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EPÍSTOLAS GERMÁNICAS

Jornada Primera (15 abril 2015)


Queridos hermanos:


    Quisiera con este escrito dejar constancia de las peripecias de nuestro viaje a tierra de bárbaros, allende las fronteras del Imperio Romano, para ejemplo (o escarmiento) de las generaciones futuras, que cada cual, con su alma en su almario, de una misma lección distintas cosas aprende (acaso ninguna útil), relatando parte de lo acontecido al cuerpo expedicionario que días pasados se adentró en tierras que recorrieron suevos, vándalos y alanos en épocas lejanas.

    Así pues, Paco Arteaga, Pascual Ortiz, Segis Armero y Pepe Garrido, un servidor, el 15 de abril de 2015, día de San Crescente, San Abundio de Roma, San Teodoro y San Paterno, nos vimos embarcados en esta travesía a tierra de herejes.

    Como éstos no son tiempos para transitar tan arduos y dilatados caminos con caballo y carreta, optó Segismundo, el de germánico nombre, por encomendar nuestras almas a Ryanair, partiendo de Manises, donde los azulejos, hasta Frankfurt, donde las salchichas. Apercibidos, por no decir atemorizados, como íbamos por la fama que tales porteadores tienen de hostiles y desabridos, fue la primera de las sorpresas que tanto abundaron en nuestra expedición el que se nos permitiera acceder al aparato sin darnos dos hostias a cada uno, esperadas y asumidas, gacha y ladeada la cabeza, elevado el hombro. Cada sardina ocupó, pues, su lugar en la lata sin mayores contratiempos y dicho ingenio alado se elevó sin problemas, hecho al que mi mente sigue negándose a encontrar explicación. El caso es que volando llegamos a donde las salchichas.

    Previo fue el exhaustivo registro en el aeropuerto, donde se nos pasaron por las horcas caudinas del canijo y funcional arco de triunfo detector de metales con atento escrutinio a las limitadas dosis de champú, gel y demás líquidos y cremas, ruin rasero cuya previa conocencia nos disuadió de incluir en el equipaje un par de botellas de a litro de algún tónico o espirituoso que pudiere aliviarnos los sinsabores de nuestro breve exilio del más tolerante Mediterráneo. No así ocurre con los embutidos y quesos de la tierra, cañas de lomo y latas de anchoas, afortunadamente tenidos por inofensivos, de los que previsores y suspicaces llevamos cumplida provisión. El tiempo demostró lo oportuno de tales providencias. Con los aldones de fuera y hechos unos adanes, nos sujetábamos las calzas con una mano en espera de recuperar con la otra la cincha, la cartera y la compostura, mientras las maletas, chaquetas, artilugios electrónicos, incluso zapatos, fueron sometidos a auscultaciones, radiografías y otras pruebas paramédicas de diagnóstico de intenciones. Aunque no entraba dentro de ellas el plantar una pica en Flandes, involuntariamente planté en Alemania una navaja de Albacete, que asombrado descubrí olvidada en el bolsillo de mi chaqueta una vez allí. Y allí quedó, junto a mi desconcierto ante tamaña eficacia exploratriz.   

    Volviendo a las provisiones de boca incorporadas al equipaje, sabedores de que las más de las guerras se pierden por una ineficaz intendencia, todo parecíanos poco, especialmente a Pascual, quien ya había recorrido muchas veces estas comarcas con un camión y estaba acostumbrado a llevarse en cada viaje un par de latas de fabada El Litoral y 20.000 kilos de pimientos. En un trailer con seis ejes incluso se puede colgar la matanza del techo de la tractora para que se vaya secando al lado del San Cristóbal, pero un avión parece ser otra cosa.
     Al tomar tierra en Frankfurt, mientras el pasaje bajaba en santa procesión, móvil en mano, buscando cobertura para informar a sus parientes de haber llegado con bien, entendí el habitual gesto del Papa besando el suelo al llegar a su destino. Después de haber visto desde las alturas el mundo reducido a maqueta, dan unas ganas irreprimibles de darle un beso a la tierra firme en cuanto la pisas. Mis problemas lumbares me aconsejaron renunciar al oportuno  ósculo telúrico.

    Coche de alquiler, de fabricación local, trayecto de unos pocos kilómetros desde Frankfurt Hahn hasta Cochem, donde habíamos establecido nuestros cuarteles. Como eso se apartaba de las antaño habituales rutas de Pascual con su trailer y sus pimientos, hubo que recurrir al Tomtom. El del coche alquilado, por el momento, hablaba en alemán, Segismundo, previsor él, sacó del morral otro sherpa cibernético propio que nos asesoraba en la lengua de Cervantes. Varias carreteras estaban cortadas por obras, lo que provocó intensos debates geográficos en varios idiomas, interviniendo hombres y máquinas con sus ponencias contradictorias, siendo Paco Arteaga y yo mismo observadores desde la segunda fila de tales divergencias entre los científicos. Ello dilató nuestro primer contacto con el paisaje germano, así como nos permitió contemplar, ya anochecido, el reflejo de las casas en las anchas y quietas aguas del Mosela, que uno no sabe si suben o bajan.

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    Aunque resulta inevitable, mala cosa es dedicar excesivo tiempo y esfuerzo en improcedentes comparaciones entre lo propio y lo ajeno, tanto en lo geográfico, como en lo económico y cultural. Pero uno sale de un aeropuerto y llega a otro, deja unas carreteras y transita por otras foráneas, ve las casas y recuerda las de su tierra. Imposible evitar que esa primera impresión te lleve a ciertas reflexiones, apresuradas, seguramente equivocadas y limitadas a lo poco que llevas visto. Sin embargo, en la media hora que nos ocupó llegar a Cochem (que se pronuncia ‘cojen’, manda huevos), y comparando aeropuertos, autopistas, trenes, casas particulares y el aparente nivel de vida, mi primera reflexión es que vengo de un país en que los gobiernos, gastando pólvora del rey, edifican costosos engendros, ponen mármoles, adornos y lujos en edificios públicos, levantan infraestructuras muchas veces más allá de lo necesario, de lo asumible incluso, mientras mantienen a sus ciudadanos en la ruina. Insisto que sólo es un impacto apresurado, pero, a primera vista, he percibido Alemania como un país con un Estado austero lleno de ciudadanos prósperos. España es (siempre lo ha sido) un país de pobres regido por gobernantes enriquecidos, derrochadores, acaparadores de una prosperidad que arrebatan a sus ciudadanos. Tal vez sólo sea una impresión. Me alegra que mi país tenga unas infraestructuras de autopistas, aeropuertos, trenes, parques eólicos o carreteras equiparables, y en muchos casos mejores, que un país como Alemania, al que debemos miles de millones de euros. Ahora empiezo a entender a quiénes se referían al decir eso de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Ya me barruntaba algo de esto al pasar en alguna ocasión por el aeropuerto de Castellón.

    Atravesamos un paisaje de postal, o mejor de cuento de hadas, con un castillo habitable, Reichsburg, castillo imperial rodeado de cepas del Mosela, que el imperio nunca ha estado reñido con la enología, modelo diferente a los también hermosos torreones defensivos que levantó nuestra historia en las fronteras cambiantes. Casas con los huesos al aire, mostrando las viguerías en las fachadas, techos de pizarra sabiamente curvados en aleros y buhardillas, austeras iglesias luteranas con vitrales, otras católicas con su santo sobre la puerta, puente majestuoso sobre el río, altísimos taludes con vertiginosa pendiente donde se agarran las cepas en majuelos casi verticales, cuya vendimia sin duda se encomienda a escaladores.

    Llegamos a Villa Tusculana, casa de tres pisos en una pendiente hacia el río, en un terreno que seguramente estuvo plantado de viñas en otra época, aposento sabiamente elegido por Segismundo al que nada faltaba, y me refiero al aposento. Buen principio de un viaje prometedor y primera aparición de los embutidos y quesos importados de España. En la mesa del salón nos espera el obsequio de una botella de Mosela, café soluble, pan, leche evaporada y unas pastas de bienvenida. De hambre no hemos de morir, al menos por esta noche. Pinta bien la cosa, y otras jornadas deberán contarse en su momento al lector, si lo hubiere.


Vale.




