Sombras: Amatista y cerúleo. Flores: Quinacridonas. |
Cielo: Cobalto y cerúleo. Sombras tronco: amatista. Verdes: mezclas con jadeíta. |
Una cosa es emplear el dinero en probar cosas nuevas, algo que ya me he resignado a cometer; otra sería reincidir al adquirir un pigmento por el resplandor de su nombre o de su fabricante si he encontrado otro, a veces tres o cuatro veces más barato, que es exactamente igual. Incluso mejor.
Hay marcas con una larga presencia desde hace muchos años en el mercado. Casi dos siglos en algunos casos. Saber que esas marcas inventaron todo, desde algunos pigmentos y mezclas hasta la presentación en pastillas y tubos que, en el caso del óleo, permitieron por vez primera pintar en el campo, fuera del estudio. Sin ello, y sin otras cosas, claro está, nunca hubiera habido impresionistas y lo que les siguió. Pensar que usamos marcas que utilizaron pintores famosos que admiramos y vemos en los museos no es cosa menor, pero, siendo ya perro viejo, eso no justifica que paguemos por una tierra o por un pigmento barato y abundante, un precio injustificado. Puedo estirarme con algunos colores, un índigo, un lapislázuli o un cobalto, con otros no hay ninguna necesidad. Luego pondremos ejemplos, aunque ya hay docenas de entradas anteriores en las que se ha hablado de maravillas como el jade, la sodalita o la amatista. Son piedras semipreciosas, otro mundo, y por ellas sí merece pagar un precio que para un siena tostado, un ocre o un amarillo normal sería un disparate.
Lógicamente, marcas como Sennelier, Talens (Van Goh o Rembrandt), Windsor & Newton (Cotman o Artist), o Schmincke, gozan de un merecido prestigio. Un renombre y una seguridad que se paga, claro. Nunca nos equivocamos al elegirlas. Como ocurre con otras que hemos encontrado después, aunque algunas eran bien conocidas en otros países o por parte de otras personas más entendidas o aventureras que uno, que ya es decir. Maineri, Lukas, Mijello y alguna otra que comentaremos después.
Las hay que no cuentan con ese plus de ser marcas centenarias, como ocurre con Daniel Smith, un descubrimiento que me deslumbró en su día. Un catálogo extensísimo, una gama tan amplia que cuesta elegir entre tanto color. Dado su precio, siempre elevado hasta en los colores que no deberían serlo, como ocurre con todas las marcas de postín, lo mejor es limitarse a unos cuantos de ellos, los que son difícilmente reemplazables por opciones más asequibles. Si, como es mi caso como paisajista, uno busca algunos pigmentos que granulen mucho para realzar las texturas de piedras, troncos y suelos, tal vez, además de los ya citados lapis, jade, sodalita o amatista, podríamos elegir alguna de esas tierras raras en la amplísima lista de marrones, pardos y ocres.
Cerúleo, ocre amarillo, siena tostada y negro de Marte |
Eso del índigo auténtico parece capricho, exquisitez y derroche. Pero no. Hay unos pocos colores que son mezclas de la casa, llevan varios componentes y se suelen comercializar con nombres que no indican de qué son. De todas formas, todas las casas en sus productos indican los pigmentos que contienen, sea uno, lo deseable, o varios. Hay tonos muy usados que son mezclas afortunadas que mejor comprar ya hechas. Ocurre con el sap green, el verde Hooker, o algunos marrones de Schmincke inconfundibles. Otros, sin embargo, son mezclas con las que se intenta imitar un pigmento caro, como el cerúleo, la sepia, el índigo y algunos otros. No hay forma de hacer un cobalto, un ultramar, un lapislázuli y otros similares a base de mezclas. Pero sí algo que se parezca al índigo, o un marrón oscuro, vendido como sepia sin serlo o el caso del Pardo Van Dick, como pasa con el cerúleo. Para conseguirlos recurren al blanco y al negro, consiguiendo unos colores espesos, pintureros en exceso, cubrientes y fangosos. Hay que evitar tal cosa. O pagando marcas caras o buscando entre las baratas cosas más convenientes.
Talens y Windsor & Newton tienen dos gamas, una profesional y otra más económica, Rembrant y Artist las mejores, Van Gogh y Cotman, las más económicas. En muchas de ellas aparece un color apellidado 'hue'. Indica tono conseguido mediante mezclas. Probando, llega uno a la conclusión de que, para buscarle diferencias decisivas a un siena tostada o un ultramar de las series baratas respecto a las caras, ya hay que afinar. Incluso te puede gustar más el ultramar de Van Gogh que ningún otro, especialmente si lo vas a mezclar con su siena tostada. Cuestión ya de gustos, no de calidades. Con el cerúleo ya es otra cosa, mejor el caro. Los índigos, salvo Kremer, que conozco y uso desde hace más de diez años, y algún otro fabricante que últimamente he encontrado, que también lo cobra bien por cierto, ninguno es el genuino, obtenido de la planta indigotera tinctoria. Y no hay color, nunca mejor dicho, si los comparamos con todos los demás, que llevan un azul y negro.
En las buganvillas, flores o luces doradas, nada hay como las quinacridonas. Las descubrí de Daniel Smith y probé toda la serie, desde rosas pálidos hasta morados oscuros, pasando por todo el abanico de amarillos y rojos. Una transparencia asombrosa que, además, mezcla maravillosamente. Luego, mirando las etiquetas de otras acuarelas más baratas, como las Españoleto de Alcoy, ves un rosa geranio, un magenta, un morado, y te enteras que es la misma quinacridona cuatro veces mas barata. Se puede ser exquisito, pero si puede ser, hay que procurar no ser tonto. Los tonos dorados de este almendro de Sisante (Cuenca) son quinacridona Gold y Deep Gold. Oro y oro oscuro.
Quinacridonas oro, amatista, jadeíta, negro de Marte |
Las sombras de este árbol siguiente las hice con Amatista de Daniel Smith. Muy diluida porque es un color muy intenso, pero muy transparente. Inconfundible.
Las sombras de este árbol siguiente las hice con Amatista de Daniel Smith. Muy diluida porque es un color muy intenso, pero muy transparente. Inconfundible.