Parque Natural de las Sierras de Segura, Cazorla y las Villas. Casi 220.000 hectáreas de bosques, montañas, ríos y embalses, que hacen de esta maravilla el espacio natural protegido mayor de España, el segundo de Europa. La verdad es que las montañas y los bosques comienzan bastante antes de llegar al Parque Natural, pues a pocos kilómetros de Albacete capital ya empezamos a vernos rodeados de montes arbolados, a conducir por sinuosas carreteras de montaña, a vadear ríos y bordear embalses. Hay que recorrer, como hacemos, cientos de kilómetros para que, poco a poco estos bosques se vayan conviertiendo en olivares, pasada Cazorla. Unos 60 millones de olivos de Jaén que son la mayor extensión de bosque cultivado del mundo. Y la cuarta parte del aceite de oliva mundial. Zona de montaña, rica en arbolado como se ve, agreste, semidespoblada, con fuentes, arroyos, como ocurre en la provincia de Albacete, limítrofe, donde se inicia el Parque y donde no es excepcional encontrar cabras encaramadas a los farallones, ardillas, incluso algunos cervatillos al lado de la carretera, cosa que me ocurrió hace poco en lugar tan inesperado como Tolosa, en las hoces del Júcar, cerca de Alcalá.
Por Cazorla vimos alguna cabra curiosa, escapando sin prisas entre helechos por los barrancos que bordeaban la carretera, muchas ardillas, truchas y carpas por los ríos, lagartos, lagartijas y hasta una inquietante camisa de víbora hocicuda abandonada por su propietaria bajo un cojín en un banco de un restaurante a la orilla del Tranco. Y por los cielos infinidad de rapaces, que más parecía la Bolsa, incluso algunas aves enormes a gran altura, águilas reales o buitres. También compruebo que cada decenio se ven menos mariposas, abejorros, mantis aunque ya se hubiese mermado su religiosidad, libélulas, arañas, caballitos del diablo e insectos en general. Tal vez sea que ya no recorro las serranías metido hasta el cuello en las aguas heladas de los ríos, cámara en ristre para inmortalizar bichos, como era mi costumbre, o simplemente que he perdido mucha vista. Espero que sea eso. Aunque creo que no.
También habría que decir que no es el único Parque Natural de la provincia de Jaén, que cuenta con otros tres, hasta las 300.000 hectáreas protegidas, al sumar los de Sierra Magina, Sierra de Andújar y Despeñaperros. Terreno adecuado para quienes nos encanta conducir por curvas, no nos espantan los barrancos y no nos cansamos de ver árboles y cerros.
Aunque era zona ya conocida por otras visitas anteriores, algunas en tiempos ya remotos, ir allí en estos momentos primaverales es algo diferente. Hace poco más de un año, pasábamos por Santiago de la Espada, con nieve en las cumbres o en las zonas de umbría al lado de la carretera. Desde Úbeda también se veían las cimas llenas de nieve hace unos meses. La hierba está ahora jugosa y verde, los árboles lucen en su mejor momento, abundan los helechos y algunas praderas están cuajadas de florecillas. Las nieves de este invierno y las lluvias de mayo han permitido que el paisaje presente ahora su mejor cara. Las montañas no cambian, siguen imponentes, majestuosas, cubiertas de árboles hasta la altura en que estos empiezan a sentirse incomodos, cerca de los 2.000 metros de altura.
Como vamos sin prisa, paramos a almorzar cerca del Salto de Miller, mientras miramos los retorcimientos de los estratos que dejaron al aire los desmontes para hacer las carreteras, lo que demuestra que el pasado geológico de la zona fue agitado, que el afán por acercarse a la península es ya de antiguo compartido en el norte de Africa por personas y placas tectónicas, a veces con grandes estropicios en forma de catacumbres, terremotos o de almohades. Luego nos desviamos hacia Segura de la Sierra, que en el año 781 llamaron شَقُورة (Shaqūra) cuando la conquistaron guiados por Abul-Asvar, según me informo., luego ocupada por sucesivas oleadas de renovado fanatismo norteafricano, como almorávides y almohades, los ISIS de la época,
Allí vimos, con la montaña al fondo y olivos en el valle, la estatua de Jorge Manrique, oriundo de Segura de la Sierra. Y la dibujamos.
Habíamos tomado café en un bar cerca de La Toba, escuchando el agua almacenada en los altos farallones que quedan enfrente y que ahora discurre borboteaando al caer por un pequeño desnivel entre pedruscos, a la sombra de las higueras que entoldan el lugar. Bebimos agua en una fuente que había en el mismo patio del bar, donde estuvimos pegando la hebra con el dueño, que con más sentido común que vista comercial te recomendaba abrevar en ella, pues no podía ofrecer ninguna embotellada que fuera mejor. Me descubro ante tanta sabiduría y honradez.