JORNADA SEGUNDA

    El 16 de abril de 2015, día de san Magno de las Órcadas, san Drogón y san Toribio de Liébana, entre otros preclaros santos varones y hembras de acrisolada virtud, primer día que despertamos en Germania, fue el único en que desayunamos fuera de casa. Buscando un lugar bonito con mesas en la calle, que lucía un buen sol, dimos con la estación de tren, céntrica, hermosa y acogedora. Por antigua, lejos de los habituales espacios inmensos llenos de aceros inoxidables y luces frías. En una mezcla de todos los idiomas Pascual nos demuestra que con el dominio de unas cuantas frases y palabras de alemán, inglés, italiano, francés y español sobra ciencia para conseguir que nos saquen a la calle unos cafés con leche y panecillos con mantequilla y mermelada, ya generosamente aplicadas sobre unas tostadas sin tostar. Hacer tan buen pan es un signo de civilización, o mejor dicho de que un supuesto avance de la misma no ha hecho olvidar ese arte antiguo de amasar y hornear en condiciones, mal que padecemos en España. 
   Repuestas las fuerzas vamos para el centro, cerca del puente principal sobre el Mosela y los embarcaderos de los barcos turísticos, disfrutando de las vistas al castillo y del inusual skyline de tejados agudos, fachadas con vigas, iglesias y bares. Me detengo en un rincón que ofrece un panorama que merece ser dibujado y tomo asiento en la terraza de un bar que vende una cerveza que merece ser bebida. Estoy al lado de la Elder Gate, una de las tres puertas de la ciudad medieval que en 1689 atravesó la soldadesca de Luis XIV con fines menos pacíficos que los míos. De paso hundieron el castillo, pues los ejércitos franceses tenían tal delicada costumbre y solían perpetrar esas finezas y otras peores cuando conquistaban una ciudad. Estas son tierras fronterizas acostumbradas a ser invadidas por sus vecinos. Incluso España las ocupó desde Luxemburgo, cuando los Países Bajos eran españoles o cuando España era flamenca, que ambas interpretaciones podrían sostenerse. Formó parte de Francia durante mucho tiempo.

    Siguiendo el recorrido por Cochen, lugar turístico visitado, según veo, principalmente por alemanes, tropezamos con grupos de jubilados a los que han sacado para que se oreen, capitaneados por guías que portan un estandarte como los lictores romanos llevaban las fasces y las hachas, sin la leyenda SPQR, pero con mastilillo coronado por colorido cartel para que no se les disperse la renqueante centuria. De paso veo un cojo, algo que me consuela, comprobando que allí también los hay a pesar de vivir en tan desarrollado país. Aunque más ágiles e inquietos, pero no menos modosos y disciplinados, también bullen grupos de escolares a los que sus intrépidos maestros llevan de excursión para contarles la historia del lugar, mostrarles hasta donde llegó el agua del Mosela el 23 de diciembre de 1993, día de san Frideberto, (varios metros sobre nuestras cabezas),  pasearlos por esas calles y rincones de arquitectura castiza, parar para que compren un imán de nevera y un chambi y visitar el castillo antes de darles un paseo por el río en esos inmensos barcos desparramados y perezosos. Me solidarizo con los atrevidos docentes, rogando mentalmente por que no se les pierda ningún discípulo y puedan devolverlos todos a sus padres, para su desesperación. 

    Llevamos menos de un día expatriados y las hambres se nos desatan anticipadamente, lo que muestra que nuestros biorritmos se adaptan rápidamente al nuevo ecosistema. Como para salchichas tiempo habrá que, aunque por ahora no tienen patas, imposible resulta escapar de ellas en estas tierras, optamos por un restaurante italiano, que por aquí abundan. Lo elegimos atraídos por el sol que caía sobre su terraza, elevado mirador sobre el río, el puente y las calles. El camarero, que es alemán, desconoce el español, ignora el  inglés y no entiende el italiano en que está escrito el menú que nos ofrece, por lo que hay que recurrir de nuevo a la lingua franca de Pascual y a los signos digitales, no con ceros y unos, sino señalando en el menú con el índice. Logramos hacemos traer unas cervezas y unos espaguetis bastante bien cocinados de los que Paco y yo conseguimos comer casi la mitad, igual que Segis que no pudo con su pizza, pues generosos en las dosis hay que reconocer que son estos teutones. Pascual en su línea. Como un náufrago. Si tuviera alas no desentonaría entre una bandada de buitres en el desierto de Arizona. El café muy bueno, cosa rara según tendré ocasión de comprobar. El precio nuevamente sorpresivo por razonable. Si a nosotros no nos parece caro, más siendo un restaurante céntrico en un lugar turístico, para los sueldos alemanes debe de resultar en verdad económico.
 Visita a la oficina de información turística con el resultado final de acabar informándoles nosotros a ellos de que había un evento musical que ellos mismos desconocían y sobre el que queríamos recabar más detalles. Al salir vimos colgando del puente un enorme cartelón que lo anunciaba a escasos metros de la mentada oficina, quedando así disipadas nuestras dudas. En todos sitios cuecen habas.

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    De nuevo en la orilla del Mosela, que como el Júcar, el Segura o el Cabriel, es un río, pues el idioma es así de juguetón y llama de igual forma a cosas muy diferentes. A veces procede al revés. Eso hace posible la literatura. Nos encaramamos a un barco no menos descomunal que en pocos ríos españoles se podría enhebrar pero que allí puede dar la vuelta y sobra río para varios portaaviones. Enorme. De agua andan sobrados, concluyo. Subimos a la terraza del barco de cubierta y dos pisos, no sin grandes esfuerzos por mis partes, y nos sentamos a ver el paisaje desfilar a babor y a estribor, que maravilla es que sea el paisaje el que se mueva, no nuestro renqueante organismo. Una sucesión de postales. Casas con tejados afilados, labor de sacapuntas, como flechas apuntando al cielo, fachadas de colores con sus vigas vistas, que de lejos semejan radiografías arquitectónicas, castillo, iglesias, montañas, árboles y enormes taludes forrados de unas cepas que se retuercen agarrándose a las pizarras del suelo como buenamente pueden para no despeñarse desde sus majuelos casi verticales. Como gran parte de su vitalidad se empleará en sujetarse, supongo que no les quedarán demasiadas fuerzas para dar muchas uvas. Las nuestras, mejor acomodadas en los llanos, agradecen tal confort con más abundancia, grado y dulzor. Pero Alá es el más sabio.

    En nuestro imaginario lingüístico, en alemán las más de las palabras terminan en ‘en’, con perdón de la redundancia. Menos pensión, que se escribe igual, aunque sin tilde. En realidad me entero de que solo ocurre así con los infinitivos usados como sustantivo (el viajar: das reisen, el aprender: das lernen), los diminutivos (das vogelchen o das matchen, el pajarito o la jovencita, respectivamente). En general, con los vocablos considerados neutros como el artículo usado indica. Pero es igual, para un español guitarra debe ser ‘guitarré’ en francés, ‘guitarri’ en italiano y ‘guitarren’ en alemán, macarrónicamente hablando. Por supuesto, en ruso, sabido es que se dice ‘guitarrof’. Tal vez ellos lo ignoren, pero así es. Viene esta erudita digresión al caso porque resulta que al decir Cochen, ciudad en donde estamos, la h aspirada hace que al oído suene ‘Cojen’. Por eso me siento aquí como en casa. Mi garrota también, según me cuenta. Gracias a esa miserable condición siempre pudimos dejar el coche en sitios cercanos sin llenar de euros los parquímetros. Como Brian, always look on the bright side of life, siempre que el dolor de piernas o de lomos nos permita levantar la vista del suelo.

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   Antes de retirarnos a nuestras habitaciones en Villa Tusculana, pasamos por un supermercado a llenar la nevera de viandas para complementar los embutidos y quesos que habíamos importado de España. Los tomates, lechugas, cebollas, zanahorias y demás floras y verdines supongo que también eran carpetovetónicos, de esos que Pascual les traía en su tráiler. El aceite seguro porque llevaba una bandera española, lo que revela que allí conviene ponerla. Si el aceite de oliva mostrara en España nuestra bandera en la etiqueta, medio país le haría ascos y buscaría otro de Turquía o de Grecia. O usaría aceite de American Standard Oil o de British Petroleum. Somos así de gilipollas, en términos científicos. Los espirituosos, de donde se acostumbra y la cerveza alemana. También compramos pan y unos huevos fritos, aunque allí también los venden crudos aún. Por el camino nos freíamos encima.

    Cena en amor y compaña, café cortado con leche evaporada que lo hace cremoso que amorosamente prepara Pascual, copa en la terraza echando un cigarrito, que dentro no se fuma y ascenso final a una habitación de cama inmensa, excesiva para uno solo pues realza las ausencias, cuidado extremo con un techo abuhardillado donde más de uno se habrá despuntado las astas, mirada por la ventana al Mosela, aprovechamiento último de los güifis para contactar con la familia, despedida y cierre hasta mañana, que toca ir a Frankfurt a pasar envidia en la feria de música.
   Vale.
JORNADA TERCERA


  Queridos hermanos:

Mucho madrugamos el 18 de abril, día de san Inocencio de Tortona, san Pantagato de Vienne y de la beata Clara Gambacorti. No más que los tiernos infantes que a las siete y cuarto de la madrugada ya se dirigían al colegio con mirada perdida, pesada mochila a la espalda y dejándose llevar por una cuesta abajo enorme que, si no despiertan antes para corregir rumbo, les arrojará de cabeza al río. Cuando nuestros retoños se levanten, estos alemanillos ya habrán aprendido a integrar derivadas y a derivar integrales. Y eso a la larga se nota. No me dio tiempo a preguntarles si sus maestros les atosigan con esa hora de deberes con que aquí se les abruma con crueldad secular. Ya les comprarán de grandes nuestras crías los bemeuves y los mercedes a estos alemanuelos tan madrugadores. El caso es que, por ahora, sean felices y crezcan sin traumas ni soliviantos.

