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sábado, 16 de marzo de 2019

Cieza y Valle de Ricote. Floración 2019

   Una vez más nos acercamos a Cieza para disfrutar de la floración. Aunque conviene visitar la zona cuando sus campos están adornados por las flores multicolores de millones de árboles frutales, siempre hay muchas otras cosas que ver, historias que conocer y delicias que comer. Incluso árboles antañones con leyenda, que no libran ni toman vacaciones.
   Hacemos muchas fotos de la floración por los alrededores de Cieza, aunque en esta ocasión dedicamos un tiempo a visitar ciertos árboles que merecen especial atención, respeto y un dibujo. Las fotos quedan para acuarelas en casa, de forma más reposada y a tamaño poco manejable en el lugar de los hechos. No me gusta plantar un caballete en un bancal para pintar allí mientras pegas la hebra con los encimarios. O los aventas, según su actitud. Me me he vuelto muy cómodo y a veces arisco.
    En un cuaderno Fabriano de 15x23,5 cm, vertical, que abierto da una superficie de 23,5x30 cm. de buen papel, se hacen unos dibujos con pluma estilográfica, tintas negra o marrón indelebles, para colorearlos con acuarela posteriormente. También en cada uno de estos dibujos se cuenta por encima la historia o la leyenda de estos monumentos vivos.
    En el primero de ellos, separándonos de la hermosa vereda que corre paralela al Segura, Cieza a la izquierda, nos acercamos a la Acequia de la Andelma, fuente de agua en árabe, para ver y dibujar la Olivera llamada de los fantasmas o de el Algás. Una hermosura. Sus raíces beben de la acequia y parte del cuerpo del olivo está enterrado en ese ribazo húmedo y sombreado. En la otra parte del puentecillo sobre la acequia crece enmarañada una higuera también inmensa, aunque ahora sin hojas.
   Un cartel nos cuenta la historia y la leyenda de este olivo magnífico, cuyas ramas enormes dejan en el centro un hueco inquietante. Nos enteramos de que esa olivera, antaño escoltada por fantasmas, se encuentra a unos 150 metros de unas cuevas donde en tiempos ejercían su oficio personas de moral distraída. Para evitar ser vistos y reconocidos por huertanos y vecinos, los clientes de esas casas de lenocinio se embozaban con capas o pañuelos, ocultando sus caras durante sus expediciones nocturnas. Se decía que los que se atrevieran a mirarlos a la cara, si con ellos se cruzaban, eran metidos en el agujero central del olivo, no siendo vistos nunca más. Temible. Con tales espantos intentaban chocear a posibles testigos de sus deslices, siendo zona evitada al llegar la noche por la atemorizada vecindad. Eso dice la leyenda, aunque dudo mucho de que los habitantes de las inmediaciones, incluso de las lejanías, de esta hermosa olivera, no supieran la clase de fantasmas que alrededor pululaban, así como los negocios que hasta allí les llevaban a horas intempestivas. El caso es que mucho tendría para contar este árbol si a hablar se decidiera. Pero la naturaleza nos gusta, entre otras cosas, porque ni se fija ni tiene opinión sobre nosotros. 

   También en Cieza, cruzando el Puente de los Nueve Ojos sobre el Segura, que ahora viene lleno hasta los bordes, imagino que por aguas del trasvase desde el Tajo, pues poco ha llovido en los últimos meses, llegamos a una olmeda que ya se ve desde lejos. Se trata de la Olmeda del Maripinar, compuesta por las dos filas de ejemplares inmensos que bordean la carretera. Con los troncos con banda blanca pintada para señalizar el camino en la noche, algo que hacía tiempo que no veía, estos olmos son, se nos cuenta, el conjunto de olmos comunes mejor conservados de Europa, de alguna forma inmunes a la grafiosis, lo que los convierte en un reservorio que permitiría repoblar otras zonas con ejemplares resistentes a esa enfermedad que acabó con casi todos los olmos de Europa, que antes nunca faltaban en plazas, caminos, riberas de los ríos y otros lugares. Convendría venir en otro momento en que estén con hoja, verde u otoñal. Se plantaron a la vez que se construyó ese puente de nueve ojos, con lo que sabemos que viven desde 1892-1899, cuando la guerra de Cuba. Ya tenemos otra excusa para volver por Cieza.

