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sábado, 30 de mayo de 2015

EPÍSTOLAS GERMÁNICAS. 3ª Jornada: Frankfurt




JORNADA TERCERA

Queridos hermanos:

Mucho madrugamos el 17 de abril, día de san Inocencio de Tortona, san Pantagato de Vienne y de la beata Clara Gambacorti. No más que los tiernos infantes que a las siete y cuarto de la madrugada ya se dirigían al colegio con mirada perdida, pesada mochila a la espalda y dejándose llevar por una cuesta abajo enorme que, si no despiertan a tiempo para corregir rumbo, les arrojará de cabeza al río. Cuando nuestros retoños se levanten, estos alemanillos ya habrán aprendido a integrar derivadas y a derivar integrales. Y eso a la larga se nota. No me dio tiempo a preguntarles si sus maestros les atosigan con esa hora de deberes con que aquí se les abruma con crueldad secular. Ya les comprarán de grandes nuestras crías los bemeuves y los mercedes a estos alemanuelos tan madrugadores. El caso es que, por ahora, sean felices y crezcan sin traumas ni soliviantos.

Podemos decir que la del alba sería cuando iniciamos la jornada, como Alonso Quijano, para llegar a Frankfurt antes de que se acabaran las salchichas, que su feria de Música, una de las mayores del mundo, atrae a mucho músico, que para eso la hacen. Y los músicos ya se sabe que somos como la langosta. Con los intensos debates geográficos de costumbre, llegamos a Frankfurt, directamente a un edificio con varios pisos de aparcamientos cercano a la sede de la Musikmesse. De allí, con la entrada ya reservada y pagada te llevan en autobús al recinto de la feria y al volver te cobran 12 euros por el aparcamiento y esos traslados. Nuestros esfuerzos lingüísticos hasta entender tal asalto, tras arduas probaturas en varios idiomas, se vieron mitigados al decirnos la de la taquilla que era cubana. No así nuestro rubor. 

La feria ocupaba varios enormes edificios, tan alejados entre yes como para justificar que muchos microbuses circularan constantemente para llevarte de uno a otro. Eso entraba en los 12 euros por coche aparcado. Para cuatro semovientes acabó resultando rentable. Por fin, entramos en la feria por donde las baterías. Una barbaridad. Más platos que una degustación en el Bulli. ¡Qué de bombos, timbales, cajas y gangarros! Eso sí, varios cientos de bateristas sueltos descargando sus iras contra tantos instrumentos puestos a su alcance también es algo digno de verse, que no de escucharse. Los guitarristas tomaban cumplida venganza en su sección, ejecutando de forma simultánea sentidos solos en guitarras enchufadas a pedales multiefectos, mostrando su predilección por los sonidos distorsionados y estridentes, poniendo a prueba de paso la potencia pico anunciada en los amplis. La pieza era completada por los bajistas, que no quedaban atrás. En conjunto salía una balada muy romántica. Más que una balada, un balamío.

De forma que decido salir a la calle a tomar un café de a 2,70 euros y contemplar al personal. Cuando desde dentro me dirijo hacia las mesas del exterior, café en mano, descubro lo que me parece un ataque generalizado de amor propio, de autoestima, pues contemplo admirado que gran parte de los apresurados caminantes andan abrazados a sí mismos. Algunos músicos de viento se abrazan a si bemol. Los bajos a fa. En realidad, compruebo que hace un frío que pela mientras me siento en una mesa al aire libre, enciendo un cigarrillo, me caliento las manos con el medio litro de café y me levanto las solapas de la chaqueta. 

Cuando tú te mueves a la velocidad del común siempre estás rodeado de los pocos que te siguen el paso y no ves al conjunto, algo que no ocurre hasta que te detienes. Un palo arrastrado por el río cree que ve más mundo que una piedra que descuella inmóvil entre las aguas que la rebasan. Al final del viaje el palo dirá que ha visto muchas cosas alrededor, pero quien de verdad ha conocido todo lo que arrastra la corriente es la piedra. A los cojos nos pasa igual. Para ver paisajes hay que moverse; para observar a la gente hay que parar. 

