finas influirán en la granulación, uno de los encantos de este pigmento.
El caso es que se resolvió con pocas pinceladas. Casi se pueden contar. Menos detalle, pero seguramente dice más que las dos versiones anteriores.
La cosa hubiera quedado aquí, dándole vueltas a esas cosas que comento, la sugerencia, el parar a tiempo, la sencillez, la renuncia al detalle. Pero resulta que estaba leyendo un libro, bastante recomendable por cierto. «La hija del curandero», de Amy Tan, californiana de origen chino. Lo acabé anoche y, en uno de los últimos capítulos, me encuentro con este párrafo:
«—En cada forma de la belleza hay cuatro niveles de talento. Ocurre en la pintura, la caligrafía, la música y la danza. El primer nivel es la competencia. –Mirábamos una página en la que había dos dibujos idénticos de un bosquecillo de bambúes, una pintura típica, bien hecha, realista e interesante por los detalles de dobles líneas, una imagen que expresaba las ideas de la fuerza y la longevidad—. La competencia –prosiguió– es la habilidad para dibujar algo una y otra vez con los mismos trazos, la misma fuerza, el mismo ritmo y la misma sinceridad. No obstante, esta clase de belleza es corriente.
»El segundo nivel –prosiguió Kai– es la
excelencia. –Contemplamos otro dibujo de varios tallos de bambú—. Éste va más
allá de la competencia. Su belleza es
única. Y sin embargo es más sencillo que el otro, hace menos hincapié en los tallos y más en las hojas. Expresa a un tiempo fuerza y soledad. El pintor menor es
capaz de captar una de estas cualidades, pero
no la otra.
Volvió la página. La ilustración siguiente
era un solo tallo de bambú.
—El tercer nivel es lo divino —dijo—. Las
hojas son ahora sombras mecidas por un viento
invisible, y el tallo sólo es perceptible como una sugerencia de lo que falta.
Sin embargo, las sombras están más vivas que las
primeras, pues aquéllas tapaban la luz. La persona que ve
esto no tiene palabras para describir cómo lo han hecho. Por mucho que lo intente, el pintor no podrá volver a
captar el sentimiento de esta pintura, sólo una sombra de la sombra.
—¿Cómo es posible que la belleza sea algo más
que divina? –pregunté, sabiendo que pronto
oiría la respuesta.
–El cuarto nivel –explicó Kai Jing– es superior a éste, y todo mortal tiene en su naturaleza la capacidad de
hallarlo. Sólo podemos percibirlo si
no intentamos percibirlo. Se manifiesta sin motivación ni deseo ni conocimiento del posible resultado. Es
puro. Es lo que tienen los niños
inocentes. Es lo que los viejos maestros recuperan cuando han perdido
la razón y vuelven a ser niños.
Volvió la página. En la siguiente había un
óvalo.
–Esta
pintura se llama En el interior de un
tallo de bambú. El óvalo es lo que ves
si estás dentro, mirando hacia abajo o hacia arriba. Es la simplicidad de estar dentro, sin razón
ni explicación para ello. Es la
natural fascinación ante el descubrimiento de que todas las cosas guardan relación con otras, un óvalo de
tinta con una página de papel blanco, una persona con un tallo de bambú, el
espectador con la pintura.»
Aunque no consiga llegar a la excelencia, menos a lo divino, no me puedo resistir a hacer otra versión aún más simple. Otra paletina algo más fina, acuarela Lunar Black de Daniel Smith, aunque algo de siena quedaba en la paleta que no había limpiado demasiado bien. Ahora sí que se pueden contar las pinceladas, no sé si llegan a diez, incluyendo algunas manchas para aportar algo de sombra. Se me olvidó recurrir a esa técnica, también oriental, de poner más pigmento en un lado de la brocha que en el otro, como ellos hacen para dar relieve y curvatura a los troncos de bambú. Igual luego me animo a hacer otra probatura. Por ahora, así queda la cosa.
Bien por ese roble, cuatro veces recordado; por esas endrinas que esperan tu mano.
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