El caso es que la del alba sería cuando iniciamos la jornada, como Alonso Quijano, para llegar a Frankfurt antes de que se acabaran las salchichas, que la feria de Música, una de las mayores del mundo, atrae a mucho músico, que para eso la hacen. Y los músicos ya se sabe que somos como la langosta. Con los intensos debates geográficos de costumbre, llegamos a Frankfurt, directamente a un edificio con varios pisos de aparcamientos cercano a la sede de la Musikmesse. De allí, con la entrada ya reservada y pagada te llevan en autobús al recinto de la feria y al volver te cobran 12 euros por el aparcamiento y esos traslados. Nuestros esfuerzos lingüísticos hasta entender tal asalto, tras arduas probaturas en varios idiomas, se vieron mitigados al decirnos la de la taquilla que era cubana. No así nuestro rubor.

La feria ocupaba varios enormes edificios, tan alejados entre yes como para justificar que muchos microbuses circularan constantemente para llevarte de uno a otro. Eso entraba en los 12 euros por coche aparcado. Para cuatro semovientes acabó resultando rentable. Por fin, entramos en la feria por donde las baterías. Una barbaridad. Más platos que una degustación en el Bulli. ¡Qué de bombos, timbales, cajas y gangarros! Eso sí, varios cientos de bateristas sueltos descargando sus iras contra tantos instrumentos puestos a su alcance también es algo digno de verse, que no de escucharse. Los guitarristas tomaban cumplida venganza en su sección, ejecutando de forma simultánea sentidos solos en guitarras enchufadas a pedales multiefectos, mostrando su predilección por los sonidos distorsionados y estridentes, poniendo a prueba de paso la potencia pico anunciada en los amplis. La pieza era completada por los bajistas, que no quedaban atrás. En conjunto salía una balada muy romántica. Más que una balada, un balamío.

De forma que decido salir a la calle a tomar un café de a 2,70 euros y contemplar al personal. Cuando desde dentro me dirijo hacia las mesas del exterior, café en mano, descubro lo que me parece un ataque generalizado de amor propio, de autoestima, pues contemplo admirado que gran parte los apresurados caminantes andan abrazados a sí mismos. Algunos músicos de viento se abrazan a si bemol. Los bajos a fa. En realidad, compruebo que hace un frío que pela mientras me siento en una mesa al aire libre, enciendo un cigarrillo, me caliento las manos con el medio litro de café y me levanto las solapas de la chaqueta.

Cuando tú te mueves a la velocidad del común siempre estás rodeado de los pocos que te siguen el paso y no ves al conjunto, algo que no ocurre hasta que te detienes. Un palo arrastrado por el río cree que ve más mundo que una piedra que descolla inmóvil entre las aguas que la rebasan. Al final del viaje el palo dirá que ha visto muchas cosas alrededor, pero quien de verdad ha conocido todo lo que arrastra la corriente es la piedra. A los cojos y tullidos nos pasa igual. Para ver paisajes hay que moverse; para observar a la gente hay que parar.

Observo pues. Y medito. Hace falta tener cuajo y confianza en sí mismos para ir a un aquelarre de miles de músicos intentando causar sensación a base de pelos o alardes indumentarios. Hay quien consigue destacar, lo que es para nota, aunque no le arriendo las ganancias. Los chinos modosos, urgentes y a lo suyo. Los japoneses haciendo fotos que se conoce que aún les faltan algunas por hacer. Los que vienen a la feria a vender son los únicos que chocan y desentonan, pues van con traje, corbata y peinados. Pero por mucha camiseta de albañil que lleves para lucir las pesadillas tatuadas a pesar del frío que hace, por luengas y enmarañadas que luzcan tus rastas, incluso luciendo un peinado con un tupé monumental que no hubiera desentonado en los salones del París del siglo XVIII, por más que hayas apuñalado con saña los Lewis o recurrido al baúl del tatarabuelo y comparezcas vestido de cuáquero, la solemne presencia de un sij con su turbante azul y su puñalito, te desarma. Y vi varios. Al puñalito no lo vi.

De todas formas es difícil acertar. Tostado por el inesperado sol del día anterior tomado en las calles y durante el crucerillo por el Mosela, me presenté aquí menos abrigado de lo que hubiera sido menester. Y el día era desapacible. Pero en estas tierras nuestras referencias no sirven. Eso de que cuando un grajo vuela bajo hace un frío de carajo parece ser que funciona en La Mancha y lo de las gaviotas en Benidorm. Además no vi grajos en Frankfurt y gaviotas, menos.

Aprovecho para hacer un dibujo de lo que se ve no sin antes ir por más café. Otros 2,70 euros en una cafetería que debe estar regentada por la ubicua multinacional “Sucesores de José María el Tempranillo, Comunidad de Bienes”. Un café de a palmo, pues suplen con tal generosidad su horripilancia. Al menos te ofrecen sin tasa leche evaporada que lo hace bebible. Ya hablaremos del café.

De nuevo dentro, asistimos a una demo de un pedal de órgano en el que estábamos interesados. No tuvimos problemas de idioma en este caso, tal vez gracias a que el demostrador hablaba perfectamente en español. La verdad es que en este foro el inglés se revela útil pues casi todo el mundo lo habla y entiende. Incluso para no partirse los belfos contra la puerta donde se indica ‘pull’, pues no se abre hacia fuera, como debería ser. Visita al stand de Gibson a pasar envidia al ver y escuchar al Twanguero, guitarrista valenciano que ya conocíamos y que volveríamos a ver en Albacete a nuestro regreso. Otra vez a pasar envidia.

Para mitigar nuestra sed consumista despertada por tanta maravilla, Paco y yo nos compramos sendas púas de cuerno de búfalo o vaya usted a saber de qué. Yo tengo el día especialmente derrochador y adquiero otra de madera de árbol.

A la hora de comer ya no podemos escapar de las salchichas. Viéndonos rodeados, no habiendo gran cosa más para elegir, terminamos por rendirnos y probarlas. No una, dos. Algo francamente insulso y con escasa enjundia. Venir a Frankfurt para comerse tal cosa hace juego con desplazarse desde Albacete hasta esta feria, 1.831,6 kilómetros, para comprar dos púas. Ya hablaremos más delante de las salchichas, una vez probadas más variedades.

Viendo perdido el partido, pues para probar instrumentos, mejor resulta una tienda pequeña que una feria grande, procuramos salir un poco antes de que cerraran el invento para evitar aglomeraciones, después de todo el día allí. Viaje de regreso, cansados y hambrientos, hacia Villa Tusculana. Paco hace una reconfortante sopa de verduras y luego nos liamos a puñaladas con el queso, el lomo y el jamón, yo con mi navaja de Albacete que decidió acompañarme hasta Alemania. Café, espirituoso y cigarrito en la terraza mirando pasar los barcos por el Mosela y los trenes de mercancías por las vías paralelas al río. Últimas reflexiones y descanso reparador. Mañana a Triers. O a Tréveris, según  nos dé.
Vale.

CUARTA JORNADA

    El 18 de abril del 2015, día del beato Isdebaldo de Brujas y de los santos  Hermógenes, Juan Isauro y Molasio, santas Atanasia y Antusa, entre otros muchos, que más virtud ha habido de la que parece, madrugamos para dirigirnos a Tréveris, hoy Trier. Al entrar por la Porta Nigra, tanto su nombre como la arquitectura nos muestra que estamos de vuelta en el Imperio Romano, es decir, en casa, pues ciudadanos romanos somos, aunque de segunda generación.
 
    Cuando hace dos mil años, siglo arriba, siglo abajo, desde los bosques y parapetados tras los árboles, vieran las tribus germanas el tipo de chozas que estos tipos se afanaban en levantar, sin duda se convencieron de que venían para quedarse y se dieron por perdidos. Porque esas sólidas y rotundas construcciones de piedra, que nacen ya eternas, amedrentan. Quienes las construyen muestran su intención de permanecer para siempre donde se establecen y de defender con la vida lo que tanto esfuerzo les ha costado edificar. Esa propaganda de guerra a base de piedras bien labradas y dispuestas desanima a quienes viven en cabañas de troncos techadas con paja, nacidas para el abandono y la derrota. Las calzadas, acueductos, termas y otras commodities que pronto completaban el asentamiento venían a confirmar su determinación.

    Sus temores se confirmaban cuando esa colorida tropa que bullía para urdir en una jornada un parapeto inexpugnable de rectas calles protegido por palos afilados, se les enfrentaba unida bajo la forma de un animal acorazado por los cascos de los legionarios, tortuga multípeda que avanzaba llena de pinchos, de la que surgían volando certeras jabalinas y flechas cuando estaba distante y cortas espadas que les tajaban las piernas cuando el cuerpo a cuerpo. Muchos siglos tuvieron que esperar estas tribus para vengarse. De hecho, aún están en ello.