Observo pues. Y medito. Hace falta tener cuajo y estar uno pagado de sí mismo para ir a un aquelarre de miles de músicos intentando causar sensación a base de pelos o alardes indumentarios. Hay quien consigue destacar, lo que es para nota, aunque no le arriendo las ganancias. Los chinos modosos, urgentes y a lo suyo. Los japoneses haciendo fotos que se conoce que aún les faltan algunas por hacer. Los que vienen a la feria a vender son los únicos que chocan pues van con traje, corbata y peinados. Pero por mucha camiseta de albañil que lleves a pesar del frío que hace para lucir las pesadillas tatuadas, por luengas y enmarañadas que luzcan tus rastas, incluso cimentando un peinado con un tupé monumental que no hubiera desentonado en los salones del París del siglo XVIII, por más que hayas apuñalado con saña los Lewis o recurrido al baúl del tatarabuelo y comparezcas vestido de cuáquero, la solemne presencia de un sij con su turbante azul y su puñalito, te desarma. Y vi varios. Al puñalito no lo vi. 

De todas formas es difícil acertar. Tostado por el inesperado sol del día anterior tomado en las calles y durante el crucerillo por el Mosela que soporté vestido como para acompañar a Amundsen al Polo Norte, me presenté aquí menos abrigado de lo que hubiera sido menester. Y el día era desapacible. Pero en estas tierras nuestras referencias no sirven. Eso de que cuando el grajo vuela bajo hace un frío de carajo parece ser que funciona en La Mancha y lo de las gaviotas en Benidorm. Además no vi grajos en Frankfurt y gaviotas, menos.

Aprovecho para hacer un dibujo de lo que se ve no sin antes ir por más café. Otros 2,70 euros en una cafetería que debe estar regentada por la ubicua multinacional “Sucesores de José María el Tempranillo, Comunidad de Bienes”. Un café de a palmo, pues suplen con tal generosidad su horripilancia. Al menos te ofrecen sin tasa leche evaporada que lo hace bebible. Ya hablaremos del café.

De nuevo dentro, asistimos a una demo de un pedal de órgano en el que estábamos interesados. No tuvimos problemas de idioma en este caso, tal vez gracias a que el demostrador hablaba perfectamente en español. La verdad es que en este foro el inglés se revela útil pues casi todo el mundo lo habla y entiende. Incluso para no partirse, al entrar, los belfos contra la puerta donde se indica ‘pull’, pues no se abre hacia fuera, como debería ser. Visita al stand de Gibson a pasar envidia al ver y escuchar al Twanguero, guitarrista valenciano que ya conocíamos y que volveríamos a ver en Albacete a nuestro regreso. Otra vez a pasar envidia.

Para mitigar nuestra sed consumista despertada por tanta maravilla, Paco y yo nos compramos sendas púas de cuerno de búfalo o vaya usted a saber de qué. Yo tengo el día especialmente derrochador y adquiero otra de madera de árbol. Pascual un par de baquetas.

A la hora de comer ya no podemos escapar de las salchichas. Viéndonos rodeados, no habiendo gran cosa más para elegir, terminamos por rendirnos y probarlas. No una, dos. Algo francamente insulso y con escasa enjundia, carísimo y mal presentado. Venir a Frankfurt para comerse tal cosa hace juego con desplazarse desde Albacete hasta esta feria, 1.831,6 kilómetros, para comprar dos púas. Ya hablaremos más delante de las salchichas, una vez probadas más variedades.

Viendo perdido el partido, pues para probar instrumentos, mejor resulta una tienda pequeña que una feria grande, procuramos salir un poco antes de que cerraran el invento para evitar aglomeraciones, después de todo el día allí. Viaje de regreso, cansados y hambrientos, hacia Villa Tusculana. Paco hace una reconfortante sopa de verduras y luego nos liamos a puñaladas con el queso, el lomo y el jamón, yo con mi navaja de Albacete que decidió acompañarme hasta Alemania. Café, espirituoso y cigarrito en la terraza mirando pasar los barcos por el Mosela y los trenes de mercancías por las vías paralelas al río. Últimas reflexiones y descanso reparador. Mañana a Triers. O a Tréveris, según  nos dé.

