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martes, 31 de marzo de 2015

Por Murcia, Almería y Cazorla

  Uno de los motivos principales de los viajes, dejando aparte otros aspectos estéticos, culturales o gastronómicos, —incluso geológicos como en este caso—, es hacer apuntes y tomar fotos para tener temas que pintar en casa. Como estas dos primeras acuarelas de la entrada. La primera de la sierra de Cazorla, aún con nieve en estas fechas, y la que se muestra a continuación, de Águilas, en Murcia. La playa del Hornillo, al frente la isla del Fraíle, el muro y los árboles tapando por la izquierda el final del descargadero contruido por la Great Southern of Spain Railway Company Limited para llevar por gravedad el mineral de la sierra de la Almagrera en vagonetas directamente a los barcos. Una vez abandonada la explotación, parte de sus instalaciones se dedicaron a criar lubinas y doradas, que tampoco está mal, hasta los 90 en que trasladaron mar adentro el negocio, supongo que para evitar que se las comieran los turistas, que ya iban abundando.
   Como la Historia es la guinda que corona esta tarta compuesta por paisaje, arquitectura, pescado frito, verduritas y volcanes antiguos, me ilustro acerca de la historia de Águilas. El tiempo permite incluso tomarse con buen humor la sucesión de desgracias y catacumbres que soportó esta ciudad desde que el conde de Floridablanca encargó a su cuñado la tarea de repoblarla. Revienta un pantano y se lleva por delante a gran parte de la población, le sigue un terremoto más que mediano, la atacan y saquean los franceses en la invasión napoleónica, luego los carlistas toman ejemplo. Las fuerzas cantonales de Cartagena, cuando se autoproclama cantón independiente, atraída igualmente por las riquezas de la minería de la plata, hierro y plomo, que una y otra vez rellenaban las arcas del municipio, toman dos veces la ciudad, la asedian desde el mar, amenazando borbardearla con la artillería del acorazado Numancia y la fragata Fernando 'El Católico' si no daban dinero para la causa. Y les volvieron a vaciar las arcas. Si bien las causas propias son consideradas siempre razonables y tenidas si no por legítimas al menos por muy convenientes, el discernir entre el dinero propio y el ajeno suele ser harina de otro costal. La libertad siempre tiene un precio. Y normalmente se busca que ese precio lo paguen otros. Como están muy cerca y en España no somos rencorosos, seguro que el águila de Roma y los cartagineses ya habrán hecho las paces.
   La historia geológica de la zona también es muy agitada. Por todos sitios encontramos el rastro de antiguas erupciones volcánicas, calderetas, domos, coladas de lava que parecen reción vomitadas por la tierra, llenas de color, formas retorcidas y texturas. Millones de años después ya se pueden mirar con ojos de pintor los escombros que sobresalen de tales estropicios, pues la mayor parte de la zona volcánica está hoy sumergida entre la costa de Murcia y Almería, por una parte, y la costa africana por otra. En Alborán asoman la gaita algunos de estos picos. Incluso nos deja la naturaleza precortados los adoquines hexagonales en esas columnas basálticas que se fabrican entre erupciones y catacumbres. Cuando nos tomamos plácidamente una cervecita fresca frente a la Isleta del Moro, estamos sentados ante los picos de una caldereta volcánica casi circular de 5 km. de diámetro, hasta la playa de San José. Hace 15 millones de años ni había allí cerveza ni tranquilidad. Meditando en estas cosas se disfruta más de la cerveza y de las vistas, preguntándose uno cómo se las habrán arreglado para colocar un arrecife de coral encima de aquel cerro de allá.
  Ponemos la base en Pulpí, en San Juan del los Terreros, en un hotel en la orilla de la playa, frontero a un par de isletas oscuras que desentonan con el color de la zona, ya que que nacieron a 25 kilómetros de allí, en el complejo volcánico de Cabo de Gata, y van viajando hacia el norte encaramadas en la falla de Palomares, de triste recordación. ¡Mira que tirarnos un par de bombas atómicas nuestros amadísimos amigos de USA! Menos mal que fue sin querer y que no llegaron a explotar, que con estas fallas no se juega. Ni con las de Valencia. Foto al amanecer desde la terraza de la habitación del hotel.
     A media tarde daba gloria estar en el chiringuito del hotel dibujando las vistas, sin por ello olvidar la conveniente hidratación del organismo.
   Por la mañana temprano, con un café largo y más calma, ampliamos el foco y sacamos el hotel en este cuaderno más apaisado de Arches. El otro cuaderno es de Paper Blanks. Las acuarelas de Rembrandt y Daniel Smith en esa antigua cajita inglesa de pastillas para la tos.
   En Águilas estuvimos varias veces. Después de comer, tomando un café a la sombra de este enorme ejemplar de ficus elástica de los dos que hay en la plaza del Ayuntamiento. Majestuosos. Sólo cupo un poco de la parte baja del tronco, que para sacarlo entero había que irse cien metros para atrás y pintarlo de pie y sin café. Cero votos la moción.