    Si la fortaleza y duración de los edificios es pareja a la de los pueblos que los levantan, nada bueno augura para nuestro futuro la solidez de los puentes, carreteras y edificios que construimos. La Vía Augusta discurre, donde aún no se han arrancado sus ordenadas piedras, paralela o por debajo de las vías que una y otra vez han debido repararse y reconstruirse. De los puentes ni hablemos.

     En fin, que la Porta Nigra nos resulta familiar, como los ojos o el pelo también negros de algunos ciudadanos romanos que llegaron cuando estas tierras eran salvajes. O mucho más tarde, abandonando el Mediterráneo en busca de trabajo ahora que son prósperas y civilizadas. Nosotros estamos de visita y sólo venimos a beber cerveza y a comer salchichas. Y a mirar.

    De todo ello hay mucho. Andando desde esa puerta de piedra oscura, ennegrecida aún más por los siglos, recorremos una larga calle muy concurrida, llena de turistas y nativos atraídos por el sol que este sábado calienta y hace brillar el mercado de flores, frutas y verduras que hay en la plaza a la que nos lleva la calle y el río de gente. Los edificios de viguerías vistas aportan el color que el clima les niega los más de los días, con multicolores fachadas de perfiles que abominan del paralelismo clásico y se curvan, retuercen y quiebran, formando hermosos decorados que ocultan al mirar de frente sus picudos tejados de pizarra. Amplias ventanas sin persianas ni cortinas, que no hay luz que desaprovechar. Y flores, muchas flores, que estamos muy cerca de quienes de su cultivo han hecho industria para que de Pakistán vengan a España a venderlas por las calles de un país en el que crecen silvestres.
 
    El conjunto es bullicioso, colorista y hermoso. Se impone detenerse a disfrutar de su vista sentados en una terraza frente a los puestos de flores. Y hacer un dibujo entre trozo y trozo de queso o de salchicha y trago y trago de cerveza. El cuño del bar que nos imponen en el dibujo no es menos hermoso que el resto. El cuidado en los detalles, el mimo por lo pequeño, el respeto a la tradición que evidencian las caligrafías... Todo ello en el sello del bar y en los rótulos de bares y comercios. Una cruz más en el listado de mis envidias.
    Aunque mucho vimos, mucho más fue lo que quedó por ver, algo habitual en un viajero razonable, a menos que uno se equivoque yendo a uña de caballo de uno a otro sitio sin detenimiento para admirar nada como merece. En el Prado no puede contemplar uno todos los cuadros en una visita. Ni todas las galerías y salas. Disfrutar no es compatible con acumular lugares y fotos. Aun así, no quedaron fuera de la ruta la iglesia de Nuestra Señora de Tréveris, algunas plazas con encanto, un barco vikingo tallado en piedra a la puerta de un bar que no comprendí, y me refiero al barco, que el bar no ofrecía dudas.  Ni un puesto de salchichas prêt-à-porter. Llegados al punto de decir que ya no siento las piernas, frase que Rambo nunca dijo, pero yo sí, que también en eso me diferencio de él, regresamos al coche, volviendo a pasar por la Porta Nigra.

    Como está muy cerca, nos vamos a Luxemburgo a echar gasoil, comprar tabaco y a comer. Dicho así y aquí, ya en mi casa, me suena raro eso de —“Me voy a Luxemburgo a comprar tabaco”. Pero así fue, lo que hacemos constar para facilitar las cosas a nuestros biógrafos.

     La única diferencia que me dio tiempo a apreciar es que para dejar la autopista hay que echar por donde dice ‘sortie’, en lugar de “Ausfahrt’. Las compras, en un área de servicio para deleite de Pascual, que fue derecho a un lugar donde vendían una exquisitez que al día siguiente devoramos en la Villa Tusculana. La comida en una plaza de la ville de Grevenmacher en Luxemburgo, frente a un mercado y una iglesia, en un restaurante, que aunque se llamaba Krunnemecken era regentado por portugueses, donde comimos como en casa, cosas familiares y de enjundia, rematando con un café en condiciones, también portugués, en origen y en elaboración. Quiere eso decir que era muy bueno.
     Viendo el Rhin y el Mosela y teniendo en mente el Júcar y el Segura uno se explica que el café alemán sea tan malo por aguado, que en grano es excelente. Sobrados de agua, toda les parece poca al preparar esta infusión, contrastando con la tacañería hidráulica ibérica o italiana, —mediterránea en general—, donde el agua es un bien escaso. Con el agua que derrochan en una cafetería alemana en estropear los cafés durante un año, en Murcia riegan dos hectáreas de huerta. Crían pimientos y de paso beben un buen café.

     Muy cerca de la capital decidimos abandonar Luxemburgo y regresar a Alemania para llegar con tiempo de recorrer los garitos donde había música en vivo en Cochem, en ese evento del que nosotros informamos a la oficina de turismo. Ya conté en la primera epístola que desde las siete de la tarde hasta algo más de la medianoche diferentes grupos amenizaban comidas y libaciones con sus variadas músicas. Por una pequeña cantidad que no recuerdo, te ponían una pulserita que te permitía acceder a todos los bares y restaurantes que ofrecían música, cervezas y salchichas. Y otras cosas, en honor la verdad. Husmeamos en todos ellos, demorándonos en algunos si la música lo merecía, abandonando otros huyendo de los horrísonos sones de unos especímenes que me niego a llamar músicos de los que suplen con volumen su total carencia de ciencia, ténica y gusto. No debimos esperar a que empezaran pues el bajo, un energúmeno rapado, con una cabeza como una botella de butano, evidentemente ya huera, se puso a vociferar en alemán con los ojos saliéndosele de las órbitas porque le movimos dos centímetros un cable que pasaba por debajo de los taburetes de la barra. Fue uno de los dos alemanes enfadados que tuve el placer de conocer, algo digno de verse, aunque mejor en un circo que de tú a tú. El idioma alemán de por sí no suena dulce a nuestros oídos, aunque te lo susurren. A grito pelado inevitable es que acarree malos recuerdos, pues parece que el gritador se dispone a invadir Polonia. Como bestia parda, cabrón con pintas, imbécil con balcones a la calle habría que clasificarlo, pues Linneo nada nos dejó dicho de estas subespecies. A la segunda insoportable canción nos dimos el gusto de pasar frente a tal alopécica bestezuela selvática para huir despavoridos hacia la calle dejándolo martirizar el bajo Rickenbaker enchufado a un Marshall. Tales instrumentos no deberían venderse a cualquier neanderthal, aunque pueda pagarlos.

     Nuestra huida nos llevó felizmente a un restaurante mexicano, rotulado en un castellano que los empleados no entendían, aunque daba gusto leer cocina, mojito, taco, enchilada y demás hermosos vocablos. La música, reggae, bien interpretada por un grupo al que dibujé mientras nos traían la cena. Como en la primera epístola ya se daba cuenta de ello, no conviene insistir y repetirse.
 
   
     Final del día en Villa Tusculana, directamente al sobre que el día ha sido agotador. Mañana a Koblenz.


Epístola escandinava - 18 de julio de 2013




    Leo que un estadounidense, tras despertar de un coma, ha olvidado el inglés materno y habla sólo en sueco. No sé, y además ignoro, si “hacerse el sueco” tiene en ese extraño país las mismas connotaciones que entre nosotros, aunque lo dudo, pues de ser así, nadie se habría alarmado. Todo lo más, le hubieran diagnosticado lo que el psiquiatra de Forges comunica a su paciente tendido en el diván: —“No es que a usted no le comprenda nadie. Usted es que es francés, mon chéri”. Reconozco que lo más parecido a un sueco que conozco es Fray Sven de Escandinavia, finlandés él y, trabajando estadísticamente con una muestra tan pequeña no me atrevo a seguir esa línea de investigación para intentar exprimir la frase.
     Algunos estudiosos buscan el origen de la expresión en la actitud de antiguos marinos procedentes de Suecia llegados a nuestras costas quienes, escudándose en el desconocimiento del idioma local, intentaban irse sin pagar las copas, a las que tienen cierta afición, lo que considero una explicación muy traída por los pelos. Otros, más benévolos, indican que estos visitantes, no entendiendo la lengua de los nativos, les contestaban a todo que sí, lo que tal vez explique el ya rancio aprecio local por los turistas suecos. Últimamente han aprendido mucho y, sobre todo desde que compartimos moneda, se muestran más descontentadizos y respondones.
   Más improbable aún es la leyenda que atribuye el origen del dicho a la fingida torpeza idiomática de un embajador sueco al que su rey había encargado dilatar, entorpecer y, en todo caso, evitar la ayuda militar solicitada a Suecia por Napoleón. Menos verosímil aún es intentar empadronar en  Sueca, Valencia, a los suecos aludidos.
     Otros atribuyen el origen de esta frase a “soccus”, palabra latina que designaba una especie de pantufla que usaban los cómicos en el teatro romano. De ahí derivarían “zueco” y “zoquete”, lo que nos acerca a “hacerse el tonto, el torpe”, con lo que ya vamos entrando en terrenos del cinco, aunque otros buscan la procedencia de “zoquete” en la palabra árabe “suqât”, deshecho, objeto inútil, pues no es la etimología ciencia exacta. Eran los soccus un calzado plano, distinto a los coturnos, que daban altura a los actores serios, los que aparecían en las tragedias. Por tanto estaríamos hablando también de una cuestión de elevación, física y moral, con la que se resalta la grandeza o la insignificancia del actor y de lo que representa.
    Vaya en contra de estas últimas y ampliamente aceptadas explicaciones el razonamiento de que me parece muy peregrino hacer navegar una palabra durante tantos siglos para hacerla encallar en el cercano XIX, en cuyas playas aparece varada por vez primera.