Vale.





jueves, 21 de mayo de 2015

EPÍSTOLAS GERMÁNICAS. 2ª Jornada




    El 16 de abril de 2015, día de san Magno de las Órcadas, san Drogón y san Toribio de Liébana, entre otros preclaros santos varones y hembras de acrisolada virtud, primer día que despertamos en Germania, fue el único en que desayunamos fuera de casa. Buscando un lugar bonito con mesas en la calle, que lucía un buen sol, dimos con la estación de tren, céntrica, hermosa y acogedora. Por antigua, lejos de los habituales espacios inmensos llenos de aceros inoxidables y luces frías. En una mezcla de todos los idiomas Pascual nos demuestra que con el dominio de unas cuantas frases y palabras de alemán, inglés, italiano, francés y español sobra ciencia para conseguir que nos saquen a la calle unos cafés con leche y panecillos con mantequilla y mermelada, ya generosamente aplicadas sobre unas tostadas sin tostar. Hacer tan buen pan es un signo de civilización, o mejor dicho de que un supuesto avance de la misma no ha hecho olvidar ese arte antiguo de amasar y hornear en condiciones, mal que padecemos en España. 
   Repuestas las fuerzas vamos para el centro, cerca del puente principal sobre el Mosela y los embarcaderos de los barcos turísticos, disfrutando de las vistas al castillo y del inusual skyline de tejados agudos, fachadas con vigas, iglesias y bares. Me detengo en un rincón que ofrece un panorama que merece ser dibujado y tomo asiento en la terraza de un bar que vende una cerveza que merece ser bebida. Estoy al lado de la Elder Gate, una de las tres puertas de la ciudad medieval que en 1689 atravesó la soldadesca de Luis XIV con fines menos pacíficos que los míos. De paso hundieron el castillo, pues los ejércitos franceses tenían tal delicada costumbre y solían perpetrar esas finezas y otras peores cuando conquistaban una ciudad. Estas son tierras fronterizas acostumbradas a ser invadidas por sus vecinos. Incluso España las ocupó desde Luxemburgo, cuando los Países Bajos eran españoles o cuando España era flamenca, que ambas interpretaciones podrían sostenerse. Formó parte de Francia durante mucho tiempo.
 
   Siguiendo el recorrido por Cochen, lugar turístico visitado, según veo, principalmente por alemanes, tropezamos con grupos de jubilados a los que han sacado para que se oreen, capitaneados por guías que portan un estandarte como los lictores romanos llevaban las fasces y las hachas, sin la leyenda SPQR, pero con mastilillo coronado por colorido cartel para que no se les disperse la renqueante centuria. De paso veo un cojo, algo que me consuela, comprobando que allí también los hay a pesar de vivir en tan desarrollado país. Aunque más ágiles e inquietos, pero no menos modosos y disciplinados, también bullen grupos de escolares a los que sus intrépidos maestros llevan de excursión para contarles la historia del lugar, mostrarles hasta donde llegó el agua del Mosela el 23 de diciembre de 1993, día de san Frideberto, (varios metros sobre nuestras cabezas),  pasearlos por esas calles y rincones de arquitectura castiza, parar para que compren un imán de nevera y un chambi y visitar el castillo antes de darles un paseo por el río en esos inmensos barcos desparramados y perezosos. Me solidarizo con los atrevidos docentes, rogando mentalmente por que no se les pierda ningún discípulo y puedan devolverlos todos a sus padres, para su desesperación.
 