   Aquí se ve un apunte de esa playa que en casa se pasó a acuarela, contando también con una foto para refrescar la memoria. Estilográfica y pincel de agua.
    En este otro apunte se ve algo el color y textura de los acantilados que hay a lo largo del recorrido de cala en cala por un camino al que hay que echar valor y buenos amortiguadores.
 
    Este apunte se quedó así, sin añadir las sombras, el barquito, las gaviotas y los detalles. En caso de querer terminarlo, mejor con una nueva acuarela, mayor y con más calma. Este queda así.

   La vuelta podía ser por Nerpio o por la sierra de Cazorla. En Santiago de la Espada, después de muchos kilómetros por una carretera encantadora para los que disfrutamos con las curvas, espeluznante para los que no, decidimos volver por Cazorla. De todas formas había que entrar en Albacete por el sur, desde la provincia de Granada y por Pedro Andrés y Nerpio ya hemos pasado muchas veces, aunque ya hace tiempo. Más de 200 km., tres cuartas partes por montañas y bosques y ya llevávamos varios miles de curvas ese día.
   Muchas montañas tenían aún bastante nieve; incluso a la orilla de la carretera quedaban montones de nieve helada en la parte de la umbría. Hicimos fotos para cien acuarelas como la inicial, nos paramos en algunos miradores y cortamos unas ramitas de romero en flor para ponerlo en una botella llena de aceite. Zumo de paisaje. De la maniobra marcha atrás en una curva muy cerrada por la que no cabíamos a la vez el camión que venía y yo, —bueno, yo sí, pero mi coche no—, reculando en busca de algo de espacio al borde de un despeñadero bastante apañado, mejor no hablar. En Santiago de la Espada, siendo un día bastante desapacible, nos aplicamos unos huevos fritos con unos chorizos de la huerta que, por su enjundia, debían de ser de ciervo o jabalí. Eso reconforta mucho el espíritu.
   No diré que nos hartamos de ver olivos, que de eso no se cansa uno nunca, pero hay que ver cuánto olivo que hay por esos cerros. Varias provincias llenas, aprovechando hasta las montañas que un esfuerzo secular ha hecho cultivables, tan alineados como para un desfile militar. Una gozada anunciadora de otros placeres que se pueden envasar en garrafas de cinco litros. 
   Apunte con rotulador desmochado y agonizante, que en esta casa no se tira nada. Al verlo parece que está uno mareado y no es que la foto esté desenfocada, no, es el trazo de ese rotulador pincel de tinta china. Luego una acuarelilla sobre el mismo tema, con unos almendros en flor que aún quedaban por esas alturas.


