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martes, 5 de diciembre de 2017

ALTEA

   Huyendo de los fríos de Albacete, que se han echado de una, nos vamos para la costa, un recorrido por esa zona de Alicante tan familiar y tan hermosa. Pasando por Alcoy, de Campello a Calpe, con base esta vez en Altea. Muchos dibujos en un cuaderno Art Book de Canson, de 18 x 25, con estilográfica, bic negro o lápiz, acuarelados después si no da tiempo en su sitio, que a veces si da.
   El primero es la iglesia ortodoxa que hay en la zona de Altea Hills. La había visto aparecer en una curva siempre que pasábamos por allí  yendo hacia Calpe. Parece de un cuento de hadas, con las cúpulas como cebollas doradas reluciendo al sol, que es lo primero que sobresale entre los árboles de esas montañas costeras. Esta vez ha tocado por fin dedicarle un dibujo.
   El segundo dibujo es una especie de mapa del trayecto, una vista desde esas montañas llenas de casitas, el mar al fondo y el cielo vestido con nubes y en una ocasión hasta luciendo un arcoiris. No se puede pedir más. El anochecer cuando hay nubes es una pintura, uno de esos cielos que cuando se llevan a un cuadro parecen una exageración de la mano del pintor. Cuando amanece no puedo nunca dejar de recordar a los griegos que bautizaron Hemerospopeion a esta zona cercana a Denia, Ἡμεροσκόπειον, "la que mira a la mañana", primer lugar por donde amanece en la península. En griego todo suena a poesía.

    Las montañas de la costa están cubiertas de casitas, salvo Benidorm, criadero de turistas en altura. Visto desde aquí, desde lo alto y a distancia, se dibuja el skyline de rascacielos en la misma costa, seguramente más plazas hoteleras que en toda Grecia, ciudad con nombre de regusto árabe hoy llena de bares, hoteles, cafés, restaurantes y tiendas, siempre invadidas por guiris saliendo de los supermercados con carros llenos de botellas o sentados a pleno sol como lagartos, patidifusos, las piernas extendidas, dispersas, caras color langosta cocida, vaso en mano y con un relajo cercano a la catalepsia. Sólo resurten sobresaltados cuando recuerdan o les mientan a Cameron, a Farage o a May, a los del tiro en el propio pie del brexit, y se les conoce porque les cambia la cara, maldicen y se dan otro trago, pensando pedir la nacionalidad española, esa a la que los alucinados pares locales de los próceres mentados quieren renunciar. También hay muchos rusos y nórdicos, cosa que se nota en los carteles de comercios e inmobiliarias. Incluso hay españoles, pero menos.
   Dibujo en una calle de Benidorm, hecho dentro del coche, esperando a que abrieran la churrería para tomar un chocolate con churros. Extraño horario de churrería, evitando madrugones y asorratos. Un sindiós.
   En Calpe, a comer en el puerto, como es costumbre. Una fritura de pescado y un arroz caldoso con bogavante por poco más de lo que en otros sitios te cobran por un plato combinado o un par de bocadillos de anchoas. Ventajas de esa competencia feroz que lleva a perseguir a los paseantes ofreciendo vasos de sangría y un calamarcillo intentando arrastrar  a los turistas hasta su local. Aunque uno vaya a tiro hecho conviene dejarse querer, porque llegan a hacer ofertas de mariscadas a los indecisos a precios asombrosos. Y el pescado de la zona es de los mejores del mundo.
    Otro día, entre entre Alfaz del Pi y Benidorm, el Cisne, lugar del que ya hemos hablado y dibujado en otras ocasiones. Música, babel de guiris, unos en camiseta, otros como para ir a Alaska, antigüedades y cosas viejas, mercadillo, zoco y rastro, comidas y bebidas, mil recovecos llenos de objetos y plantas, en gran parte techado, de obra o zonas cubiertas por lonas o madera que parece sujetarse en los troncos de palmeras y otros árboles de cuando aquello era la huerta de una finca con su casona con torreón. Músicos curtidos en las verbenas y hoteles intepretando con solvencia música internacional para que se desgarabiten los guiris, algunos en poder de las uvas, de trapillo o vestidos para una cena en Versalles, en un ambiente siempre agradable y a veces sorprendente.
   Estamos allí tres o cuatro horas que dan para visitar el mercadillo, algunos puestos del rastro, tres libros a un euro (si eliges solo dos tienes que discutir porque insisten en que son tres, lo que sirve para practicar el inglés), a veces cuadernos artesanos surtidos para todos los gustos y bolsillos. Como no hay que obviar la hidratación, que hasta en diciembre hace sol, se aprovecha el tiempo dibujando el percal, siempre sugerente. Comemos, tomamos café, dibujamos algunos rincones y nos vamos. Volveremos.

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