Un viaje planeado medio en broma que acabó cuajando en esta estancia de ocho días por estas tierras. Con Paco Arteaga, Pascual Ortiz y Segis Armero, mis compañeros de música durante muchísimos años, que a la guitarra, batería y bajo respectivamente, junto con otra guitarra a mi cargo, formamos Flashback, un grupo dedicado a tocar los temas que siempre nos han gustado. Las excusas: La feria de Música de Fankfurt y el pasado de Pascual de muchos años por esas rutas con un camión, algo que quería repetir de forma más cómoda y menos solitaria. En avión hasta Frankfurt Hahn, base en Villa Tusculana, una casa colgada en la pendiente del valle del Mosela en Cochem, con vistas al castillo, al río y a las cepas que dan ese vino que ya nace mareado por lo vertiginoso del bancal. Desde allí viajes relativamente cortos a la Feria de Música de Frankfurt, Colonia, Koblenz, Tréveris (Trier), Luxemburgo, etc. Unos 2000 km. de rutas en el coche alquilado ya en el aeropuerto. Las reservas de pasajes, coches y casa a cargo de Segismundo, por tener el nombe más germánico de los cuatro. Un alarde de organización, especialmente el acierto en la elección de la casa en Cochem.
Desde el avión acercándose para tomar tierra en Frankfurt Hahm, una foto con la enorme casualidad de recoger exactamente Cochem, en la curva del Mosela donde íbamos a sentar los reales durante esta semana:
Embarcados en Manises, llegamos al aeropuerto de Frankfurt. En coche hasta Cochem, en un BMW flamante que nos esperaba alquilado allí. Primera ruta por autopistas y carreteras comarcales, la mitad cortadas por obras, siguiendo la orilla del Mosela al anochecer, con las luces de las casas reflejadas en unas aguas que no sabe uno si vienen o van, que quietas parecen. Comparando aeropuertos, autopistas, trenes, casas particulares y el aparente nivel de vida, mi primera impresión es que vengo de un país en que los gobiernos edifican, ponen mármoles, adornos y lujos en edificios públicos, levantan infraestructuras muchas veces más allá de lo necesario, de lo asumible incluso, mientras mantienen a sus ciudadanos en la ruina. Insisto que sólo es una impacto apresurado, pero, a primera vista, he percibido Alemania como un país con un Estado austero lleno de ciudadanos prósperos. España es (siempre lo ha sido) un país de pobres regido por gobernantes enriquecidos, derrochadores, acaparadores de una prosperidad que arrebatan a sus ciudadanos. Tal vez sólo sea una impresión. Me alegra que mi país tenga unas infraestructuras de autopistas, aeropuertos, trenes, parques eólicos o carreteras equiparables, en muchos casos mejores, que un país como Alemania, al que debemos cientos de millones de euros. Ahora empiezo a entender a quiénes se referían al decir eso de que hemos vivido por encima de nuestras posiblidades. Ya me barruntaba algo de esto al pasar por el aeropuerto de Castellón.
Aunque de vuelta vienen unas 400 fotografías, seguramente más valiosos, por personales y evocadores, son los dibujos que fui haciendo en mi cuaderno en los obligados descansos reparadores, normalmente aprovechados para tomar una buena cerveza o un mal café. Esta entrada se dedica a estos dibujos, con estilográficas (una con tinta negra a prueba de agua y otra con tinta marrón soluble), para extenderla luego con un pincel de agua plano que da mucho juego. También algunos dibujos se colorearon con acuarela.