Llegamos a este hermoso pueblo medieval de Segura de la Sierra serpenteando entre enormes pinos y jugosos helechos por la ribera del río Madera,
centro de la que fue inverosímil provincia marítima de Segura, en manos del Real
Negociado de Maderas, lo que supuso que estos bosques, gran parte de varias
provincias, pasaran en 1751 a manos de la Marina, una vez se decidió en
1733 que de aquí convenía sacar los troncos de pinos salgareños con que
construir la fábrica de Tabacos de Sevilla. Desde entonces, decenas y decenas de millones de árboles se fueron navegando por el Madera, el
Guadalimar, el Segura o el Guadalquivir hasta los astilleros y atarazanas de Sevilla o Cartagena,
principalmente para contruir o reparar barcos. Aunque es actividad que
duró hasta época relativamente reciente, la disminución del caudal de
los ríos, la construcción de embalses y otros factores hicieron que este
trasiego fluvial se abandonara.
Los árboles, de las manos de la marina pasaron a las de la Renfe, para hacer millones y millones de traviesas
para las vías férreas. De forma que al viajar, en barco o en tren,
durante siglos, de aquí salieron las traviesas que soportaban las vías o
el forro exterior, cubierta y parte de la arboladura de las naves contruidas para
la carrera de Indias, para perseguir piratas berberiscos o para hundirse en Trafalgar.
Parte de las sierras de Albacete formaron parte de esa provincia
marítima con capital en Segura de la Sierra, teniendo su delegación albaceteña en
Alcaraz, junto a las de Cazorla, Villanueva del Arzobispo, y Santisteban
del Puerto.
Como a este paraiso siempre se ha venido a llevarse, que no a traer, durante mucho
tiempo fue reserva de caza mayor, pues hasta osos había, según algunas
fuentes hasta mediados del XIX, seguro antes, no hay más que leer los
libros de montería a los que tan aficionados han sido los monarcas y
nobles de todos los reinos que luego formaron España. En el Libro de la Montería "que mandó escrevir el muy alto y muy poderoso Rey Don Alonso de Castilla, y de León, vltimo deste nombre, acrecentado por Gonzalo Argote de Molina", libro dirigido a Felipe II en el que recoge textualmente lo que Alfonso XI decía sobre estos montes:
Llegamos a la base bien entrada la tarde, a la Casa La Nana en la misma presa del pantano del Tranco de Beas, lleno a rebosar. Ahora a descansar, quitarse el calor del viaje y tomar un brebaje reparador y refrescante mientras las montañas van cambiando de color, las sombras van llenando las partes bajas de los valles que ocupa el pantano y el fresco y la oscuridad se hacen dueños del lugar. Quedan algunas luces y el olor del jazmín y las higueras.
Por la mañana temprano apunte con estilográfica y acuarela, aunque volvemos varias veces al tema con acuarela o lápiz de lo que desde esta terraza se ve en los momentos en que estamos en la casa, . Una maravilla.
Aunque procuramos ver parte de lo mucho que hay, también hubo bastantes ratos de descanso, disfrutando del olor de las higueras, viendo que el en cielo hay buitres que se ganan honradamente la vida, escuchando pájaros que aún tienen ánimos para cantar en el bosque, duchándonos con agua mineral sin gas o bebiéndola en fuentes llenas de musgo y cabelleras de Venus, comiendo tomates con sabor a tomate, embutidos de ciervo, quesos de cabra y miel de romero.
La altura de las montañas es impresionante y esa que hemos dibujado varias veces y que pone fondo a la presa del Tranco, una llanura inclinada que se derrumba finalmente, tiene una estructura que se repìte una y otra vez. El paisaje mantiene ese patrón, el de un fondo marino, llano y uniforme, que se levanta, se inclina, quiebra y derrumba siempre en la misma dirección, la dirección en que empujaban las fuerzas inimaginables que comprimieron esa llanura inicial rompiéndola y haciéndola alta y quebrada, como una sierra. El espectáculo debió de ser tremebundo. El desconcierto de las aguas también y, en sus dudas y discusiones sobre la ruta a seguir, unas eligieron, precisamente aquí, si convenía dirigirse hacia el levante o hacia el sur. La mayoría prefirieron esa segunda opción y el Guadalquivir ganó al Segura, ambas cuencas abriéndose camino entre cerros y peñascos hasta el mar.
También trajimos algunos recuerdos de los olivares de Cazorla, en forma de aceite o de mermelada de olivas, miel y cosas así. Los principales quedan dibujados. Hicimos muchas fotos y algunos dibujos más durante los demás días de rutas por la zona, pasando por pueblos con su castillo y sus calles llenas de rosales en flor, de esas rosas que huelen y que creíamos extintas: Nacimiento del Segura, Hornos, Río Borosa, Arroyo Frío, La Iruela, Cazorla, y de allí regreso por Villanueva del Arzobispo hacia Alcaraz y Albacete. Un paseo largo por carreteras bordeadas de retamas en flor.
Pluma estilográfica y acuarela. Un pino inmenso, de los muchos que hay
en la zona. Orillas del Tranco de Beas. Está dibujado sobre un cuaderno
Mix-media de Canson, 17,7 x 25 cm. Los siguientes, unos dibujos con estilográfica y pincel de agua del castillo y de una calle de Cazorla, sobre un cuaderno de Fabriano y otro de Canson Mix-media verjurado.