    Hipótesis más reciente y descabellada es la que relaciona la frase con la dificultad de entender las instrucciones para el montaje de los muebles de Ikea. Entre otros motivos, hay investigadores que, no sin cierta razón, descartan esta propuesta por el hecho de que tal maldad, como hemos dicho, se utiliza desde mediados del siglo XIX, mucho tiempo antes de que existieran muebles, incluso albóndigas de esa marca nórdica.
     Una explicación con más fuste, que si “non è vera, è ben trovata”, aportada por don Pancracio Celdrán Gomáriz en su “Diccionario de frases y dichos populares”, atribuye el dicho al subterfugio utilizado por algunos barcos ingleses que mostraban bandera sueca para poder acercarse al Puerto de Santa María en las épocas en que la pérfida Albión estaba en guerra con España, como si suecos fuesen, a hacer “jerezada”, que así debiera denominarse la acción de aprovisionarse de toneles de vino de Jerez, tan de su gusto.

   Fernando Álvarez Montalbán, profesor de español en la universidad de Upsala quien, con argumentos bien cimentados, defiende la tesis anterior, nos recomienda renunciar al uso de este estereotipo cultural, políticamente incorrecto, a la vez que nos ilustra de que ya en 1841, Manuel Bretón de los Herreros, en su obra teatral de premonitorio título, “Dios los cría y ellos se juntan”, recoge la frase:
CIRIACO:       (Alto) ¡Balbino!

BALBINO:    ¡Tía Macaria!

MACARIA:    (Aparte a Ciriaco) ¿A qué pronuncias su nombre?

  Valía más hacerse el sueco.
  También nos deleita con unos versos recogidos en la antología de “Cantares y refranes geográficos de España”, de Gabriel María Vergara Marín (1906), en los que se nos advierte:
“Dos súbditos pierde España
Cuando se presta dinero.
El que lo da se hace inglés
Y el que debe se hace sueco”.
   Lo que está claro es que hacerse el sueco viene a significar que alguien se hace el sordo, escurre el bulto, se niega a darse por aludido, intentando escapar con un fingido o real desentendimiento de algo que le afecta y que le debiera preocupar, evitando así dar mayores explicaciones o asumir responsabilidades. Sea cual fuere el origen de la expresión, hacerse el sueco es frase que usamos cuando alguien intenta descaradamente salirse por la tangente, irse de chiquitas al aparentar que la cosa no va con él —o con ella—.
     Según el DRAE, la mencionada suplantación de nacionalidad equivale a “desentenderse de algo, fingir que no se entiende". Se  intenta con ello evitar una situación incómoda, bien por timidez, discreción, modestia o, las más de las veces, por desfachatez. En Argentina y Uruguay dirían “hacerse el sota”.

    Tal forma de proceder, a la larga, no suele dar buenos resultados, pues una mala explicación siempre es mejor que ninguna y quien espera ansioso ser sacado de dudas, si alguna abrigare, puede llegar a interpretar que quien se hace el tonto por tontos y obtusos nos toma a los demás, y eso está muy feo. Además, el candor que se intenta aparentar no casa bien con el retorcimiento de los colmillos que nuestros suecos nativos han llegado a desarrollar, a juego con sus garras.
     Tal vez que los Estados Unidos sean un país joven permite que se pasmen sus ciudadanos por cualquier nimiedad, como sucede en el caso que nos ocupa. Entre nosotros, ya hechos a estas dolencias, no nos sorprende que no uno, sino miles de sujetos, a veces corporaciones enteras, aquí y allá, quién sabe si aquejados por el mal de altura propio de las cumbres que habitan, no sólo amanezcan haciéndose el sueco sin coma que pudiera justificar tal desarreglo idiomático, sino que con él convivan y medren a nuestra costa. Es mal común entre nosotros, que ya no distinguimos a nuestros dirigentes de los turistas de Escandinavia, salvo por el traje de los primeros. Aunque con ambos colectivos tenemos serios problemas de comprensión, cuando se dan con quienes vienen a dejarse su dinero son más llevaderos y asumibles que con los que entre nosotros están para llevárselo calentito. 

Epístola de San Agatópodo - 4 de abril 2013

 
Queridos hermanos: 

   Hoy 4 de abril, día de san Agatópodo, -el de buen pie, de buen andar-, diácono de Macedonia arrojado al mar con una piedra al cuello en tiempos del coemperador Marco Aurelio Valerio Maximiano Hercúleo, que hay que tener cuajo, he recibido un sobre con membrete y sello de la administración. Poco me ha faltado para ser presa del pánico, pues tales vitelas no suelen trasladar buenas noticias. Abandonada la costumbre de enviarme mensualmente un papiro con la nómina, hábito que tras 36 años me había hecho perder mi antiguo miedo cerval hacia las misivas de ellos procedentes, la última comunicación oficial que se me hizo llegar en papel era para nombrarme abad del cenobio. 

   Era ésta una noticia agridulce, pues si bien me libraba de la penosa necesidad de peregrinar renqueante, con un cayado en la mano como Moisés para subir al Sinaí,  por sus celdas, escaleras y dependencias, del claustro, no del Sinaí, carente el convento del inasumible dispendio de un ascensor, a la vez que aumentaba mis pingües ganancias hasta el punto de casi alcanzar para pagar el recibo de la luz. A cambio, me han arrebatado la paz, a veces la placidez del sueño, y siempre el tiempo, las ganas y la inspiración para escribir epístolas a la congregación, como solía, o recopilar la historia del hermano convento de San Odón de la Muela. No se me escapa que algunos miembros de la orden comparten mi pesadumbre por tal nombramiento, unos por piedad y afecto hacia mi persona, otros por motivos diferentes que no es éste lugar ni momento de analizar.

   Se ha impuesto en mi caso el sabio criterio de poner al frente del negocio a quien, por su avanzada edad, poco ha de durar en el cargo, sin que su carácter agrio o excesiva longevidad hagan necesario matarlo, caso extremo al que otras santas instituciones han debido recurrir hasta llegar a esta época incierta en la que hasta los papas se jubilan.  Siendo remota la posibilidad de un ERE en el Vaticano, aunque para Dios nada hay imposible, permanecen los papas a salvo del riesgo de verse impedidos de hacerlo, quedando fuera de la jurisdicción de nuestro reino, tan rígido con quienes se han dejado la piel durante decenios en el tajo como laxo en permitir tempranos retiros que sirvan para hacer más prósperas las empresas de sus amigos o familiares. Llevado el sistema hasta sus últimos refinamientos, al menos por el momento, pues todo es susceptible de perfección y amejoramiento, han llegado a jubilar antes de hora a amigos y cofrades, permitiéndoles, para más inri, descansar de oficios y faenas que nunca ejercieron, autorizándoles a abandonar tajos en los que nunca antes habían movido un esparto, no sin antes cobrar crecidas indemnizaciones por ser despedidos de empresas que ni siquiera conocen, en el caso de existir. Pese a lo imaginativo del país y de quienes lo dirigen,  debo de haberlo soñado, pues mi mente se resiste a dar por cierto y real que algunos sinvergüenzas, ubicuos hasta el milagro, hayan sido jubilados no de una, sino de varias empresas. Tan exuberante alarde de creatividad contable y organizativa no se aplica a aumentar la prosperidad de los súbditos, sino la propia, cosa lógica, pues no cabe esperar que solucionen nuestros problemas quienes, de todos los colores políticos y, cierto es que con ayuda, han demostrado un desmedido afán en crearlos y hacerlos perpetuos.

   Vuelvo al manuscrito. A algunos les moverá al pasmo el saber que he recibido con cierta alegría el nombramiento, esta vez no de director de un colegio, sino de minusválido, dando marchamo oficial y legal a mi evidente incapacidad. No he recibido adhesivo que lo proclame, como el que facilitan al pasar la ITV, en este caso tal vez por no haber sido mi organismo capaz de superarla con éxito. Y bien que lo siento. Como es natural no me alegro de mis dolores ni de mis dificultades para andar, a veces hasta para tenerme de pie, y menos me entusiasma la realidad de que pasear suponga un martirio, no uno de mis placeres, ahora perdido.