En Cochem, donde pasamos mucho tiempo, con paisajes y rincones de postal, fuimos una tarde-noche a ver una serie de grupos que tocaban en distintos garitos en dos o tres calles juntas de la ciudad. Se iban turnando para que la música no parara en uno u otro lugar de las 7 de la tarde hasta las 12 de la noche. Había grupos acústicos, de reggae, Beatles, algunos inclasificables y otros feroces descendientes de suevos, vándalos y alanos con sus Marshalls a todo trapo. No parecía molestar a nadie, ni vecinos ni a una invisible policía durante estos días por ciudades, carreteras y autopistas. Sin duda debe de existir, pero o va de paisano o no se deja ver, tal vez por innecesaria. El caso es que la música, encuadrada en nuestro país dentro de la categoría de las molestias perseguibles, parece tener allí la consideración más apropiada de actividad cultural, anunciada, promovida y protegida. Por mucho menos ruido y a horas más tempranas en España hemos recibido a media actuación la visita de las fuerzas del orden público a parar el ruido, multar al dueño del local, incluso llegar a conseguir que cierre por aburrimiento, para alegría de sus vecinos, personajes amantísimos del arte y la cultura. Lamentable. Comentaba en otro lugar que los alemanes fama tienen de ser más rígidos y reglamentaristas. Que lo sean es probable. Que nosotros somos más gilipollas y asilvestrados, es seguro.
El caso es que cenamos en un restaurante escuchando a un grupo. Cuando es posible, pido que me incrusten en el dibujo el cuño del local, cosa que hacen con gusto. Como se entra al trapo directamente en inglés, para no andar con probaturas idiomáticas e ir a lo seguro, pegamos la hebra con los dueños del local y con el guitarra y cantante del grupo. Al terminar la charla, me dice que, obviamente, por la pinta y el acento, debo de ser de Dinamarca, sorprendiéndose al saber que es español alguien que le habla en un inglés razonable, no va vestido de torero ni se arranca por rumbas al sentir una guitarra. Tópicos y prejuiciios difíciles de borrar, igual que ocurre con los que nosotros mantenemos vivos respecto a todo semoviente foráneo.
Es reconfortante haber estado estos días, al menos por las mañanas y por las noches, en Cochen, un lugar que mantiene un sabor auténtico, como ocurre en Tréveris (Trier), con restos romanos, barrio medieval y edificaciones con la piedra negra o rojiza de la zona, paredes blancas o de vivos colores, con techos de pizarra y todo rotulado en letra gótica. Frankfurt, Colonia, Koblenz (Coblenza, en cuyo sitio murió Alarico), etc, desde la parcialidad de mi breve estancia y salvando los centros históricos y monumentos emblemáticos, producen ese desconcierto de no saber uno en dónde está. Al bajarse de un aerupuerto, todo es igual en todos sitios. Altos edificios que compiten en horripilancia y falta de carácter con los que podemos encontrar en las grandes ciudades de Europa, América, Asia y Oceanía. Me imagino que en África también las habrá similares en aquellos lugares en que hayan interpretado la idea de lo que es el progreso de forma tan absurda, anónima y vulgar como nosotros. A la hora de vestir, comer y actuar, tres cuartos de lo mismo. Lo estrictamente local es lo único en verdad universal y valioso, digno de conservarse, huyendo tanto de complejos como de chauvinismos. También da qué pensar que lo que sentimos como auténtico, valioso, digno de ser admirado y conservado, sean vetustos edificios y callejas de un pasado medieval, cuando no romano. Al menos de un par de siglos. A partir de el siglo pasado se inicia esa moderna e insulsa uniformidad.
Una cervecita frente a la catedral de Colonia.
Quedan las anécdotas y comentarios para otra ocasión, que nos alargamos demasiado, así como algunos otros dibujos y acuarelas que ahora iré haciendo en casa a partir de apuntes, fortos y recuerdos.
Como pasé muchos ratos en esta casa de Cochem, al desayunar temprano en la terraza, al volver por las tardes y tomar algo mirando al río, a los barcos y trenes que pasaban por la otra orilla, muchos dibujos del lugar, que he disfrutado una barbaridad. Prácticamente siempre el mismo dibujo, con distintos medios y estados de ánimo, desde la alegría del sol de la mañana, la calma del descanso de la tarde o la nostalgia de la despedida, también de mi casa, como el dibujo final que dejamos como recuerdo en el libro de visitas de Villa Tusculana, que así se llamaba la casa que alquilamos. Un acierto.