    Como otras veces, desde Cieza nos vamos al valle de Ricote. Ya dedicamos una entrada anterior del blog a Cieza, y otra a este hermosísimo paraje, valle del que fueron expulsados los últimos moriscos, mediante un decreto especial en 1613. Dudo que todos se fueran, y más de que otros tantos no volvieran. Ya Cervantes nos cuenta en El Quijote el reencuentro gozoso de Sancho Panza con un vecino morisco,  apodado Ricote, que regresaba a su aldea de incógnito.
   No es cuestión de repetir lo ya contado en esas entradas anteriores, volver a hablar sobre el carácter volcánico de esta zona que nos lleva a Archena, con sus aguas termales, así como del aspecto norteafricano que hace tan característico el paisaje que rodea al Segura en su lento paso por el valle. Nos acercamos una vez más a saludar a la Olivera Gorda, hacerle más fotos y dibujarla. Está cambiada, más cuidada, recién pasada por la peluquería y su tronco y ramas colosales se ven mejor. Está recién regada y en las inmediaciones la huerta y sus árboles reciben las atenciones y mimos del dueño del bancal, mientras charlamos con él y echamos un cigarro sentados en el banco que hay al lado del olivo.
   Un cartel nos relata la historia, trufada de leyendas como suele ocurrir, de esta olivera. Desde luego fue plantada por los árabes, dada su edad, siempre menor de la que se les atribuye, pero increíble. Bajo sus ramas se coronó rey Ibn Hud, de la cora de Tudmir, que se acabó apoderando de casi todo Al-Andalús en disputa con los feroces alhomades. También se nos cuenta que a su sombra los moros se rindieron a Jaime I, que hasta para rendirse es preferible estar la sombra que al sol, como en los toros. En un cartel se nos cuentan estas y otras cosas. Un incívico visitante, aunque más leido o imparcial que quien redactó el texto informativo, ha rascado la palabra "catalano-", dejando sola la más verdadera "aragonesa" como gentilicio de la corona del tal Jaume.
   Como esta olivera es tan grande todavía puede alojar más leyendas, como la que afirma que los vecinos de Ojós, tratando de arrebatar a Ricote la imagen de su santo patrón, San Sebastián, cuando su raptora comitiva  llegó a la altura de este olivo, el peso que en esos momentos adoptó el santo hizo imposible seguir adelante con su impío secuestro. Ni las caballerías podían mover el carro con el San Sebastián. Hubo de ser devuelto a su domicilio habitual y, desde entonces y a perpetuidad, el aceite producido por esta olivera es cedido  para alimentar las candelas que alumbran su imagen en esa capilla que se negó a abandonar, ayudado por esta olivera. Tal vez fuera tallado en olivo, que no en ciruelo, de ahí la milagrosa solidaridad arbórea. Me encantan estas historias.
    En el Azud de Ojós, término de Blanca, cerca del túnel y del Salto de la Novia, de trágica leyenda que por ubicua es fácil de adivinar, nos detenemos una vez más bajo el pino del Solvente, en el paraje del mismo nombre. Al lado hay una enorme higuera, más antigua que el pino, que sólo tiene unos 25 años. No es el auténtico pino a que se refiere la historia que el cartel nos cuenta. Ya se nos advierte en él que se plantó simbólicamente éste para que recordara al antiguo, pues hace siglos que desapareció el enorme ejemplar a cuya sombra se reunian los mudéjares de todas las aljamas para acordar temas importantes para los vecinos del valle, como repartos y turnos de riegos, nombramiento de cargos públicos y otras cuestiones de interés para la comunidad. Tomada Granada y en especial tras la guerra de las Alpujarras, se ven presionados a convertirse al cristianismo, arrinconándolos cada vez más hasta 1613, cuando son expulsados los moriscos del valle de Ricote, que en gran parte ya vivían como cristianos. Como antes hemos contado, ellos son los últimos en salir. Como, más o menos, cristianos, siguen reuniéndose para elegir alcaldes y debatir sus asuntos bajo ese emblemático pino. Es un buen sitio para detenerse a almorzar o a merendar si uno lleva con qué.
    En otro cuaderno, de papel kraft marrón, con lápices, pluma, acuarela y un poco de témpera blanca sola o mezclada, se hacen otros dibujos de cosas interesantes. En el anterior, una parada en la carretera bajo uno de esos olmos inmensos de la Olmeda del Maripinar.
    En el siguiente, un eucaliptus hermosísimo al lado del puente sobre el Segura que ya hemos comentado al hablar de la Olmeda. Hay muchísimos eucaliptus en la comarca, algo que no me explico, dada la afición de estos árboles por chupar agua del suelo, hasta el punto de que se usan para desecar zonas inundables. Sí me he enterado de que hay uno en Sangonera la Verde que fue el primero de ellos que llegó a España, pues las primeras semillas fueron traídas desde Oceanía, por el "evangelizador de Australia", el misionero gallego fray Rosendo Salvado, en la segunda mitad del XIX. Mala fama tienen estos árboles, pues se dice que secan las fuentes. Lo malo es que se dice con verdad, por lo que poco adecuado parece plantarlos aquí. Pero una vez plantados es un disparate, a mi escaso juicio, talar los que han llegado a centenarios, como se hizo en la mañana del 22 de noviembre de 2004 en El Palmar con el eucalipto monumental de La Fábrica y todo el conjunto. Con cinco metros de diámetro era uno de los cinco mayores de la región. Era. Este que hemos dibujado en Cieza ha tenido y tiene mejor suerte. Es una verdadera hermosura y tiene al Segura a mano, o mejor a sus pies, para beber.
   En el valle de Ricote, muchas fotos y algunos dibujos en este otro cuaderno. Palmeras, frutales, naranjos, limoneros llenos de limones y de flores de azahar, que estós árboles nunca se cansan. Hay montones de cosas que pintar. Hasta un burro ramoneando plácidamente, a la sombra y con la pereza de la hora de la siesta, en la hierba fresca a escasos metros del Azud de Ojós.