   Son mis pares, pues, Quevedo, Shakespeare, el rey nazarí Muhammad X el Cojo, Lord Byron, sir Walter Scott,  y la innúmera lista de cojos, mancos  y tullidos que han dado lustre a la historia. Aunque no creo que de mi humilde persona quepa esperar tales aportaciones, al menos podré abandonar el carruaje cerca del destino al que voy. Hasta ahora, aunque llegue al lugar donde he dejado el coche arrastrándome a cuatro patas, como pintan reptando hacia su espejismo a los que se pierden en el desierto, tómase la escena por fingimiento si un papel no lo acredita. Siempre me ha llamado la atención que la administración llegue a pedir a algunos de sus administrados una fe de vida, para demostrar que quien vocifera y se encarama por las paredes de la oficina donde tal estupidez se le solicita,  aún respira. El encefalograma plano es opcional. No se me escapa que de no hacerse así, pasaría como en Egipto, donde tal vez momificaran a los difuntos para seguir sus deudos cobrando la pensión en su nombre. No dejaremos de reconocer que los súbditos, tras siglos de desgobierno y de mala administración, cuando alguna ha habido, han desarrollado por darwiniana adaptación mecanismos de supervivencia que les permitan esquivar abusos evidentes. Cuando se ve la alegría y despropósito con que se gasta lo que del producto de nuestros esfuerzos nos arrebatan, no querrán que respondamos como un escandinavo ante tales requisas.

   Bueno, pues ya soy cojo de censo. Desde hoy, día de san Agatópodo. ¡Manda huevos! Tengo que averiguar si Nostradamus dejó dicho algo sobre mí.

    Andar con prisas es de pobres y de gentes sin clase. El caminar pausado, intentando mantener recta la espalda, aporta elegancia, distinción y galanura. No hablemos del efecto teatral de un bastón bien elegido, con su cabeza de cobra. Quienes te quieren, te cuidan y protegen más, si cabe; muchos te abren las puertas y te recogen del suelo, ahora tan lejano, lo que se nos cae. Cuando se pierde un sentido o una capacidad, la naturaleza suele compensar aguzando otra hasta ahora latente o a medio uso. Espero ansioso y expectante notar algún cambio positivo en mi organismo. Tal vez ya no necesite wifis, me vuelva luminiscente, levite o pinte mejor.  Ya os contaré. Por ahora conformémonos con aparcar donde antes nos estaba vedado.

 

Vale.



Cuando creé este blog, lo hice por entretenerme, por divertirme, de paso que intentaba que quienes lo visitaran hiciesen lo mismo. Mis escritos, y el tono general de todas las entradas del blog es irónico, risueño y amable, al menos se pretende que así sea. Incluso los temas de actualidad que nos afectan se trataron, hasta cuando ha sido posible, con ese tono que, a veces poco encaja con la realidad descrita y sus personajes principales. 
    Quiero, desde ahora, separar a tales actores de mi familia, mis amigos, mi convento, mi música y mis dibujos. Ya hice una primera discriminación, creando esta sección de OTROS ESCRITOS, para mantener alejados de mis compañeros de música y tertulia, mucho más inteligentes, ocurrentes y humanos que los que desfilan por este apartado. 
   Se conservan estos primeros escritos como muestra del tono inicial, en el que ya se observa una ligera evolución que, sin duda, las circunstancias irán acentuando a peor, si Dios no lo remedia. Iré incluyendo aquí aquellas epístolas que, por su tono y carácter, aquí encuentren acomodo. Las que salgan agrias y quejosas en exceso se derivarán a mi blog:
   Allí se publicarán los escritos, epístolas y rimas que la actualidad me vaya inspirando. El tono será irónico y festivo mientras se pueda, sarcástico o desesperado cuando no haya más remedio, aunque conociéndome como me conozco, seguro estoy de que no se renunciará al humor, espada tan afilada o más que la ofensa o el desprecio. Se evitará el insulto, aunque, de forma medida y sutil, se estará tan cerca de él como insultantes me resulten las situaciones creadas por los aludidos.

Vale.


Epístola del Serengueti - 27 de julio 2012

Queridos hermanos:

me aquí, recluido en mi celda, entregado a la meditación y al estudio, sólo interrumpido para hacer nuevos agujeros al cinturón, que no reposa de tanto bajar y subir los calzones, estando como estamos a merced del atajo de sodomitas que desde aquí y allá nos acosan.
 Acostumbrado a recetar edificantes lecturas a los catecúmenos de la escuela catedralicia en donde laboro y teniendo en mente a los jerarcas aludidos, creo menester recomendarles que abandonen los sesudos estudios económicos de Keynes, Barro y Krugman y que, para empezar por el principio y aunque dicen ya haber hecho los deberes, mejor dediquen el verano a hacer con aplicación y esmero los sabios ejercicios de un cuaderno de Rubio del número 2, el de sumar llevando. El conocimiento y práctica de los sutiles arcanos que encierra tal obra por parte de quienes los últimos años han dirigido y por los que ahora dirigen la economía del reino, al abismo por cierto, nos habría evitado muchos males. No olvidar que quien gasta más de lo que gana, debe, que, junto con saber sumar, constituyen un corpus de ciencia suficiente que, de ser conocido y puesto en práctica, habría evitado el llegar la situación actual. Restar es industria que ya practican en demasía, aunque siempre en bolsa ajena, y las otras dos reglas, claro está que es arte que excede el magro alcance de sus magines.

   Nada hermana más que el infortunio, medito. Mientras la prosperidad y la bonanza adormecen nuestras conciencias, haciéndonos egoístas e insensibles al sufrimiento ajeno, por contra, plagas, hambrunas y catástrofes nos unen y nos llevan a compadecernos de nuestros semejantes con sentimiento fraternal.

   Aun siendo angustiosa nuestra situación, todavía no hemos alcanzado el punto en que nos sintamos hermanos, mas por el buen camino vamos, pues la inmensa mayoría ya nos consideramos unos primos. Clara muestra de ello es el hecho de que son generales las preguntas sobre "la prima", tenida por todos por común pariente. La evolución de sus dolencias ha sustituido en toda conversación el usual interés en nublos, calores y borrascas.
   No menos frecuentes en la conversación son las referencias, cierto es que poco piadosas, a padres, madres y otros antepasados de próceres y mandamases que, aunque son llamados a administrar la cosa pública de forma temporal, en sus poltronas se eternizan, llegando a olvidar sus anteriores ocupaciones y oficios, quienes alguno tenían. Más peligro suponen, no menos para sus compañeros de cofradía que para los rivales, aquellos que carecen de tajo al que volver. Si mentir, al menos ocultar y exagerar, es algo propio de tal gremio, estos últimos matan.
   Esta dialéctica revalorización de los lazos de sangre, en casos extremos, les lleva a convertir en hereditarias sus canonjías, no siendo insólito el caso de pasar de padres a hijos durante siete generaciones la presidencia de una diputación provincial, lo que nos lleva a pensar que en sus encendidas defensas a "la familia", refiérense a la suya propia, en un sentido siciliano de la palabra.

  Me llevan mis divagaciones estivales a meditar sobre la importancia de hacer a las palabras recuperar su sentido y valor. No es problema menor, pues con ellas se nos encandila y tras su mal uso se nos esconde y escamotea la realidad. Llamar a las cosas por su nombre ya es solucionar la mitad del problema. Que sea crisis o no lo sea, que constituya o no rescate o que esto sea robar o sólo lo parezca, es importante. Detraer miles de millones de los hueros bolsillos de los contribuyentes para entregarlos a quienes previamente se los vaciaron, no puede ser acción que se santifique o barnice con palabras o frases tales como “reestructuración bancaria”, “recapitalización” y otros eufemismos al uso. Más ajustado a la realidad y a lo que establecen diccionarios y lexicones sería denominar a estas impías acciones “expolio indecente”. Aclarar quién es funcionario y quien no lo es, también ahorraría muchas controversias, discusiones y pelarzas.

  No menos inadecuado resulta el denominar "sanguijuela morganática" a una variedad de esta especie de gusano que, cual lapa, se aferra a chupar de las arterias de la hacienda del reino, pues aunque maman, y no poco, lo hacen de distinta teta de la que su electo cónyuge se nutre. Mejor sería clasificarlos como consejeros de bragueta, al ser su matrimonio, que no sus méritos, si los hubiere, quien les ganó plaza en el consejo de administración para el que se les nombra. Muestra ahora esta variedad de chupóptero consorte
su predilección por congregaciones dedicadas a la telefonía y la energía, todas ellas piadosísimas y rentables órdenes laicas, una vez esquilmado por tal chupón y otras tenias, éstas no solitarias, su anterior nicho ecológico, las cajas de ahorros, cuya ruina causaron y de las que ricos marcharon en lugar de esposados, como de ellas debieron salir.
  Pueden encontrarse especímenes de estas parasitarias especies en las mejores fondas y hosterías, mostrando su desmedida afición a los crustáceos y a los buenos caldos, que no costean con propios maravedíes sino con doradas tarjetas que diluyen tales dispendios en el pozo sin fondo de su despilfarro insostenible.