    Llevamos menos de un día expatriados y las hambres se nos desatan anticipadamente, lo que muestra que nuestros biorritmos se adaptan rápidamente al nuevo ecosistema. Como para salchichas tiempo habrá que, aunque por ahora no tienen patas, imposible resulta escapar de ellas en estas tierras, optamos por un restaurante italiano, que por aquí abundan. Lo elegimos atraídos por el sol que caía sobre su terraza, elevado mirador sobre el río, el puente y las calles. El camarero, que es alemán, desconoce el español, ignora el  inglés y no entiende el italiano en que está escrito el menú que nos ofrece, por lo que hay que recurrir de nuevo a la lingua franca de Pascual y a los signos digitales, no con ceros y unos, sino señalando en el menú con el índice. Logramos hacemos traer unas cervezas y unos espaguetis bastante bien cocinados de los que Paco y yo conseguimos comer casi la mitad, igual que Segis que no pudo con su pizza, pues generosos en las dosis hay que reconocer que son estos teutones. Pascual en su línea. Como un náufrago. Si tuviera alas no desentonaría entre una bandada de buitres en el desierto de Arizona. El café muy bueno, cosa rara según tendré ocasión de comprobar. El precio nuevamente sorpresivo por razonable. Si a nosotros no nos parece caro, más siendo un restaurante céntrico en un lugar turístico, para los sueldos alemanes debe de resultar en verdad económico.
 
    Visita a la oficina de información turística con el resultado final de acabar informándoles nosotros a ellos de que había un evento musical que ellos mismos desconocían y sobre el que queríamos recabar más detalles. Al salir vimos colgando del puente un enorme cartelón que lo anunciaba a escasos metros de la mentada oficina, quedando así disipadas nuestras dudas. En todos sitios cuecen habas.
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    De nuevo en la orilla del Mosela, que como el Júcar, el Segura o el Cabriel, es un río, pues el idioma es así de juguetón y llama de igual forma a cosas muy diferentes. A veces procede al revés. Eso hace posible la literatura. Nos encaramamos a un barco no menos descomunal que en pocos ríos españoles se podría enhebrar pero que allí puede dar la vuelta y sobra río para varios portaaviones. Enorme. De agua andan sobrados, concluyo. Subimos a la terraza del barco de cubierta y dos pisos, no sin grandes esfuerzos por mis partes, y nos sentamos a ver el paisaje desfilar a babor y a estribor, que maravilla es que sea el paisaje el que se mueva, no nuestro renqueante organismo. Una sucesión de postales. Casas con tejados afilados, labor de sacapuntas, como flechas apuntando al cielo, fachadas de colores con sus vigas vistas, que de lejos semejan radiografías arquitectónicas, castillo, iglesias, montañas, árboles y enormes taludes forrados de unas cepas que se retuercen agarrándose a las pizarras del suelo como buenamente pueden para no despeñarse desde sus majuelos casi verticales. Como gran parte de su vitalidad se empleará en sujetarse, supongo que no les quedarán demasiadas fuerzas para dar muchas uvas. Las nuestras, mejor acomodadas en los llanos, agradecen tal confort con más abundancia, grado y dulzor. Pero Alá es el más sabio.
 
   En nuestro imaginario lingüístico, en alemán las más de las palabras terminan en ‘en’, con perdón de la redundancia. Menos pensión, que se escribe igual, aunque sin tilde. En realidad me entero de que solo ocurre así con los infinitivos usados como sustantivo (el viajar: das reisen, el aprender: das lernen), los diminutivos (das vogelchen o mädchen, el pajarito o las jovencitas, respectivamente). En general, con los vocablos considerados neutros como el artículo usado indica. Pero es igual, para un español guitarra debe ser ‘guitarré’ en francés, ‘guitarri’ en italiano y ‘guitarren’ en alemán, macarrónicamente hablando. Por supuesto, en ruso, sabido es que se dice ‘guitarrof’. Tal vez ellos lo ignoren, pero así es. Viene esta erudita disgresión al caso porque resulta que al decir Cochen, ciudad en donde estamos, la h aspirada hace que al oído suene ‘Cojen’. Por eso me siento aquí como en casa. Mi garrota también, según me cuenta. Gracias a esa miserable condición siempre pudimos dejar el coche en sitios cercanos sin llenar de euros los parquímetros. Como Brian, always look on the bright side of life, siempre que el dolor de piernas o de lomos nos permita levantar la vista del suelo.
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   Antes de retirarnos a nuestras habitaciones en Villa Tusculana, pasamos por un supermercado a llenar la nevera de viandas para complementar los embutidos y quesos que habíamos importado de España. Los tomates, lechugas, cebollas, zanahorias y demás floras y verdines que compramos supongo que también eran carpetovetónicos, de esos que Pascual les traía en su tráiler. El aceite seguro porque llevaba una bandera española, lo que revela que allí conviene ponerla. Si el aceite de oliva mostrara en España nuestra bandera en la etiqueta, medio país le haría ascos y buscaría otro de Turquía o de Grecia. O usaría aceite de American Standard Oil o de British Petroleum. Somos así de gilipollas, en términos científicos. Los espirituosos, de donde se acostumbra y la cerveza alemana. También compramos pan y unos huevos fritos, aunque allí también los venden crudos aún. Por el camino nos freíamos encima.
    Cena en amor y compaña, café cortado con leche evaporada que lo hace cremoso que amorosamente prepara Pascual, copa en la terraza echando un cigarrito, que dentro no se fuma y ascenso final a una habitación de cama inmensa, excesiva para uno solo pues realza las ausencias, cuidado extremo con un techo abuhardillado donde más de uno se habrá despuntado las astas, mirada por la ventana al Mosela, aprovechamiento último de los güifis para contactar con la familia, despedida y cierre hasta mañana, que toca ir a Frankfurt a pasar envidia en la feria de música.