   Como casi siempre hablamos de árboles, flores del campo, trinos de pajaritos y demás espiritualidades, pudiera parecer que no nos queda tiempo para otra cosa, que vivimos del aire, que somos san Frascisco de Asís y que nada nos interesan las cosas de intendencia y los placeres de cerebro para abajo. Error. Ya hemos contado otras veces cómo hacemos acopio de miel cuando pasamos por lugares donde la producen buena, de quesos, de vinos, aceites, salazones, perniles o, usando nuestra barriga como envase, engullimos frituras de pescado, especialmente cuando pasan en minutos del mar a la sartén. No somos de los que saben por qué no beben los vinos de las tabernas, ni mucho menos; ni siquiera hacemos ascos a los pacharanes ni a los whiskies de malta. En cada sitio hay que probar su vino, su queso y su pan, incluso su agua, aunque con prudencia, y conocer su gastronomía y los primores de su cocina. Muy incompleto quedaría un viaje y el sesudo estudio de la historia y el carácter del sitio que uno visita si se limita a museos y castillos, a árboles, cerros o ríos. Siempre lo más importante son las personas que habitan el lugar que visitamos, que en definitiva ellos y sus antepasados son quienes han levantado todo lo anterior, los que han perdonado la vida, podan y riegan los árboles que tanto nos gustan, recogen las frutas que nacen de las flores que pintamos, recolectan la miel, vendimian los majuelos, pescan los peces y crían los corderos que devoramos cuando toca.
   Es la gastronomía parte no menor en un viaje que quiera conocer un pueblo, una comarca o un país. Para cubrir este apartado en una forma que esté a la altura de lo visto, tan hermoso, nos acercamos en Cieza al restaurante Tarradellas, con un sol Campsa. Teníamos buenas referencias de él, y lo conocimos porque su carta se decoró con algunas acuarelas mías sobre la floración y algún árbol emblemático de la ciudad y su entorno. Aparte de su generosa amabilidad, comprobamos que eso del sol Campsa y de los elogios que habíamos leído sobre sus fogones y trato se quedaban cortos con lo que allí probamos sentados  en la barra. Su amistad y su cocina, llena de sabores que se realzan unos a otros, buenos y variados productos elegidos y guisados con mimo y sabiduría, presentados y servidos con arte y donde tampoco faltaban las flores. Un plato decorado con pensamientos da para comer y pensar. Excelente. Muchas gracias por vuestra amabilidad. Volveremos.

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