  Su nepotismo tentacular, extendido a la familia de sus amigos y cofrades, todo lo ocupa. Disfrazados de funcionarios infiltran a sus protegidos en todos los organismos de la administración, a ser posible en los niveles más altos y mejor remunerados desde donde, como volantes esporas o virus con patas, puedan reiniciar un nuevo ciclo de infección. Una vez colonizados los organismos citados en los que estos parásitos bullen y se amontonan, siendo causantes del descrédito de los verdaderos funcionarios de carrera, amplían su hábitat creando peregrinos organismos e inusitados entes, tan ingeniosos como innecesarios donde, tomando ejemplo de algunas especies de avispas, inyectan las larvas de sus crías y las de sus compinches, que allí encuentran acomodo, aunque terminen por comerse a quienes en tal colmena de verdad laboran.

  Cuando el sistema se satura despejan el lugar, haciendo sitio para nuevos compromisos, jubilando, en edad de merecer, a sus protegidos con cargo a los indefensos sufragáneos, a los que, cuando alguien les oye, llaman "el pueblo", o "los trabajadores". Multiplicar los niveles de la administración, es pues, parte esencial del diseño.

   ¿Qué pensaríais de este pobre fraile, hermanos míos, si os dijera desde el púlpito que si teniendo tienda o artesanía, llegado el caso de que, a causa de vuestra incompetencia y rapacidad, las cosas os vinieran mal dadas, viendo la ruina inevitable, podríais, en lugar de cerrar el puesto y cargar con deudas y compromisos, abrir lo que se llamaría una "tienda mala" y que, cuando corriendo huyerais de ella, allí quedarían cargas y trampas, para regresar a vuestro anterior negocio, que de forma milagrosa hallaríais solvente y lleno de géneros y mercaderías pagadas con cargo al contribuyente? Existe tal, mas no os hagáis ilusiones, almas de cántaro, pues esta ingeniosísima práctica no está al alcance de cualquiera. Sólo quienes de la usura han hecho noble oficio gozan de tal prerrogativa.

   Alárgase la epístola, incapaz de encontrar una idea amable y reconfortante con que darle fin, como se acostumbra. Iba a traer la playa y el descanso a colación, mas desde la pérfida Albión se nos compara con las jirafas y ñus del Serengueti, quienes confiados migran en busca de más feraces y amenos parajes, mientras se relamen los predadores que al acecho les esperan en ríos y cañadas. Nuestros leones y cocodrilos se afilan las uñas en Wall Street y en la city de Londres. A ellos se asocian otros carnívoros y carroñeros locales y, contra ellos, precaución inútil es no perder de vista la cartera. ¡Que Dios nos proteja!


 
Epístola del rescate de los cautivos - 14 de julio 2012

Queridos hermanos.

    Anda la cristiandad revuelta. No es nuevo que sean los más quienes trabajan, viendo como tributos y aranceles les arrebatan gran parte de sus ya menguados jornales, para pagar las deudas de los menos, quienes, ociosos y a costa de los primeros, siguen acumulando riquezas y viviendo en el lujo, el derroche y el exceso. Mullidas alfombras pisan hoy quienes antaño ejercían su oficio en Sierra Morena. Han abandonado sus trabucos los salteadores de caminos, hallada la manera de esquilmar al desprevenido villano de guisa menos riesgosa para el asaltante.
    Se promulgan pragmáticas que nos hacen más pobres a muchos para que unos pocos no vean peligrar su riqueza, socavando la justicia y la razón y convirtiendo en papel mojado anteriores leyes, edictos y acuerdos.  Quedan indefensos los cristianos tras atender durante largos años la parte que les correspondía en un trato que ahora ven incumplido. A pesar de ser tenida por gente dudosa y poco de fiar, el apretón de manos de un tratante de ganado o de un chamarillero, ha resultado ser más fiable que leyes y pragmáticas, a cuyo amparo creíamos estar, solemnemente proclamadas y rubricadas por el mismo rey,  pero que comprobamos que a poco comprometen a quienes con mentira juraron defenderlas para acceder a sus prebendas y canonjías. Dios les pedirá cuentas por sus quebrantados juramentos y promesas.
  A la injusticia añadimos hoy el escarnio y el desprecio. Hay ocurrencias, pues con ocurrencias se nos gobierna, que minan hasta el derrumbe la ya tambaleante moral de la feligresía. Vemos gestos que, de forma obscena, suman la burla y la vejación a nuestros miedos por el presente y el futuro.  Desconocemos las caras de los que en verdad nos gobiernan, sólo sabemos que sean quienes sean, nos miran como insectos. Como siempre ocurre en la cristiandad, hay que dirigir los ojos a Roma para encontrar ejemplo y guía. Elsa Fornero, regidora transalpina, vertió amargas lágrimas mientras anunciaba sacrificios menores de los aquí se nos imponen entre aplausos y sonrisas.
    En las juntas en las que su cofradía decretaba una recortadura tres veces mayor para una economía la mitad de grande, Andrea Fabra, una de las diputadas del común que hace pocas lunas elegimos para solucionar los problemas que nos abruman y que, a los 28 años, y gracias a la designación del virreinato valenciano, ya ostentaba senatorial toga, vomitó un expresivo resumen de su pensar, mostrando a los súbditos del reino el grado de su aprecio y caridad para con quienes iban a sufrir las requisas que permitirán que ella, sin más méritos conocidos que ser hija de su padre, levantino prócer con aspecto de capo de la mafia calabresa, siga viviendo como un rajá: —¡Que se jodan!, fueron sus piadosas palabras. Que este miserable personaje siga o no posando su culo en una cátedra que no merece será vara con que medir la dignidad de tal congregación.
    —¡Ya veo la luz al final del túnel!, exclama Miguel Durán, anterior jerarca de una orden laica que agrupa a los ciegos del reino.  
    —¡Oteo una luz al final del túnel!,  pero es un tren que viene, —leo en otra esperanzadora crónica…
    Los nostradamus  de las finanzas explican qué va a acontecer, una vez ocurrida la catacumbre, que no antes. Asesoran e ilustran a los usureros que les pagan, que han salido a la luz para mostrarse ahora sin recato, después de siglos ocultos en oscuras y tortuosas callejas en las que antaño ejercían su infame oficio. Pomposos títulos disfrazan y dan lustre a su hermandad sin fronteras y, ya a cara descubierta, imponen a reinos y villas las penitencias y ayunos que les garanticen el cobro de las rentas de sus usuras.
    Oscura y contradictoria es su doctrina:
   —¡Hemos vivido por encima de vuestras posibilidades, ahorrad ahora!, razonan unos.
    —¡Gastad, malditos, que nada vendemos!, gritan otros.
   —¡Sálvese quien pueda!, vienen a decir quienes gobiernan, aunque vemos que, en el actual naufragio, sólo hay barcas para socorrer  y rescatar a quienes han estrellado la nave contra los arrecifes.
    Uno de estos gurús, que imparte doctrina económica en los estudios generales de la corte, afirma que algo de vida inteligente debe quedar en Europa, aunque no se vean muestras de tal cosa en el momento actual. Opina que son poco atinadas las providencias con las que se nos quiere sacar de la ruina que padecemos. Oigo hablar de que se nos rescata, como cautivos de Argel. Eso, al menos, nos confirma que esclavizados estamos, ya que rescatados hemos de ser.
    Sírveme de consuelo el pensar que, puesto que somos nosotros quienes a ellos les damos de comer, que no al contrario y que, además, les hacemos ricos, no han de dejarnos morir, al menos no a todos. Que Dios reparta suerte.

El hermano José


Epístola vacacional - 24 de junio 2012

    Dirigida a mis compañeros de profesión, se escribe esta epístola, tal como la anterior,  bajo los nocivos efectos de una imprudente visita a ciertos foros donde pude comprobar, una vez más, el poco aprecio que parte de la sociedad muestra hacia los funcionarios en general y a los docentes de forma especialmente cruel e injusta. Tras 36 años de dedicación a la enseñanza, no creo que ni yo ni la inmensa mayoría de mis compañeros de profesión seamos merecedores de tal odio. A quienes piensan de tal forma puedo decirles que estoy convencido que más me deben ellos a mi que yo a ellos. Con Dios.

....
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 
 ....
 Antonio Machado (Retrato)

Queridos hermanos.