   Vale.

martes, 5 de mayo de 2015

Sketches on the Moselle - W. Clarkson Standfield


    Como es natural, antes de viajar a un lugar suelo documentarme, ver parajes y monumentos que merezca la pena visitar, enterarme de algo de su historia, de sus costumbres y sobre qué se come y bebe en cada sitio, que pienso que también tiene su importancia. Entre las cosas que encontré sobre el Mosela, Cochem, Koblenz, y otros lugares por los que íbamos a pasar, di con "Sketches on the Moselle" libro de litografías creadas a partir de una colección de acuarelas magníficas.
    La edición corresponde a William Clarkson Standfield, publicado por Hodson & Graves, Pall Mall, Londres, en 1838. Las dudas surgen cuando se cita a Clarkson Standfield como grabador y autor de las acuarelas en las referencias que sobre esta obra he encontrado. Sin embargo, en la lista de ilustraciones (no contiene texto la obra) se cita a Louis Hughe como reponsable de "dibujar en piedra", litografiar, la primera de las obras, que sirve de frontispicio. Este genial grabador y acuarelista ya me resultaba conocido por haber litografiado 250 obras de David Roberts, también acuarelista y grabador, para The Holy Land, Syria, Idumea, Arabia, Egypt & Nubia. Algunas de esas acuarelas litografiadas se han mostrado en mi blog anteriormente en una entrada dedicada al genial David Roberts.
    Igualmente, podemos comprobar que gran parte de las acuarelas de esta obra se atribuyen en el índice anterior al acuarelista y litógrafo londinense Thomas Shotter Boys. Otras a William Gauci, hijo de M. Gauci, ambos litógrafos. De A. Picken, también presente en ese índice, nada he podido averiguar. Con los datos anteriores, y vista la similitud de las acuarelas que inspiraron las litografías, no sabe uno si atribuir las diferencias a las diversas técnicas de grabadores distintos, siendo todas las acuarelas del que aparece como autor de la obra. Dejémoslo así. 
   El caso es que podemos disfrutar de estas magníficas vistas del Mosela y los pueblos de su ribera a principios del siglo XIX. Al recorrerlas ahora, veo que mucho ha cambiado la cosa desde entonces. Tal vez dos guerras mundiales puedan explicar estos cambios.
   El libro podemos descargarlo completo en Dilibri Rheinland-Pfalz, portal digital de Renania-Palatinado. Una por una también están disponibles en esa misma página, a buen tamaño y resolución. De paso puede uno escarbar en esa biblioteca donde se adivinan más joyas similares. Gracias les sean dadas poe ello.
   Aunque, como he dicho, no sé si la autoría referenciada en el índice se refiere a la acuarela o a su proceso de litografiado, pues todos ellos eran acuarelistas y grabadores, he ordenado las imágenes según autor.

W. GAUCI


THOMAS SHOTTER BOYS

A. PICKEN