    Alineada Can mayor con Sirio, llegadas son las canículas y los catecúmenos ya han dejado desiertas las aulas de la escuela catedralicia. Durante dos meses, su vitalidad se encauzará a llenar de alegría y regocijo la vida familiar, reanimando los hogares y permitiendo a los progenitores disfrutar por fin de la compañía de su prole. Por eso nos odian. Incapaces de soportar a sus propios retoños, ingratos aplauden cuantas medidas hacen la vida más difícil a quienes de ellos se hicieron cargo durante el resto del año, labor a la que no han querido dedicarse, a pesar de las innúmeras ventajas y privilegios que presuponen en tal oficio. Que el Señor les perdone y les de fuerzas para sobrellevar tantos días, llenos de horas, minutos y segundos.
    Ha querido el Creador, para redondear la suerte, disponer los astros de forma tal que sean estos días los más largos del año, lo que hace a bestias y personas bullir  hasta horas avanzadas en las que en otras estaciones ya sería noche profunda, invitando entonces tales penumbras al recogimiento y al retiro.  Sírvales de consuelo el pensar que, en el más desfavorable de los escenarios,  sólo a dos o tres rorros han de soportar, no a veinticinco, que nada han de enseñar, sólo sobrevivir y que, además, son suyos.
   Cuando pasado el día de los santos Simplicio, Agoardo y Teodulfo, preclaros varones cuya luz es cada año eclipsada por  el mayor relumbre de San Juan, que acude siempre acompañado de hogueras y fogatas, traspaséis el umbral del cenobio, os abrazará el silencio, huero de gritos, carreras y pelarzas. Dentro os aguardan manuscritos y legajos, crónicas y memoriales, que trabajo es, pero que os recibirá inmóvil y silente. Escribid planes y propósitos por si, pasado el verano, la educación siguiera considerándose necesaria. Las últimas pragmáticas nada bueno presagian.
    Cuando, para abaratar costes, compartíamos rey con Alemania, pidió Carlos I quinientos mil florines a los banqueros Fugger, recabando luego aquí los caudales con que persuadir a quienes allí habían de votarle como emperador, permitiendo a los florines regresar prestos a las arcas del país de donde salieron. Fueron entonces las rentas del Maestrazgo, el mercurio de Almadén y la plata de Guadalcanal quienes sirvieron de aval para pagar tal fiesta. Hoy Frugger es rubia y son nuestra salud, nuestro trabajo y nuestros menguados jornales quienes avalan los préstamos, permitiendo que, sin dejar de atenderlos, cada vez les debamos más. Si, al menos, la usura fuese hoy tratada con el rigor de aquel entonces, no bastarían las hogueras de San Juan ni las fallas de Valencia para hacer entrar en calor —y en razón— a quienes se hacen ricos con nuestro empobrecimiento.
   No permitáis que tales buitres os coman la moral, hermanos. Dispersaos por playas, montes y aldeas. Disfrutad. Nutrid e hidratad vuestros organismos según los gustos y posibles de cada cual, que antes de lo que pensáis, vuestros discípulos, ávidos de ciencia y para alivio de sus progenitores os recordarán que el verano ha terminado.

El hermano José
 

Epístola sobre las penurias que nos aquejan - 23 de enero 2012

Queridos hermanos.

    Con el ánimo turbado medito en la soledad de mi celda acerca de las penurias que abruman a las escuelas catedralicias y a quienes en ellas, con gran quebranto del cuerpo y del alma, desasnamos a los hijos de algunos de quienes hoy se alegran de nuestros males. Jalean los desafueros que contra nosotros se perpetran, llegando a espolear, con tanta ignorancia como escaso cálculo y razón, a los indignos abades que antes gobernaron o gobiernan ahora la cristiandad para que acrecienten sus desmanes contra nosotros y contra quienes, como nosotros, les proporcionan lo único que del reino reciben a cambio de diezmos, pechas y alcabalas, achacándonos las consecuencias de un derroche irresponsable, de un festín general en el que no hemos tomado parte. Sólo cuando pintan bastos somos recordados, nunca somos llamados a participar de la prosperidad.

   De partes muy sensibles del organismo deben tener sujetos a quienes dicen mandar, cuando se resignan a ser marionetas cuyos hilos manejan, cada vez con menor disimulo de la engañosa industria que les mueve, quienes a tal situación nos condujeron. Principalmente prestamistas, usureros y alarifes, de insaciable avaricia y rapacidad, que se inquietan porque ahora los fieles no tienen dineros con qué pagarles sus deudas. No es rara cosa, cuando todos los ducados y maravedíes del reino ya están en sus arcas. El fin del mundo está cerca, pues hoy se deja el pastor dirigir por el lobo sobre cómo  cuidar y proteger a sus ovejas, intentando así evitar ser comido él mismo. Sacrifica el pastor una tras otra, creyendo poder saciar el hambre de la fiera, sin pensar que de una oveja o de una vaca pueden obtener carne una vez, aunque leche podría dar todos los días, si no se la deja morir de hambre para ahorrar el pienso que come. Debería saber que de tal modo sólo está retrasando su propio final, ya cercano.

    Quejábase amargamente un hermano mientras paseábamos por el claustro, diciendo que antes debieron decirnos que, para ellos, lo que hacemos no es importante, que en demasía se nos pagaba por hacerlo, al menos así sabemos ahora en  qué poca estima se tenía nuestra labor. Unos galones en los hombros vendrán a suplir la autoridad que con tales discursos se nos arrebata, ante el aplauso de quienes ven con buenos ojos que se ofenda y se rebaje el jornal a quienes les sanan, enseñan o protegen, a quienes barren las calles, recogen las mierdas de sus perros o les ayudan a nacer y a morir. Nos queda el consuelo de que sus hijos, con los ojos muy abiertos, van aprendiendo de tales padres lo que es importante de verdad, qué es realmente merecedor de esfuerzo, de aprecio y de reconocimiento. Ellos nos vengarán, hermanos.
POST SCRIPTUM
   Para levantar los decaídos ánimos y recobrar algo de ilusión, envíoos un salmo bailable, primorosamente interpretado por alguna escolanía, cuyo nombre, así como la piadosa orden a que pertenecen sus miembros, en mi ignorancia, desconozco. Haced acopio, hermanos míos, de manuscritos, salmos y piadosas obras antes de que la Inquisición, por una vez con algo de razón, cierre la puerta de bibliotecas y archivos hasta ahora accesibles a estudiosos y amantes de las artes.

El hermano José

 Sobre el método. Averiguaciones en revistas del S. XIX

Mi propósito, pues, no es el de enseñar aquí el método que cada cual ha de 
seguir para dirigir bien su razón, sino sólo exponer el modo como 
yo he procurado conducir la mía. Los que se meten a dar preceptos 
deben de estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan, 
y son muy censurables, si faltan en la cosa más mínima. 
Pero como yo no propongo este escrito, 
sino a modo de historia o, si preferís, de fábula, en la que, 
entre ejemplos que podrán imitarse, irán acaso otros también
que con razón no serán seguidos, espero que tendrá utilidad para algunos,
sin ser nocivo para nadie, y que todo el mundo agradecerá mi franqueza.

El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, 
pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, 
que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra cosa, 
no suelen apetecer más del que ya tienen.

Discurso del método. Descartes.


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Calle Gutenberg

    Países y ciudades hay donde, prevaleciendo la lógica y la razón al sentimiento y la memoria, se identifican sus calles por un número en lugar de por un nombre para, de tal forma, facilitar su encuentro. Esto permite dibujar un mapa mental que hace más sencilla la vida a los taxistas y deja la historia y el recuerdo para museos y estudiosos del pasado. Maldad sería pensar que este sistema se deba a la circunstancia de tener más calles que historia, pues quienes recurren a ella en busca de recuerdos para llenar el callejero, siempre renuncian a épocas y personajes que no consideran propios. Así, en España, no abundan las calles dedicadas a los fenicios, a los cartagineses, a los visitantes de Bizancio, a los vikingos, ni siquiera a la antigua Roma, aunque todavía sigamos vadeando algunos ríos sobre los puentes que ella construyó. Sin embargo, existen innumerables  con nombre árabe. Sin salir de Granada, encontraremos entre sus viales y callejas a Abderrahman, Aben Humeya, Aixa, Abenamar, Boabdil, Abencerrajes, Averroes y también Alhama, Alhambra, Alcahaba y un y un largo y hermoso etcétera.  Hasta al grabador David Roberts.

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Journals, cuadernos de viaje y sketch-books

   Hoy, 9 de marzo de 2011, para celebrar el día de San Vital de Castronovo, monje italiano fallecido en el año 993, me he regalado dos maravillas de PaperBlanks. Un journal de la serie Lindau Gospels y otro de Old leather. El de más piadoso aspecto se dedicará a notas y averiguaciones para mi narración sobre “El convento de San Odón de la Muela” y el otro, ya veremos, aunque como no es papel rayado y tiene buena pinta, seguramente servirá para dibujar lo que uno vea mientras se toma un café en una de las terrazas que pronto empezarán a poner en las calles. Me gusta a mi eso de los Urban Sketchers y los Ladrones de cuadernos.

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