miércoles, 18 de marzo de 2015

Paso a paso. Acuarela de un olivo

   Aunque hace poco más de un mes estuve de viaje por allí y traje muchas fotos de estos vetustos y antañones olivos del Maestrazgo, verdaderas esculturas, en esta ocasión recurro a una foto de Aceite Olivos Milenarios Territorio Sénia de las que ellos publican en Facebook. Al final se incluye esa foto. Mi agradecimiento se anticipa.
   En un Garzapapel de 21x30, 300 gramos, hago un dibujo, en esta caso detallado, porque el tema me gusta y disfruto dibujándolo. No hacía falta tanto detalle ni precisión, pero uno hace estas cosas para divertirse.
   Primeras manchas con lapislázuli y una pizca de cerúleo en algunos lugares. Como se puede ver, no sólo se da azul al cielo. Las zonas de sombra también con ese tono, aunque luego se vayan a cubrir con baños de otros colores. Al final, este azul se transparenta y da armonía al conjunto. Se aplica con rapidez y sin excesivo cuidado, solamente procurando dejar el blanco del papel en algunas zonas para dar luces a la parte iluminada de las ramas.
   Cuando se ha secado se empiezan a aplicar algunas sombras y a sugerir el follaje del olivo. Se mezcla el mismo azul del cielo, lapislázuli, que podría ser ultramar, con siena tostada y unos toques de tierra verde. Resulta un tono bastante gris que es lo que se buscaba. Se juega, como se puede ver, con las proporciones de esos colores y con la dilución de la mezcla, para marcar diferentes zonas.
   Una vez seco, se empieza a calentar la cosa con sienas, natural y tostada, procurando aplicarlas muy diluidas y trasnparentes en algunas zonas y en otras pinceladas más secas y espesas, rápidas, sin demasiado cuidado, pero intentando rozar solo el papel para que la textura del soporte deje rugoso y texturado el trazo. Se intenta conseguir el relieve y la rugosidad, la textura áspera de la corteza de el olivo, tanto con el tipo de pincelada como por la granulación de los pigmentos. Daniel Smith y Kremer son lo mejor para eso. También se mezcla el azul con los sienas para obtener un tono más oscuro sin añadir colores nuevos.
   Por fin echamos mano de los verdes, pero para el fondo y el suelo. Para las hojas del olivo sólo se añade en algunas zonas una pizca del verde, tierra verde y algo de viridiana de Sennelier, que casi no se notan. Las otras manchas del fondo con los dos sienas ya utilizados.
   Las zonas de sombra del tronco se hacen con los sienas, sombra tostada y algo de negro de magnetita. El lunar black de Daniel Smith. Granula mucho. También se empiezan a añadir unos toques de índigo en la mezcla, que es el color que se tiene pensado utilizar para dar las últimas sombras, que se quieren transparentes.
   Se ha jugado mucho con el tipo de pincelada, con un pincel grueso, utilizado de canto, no con la punta. Unas veces húmedo sobre húmedo, fundiendo los tonos. Otras casi seco, trazos rápidos procurando no cubrir totalmente el papel. Luego se aprovechan esas zonas que casualmente quedan para definirlas según nos sugieran piedras, hierbas o rugosidad del olivo. Eos brillos que resultan de este ripo de pincelada dan mucha luminosidad, aportan acentos de luz y textura que dan vida al resultado. Los tonos cálidos son de siena tostada.
   Aquí se muestra un detalle de lo que se ha ido explicando. Zonas húmedas con bastante agua que se van fundiendo con los demás colores, trazos rápidos, rugosos, que dejan en blanco las partes profundas del grano del papel...
   Se va completando el tema, añadiendo más hojas al olivo, sin entrar en detalle. Se nota mucho el tono azul agrisado del lapislázuli, más intenso en unas zonas que en otras y con tendencia a granular y dar textura. En los últimos toques de sienas, se van dejando en blanco las zonas iluminadas de las ramas y raíces del olivo y algunos puntos con los que se pretende sugerir piedras.
   En las fotos siguientes se ve de nuevo con más detalle el proceso de ir de aquí para allá, procurando no detallar en exceso nuiguna zona, oscureciendo cada vez más las zonas de sombra con los colores tierra usados antes y mezclando algo de índigo, que también se aplica solo en algunas zonas. Este índigo de Kremer tiene un tono maravilloso y muy transparente.

Por último el resultado final. A continuación se muestran los materiales utilizados, aunque no aparece un pincel versátil de Escoda de mechón largo y fino del 6 para los detalles y ramas finas.
   La caja de acuarelas en pastilla de Kremer. En ella no caben todos los colores que compré. Quedan algunos ocres, tierras marrones y verdes muy interesantes. Los azules de Kremer me parecen una verdadera maravilla. También el negro de magnetita, que granula y se porta exactamente igual que el Lunar Black de Daniel Smith. En realidad es el mismo pigmento, creo. El lapislázuli es una delicia, en ambas marcas, aunque difícil de aplicar. El pincel es un Versátil del 18. Cuando se sacude después de cargar agua toma esa punta que se ve en la otra foto.

   Terminamos con la foto en la que nos hemos basado, interesante para ver la interpretación que se ha hecho.

martes, 10 de marzo de 2015

Castillo de Chirel - Paso a paso

    El castillo de Chirel se encuentra en Cortes de Pallás (Valencia), dominando desde su altura un hermoso paisaje de acantilados cortados por las aguas del Júcar, embalsadas por la presa de Cortes. Por la noche se aprovecha la energía sobrante de la cercana central nuclear de Cofrentes para bombear agua a la cima de la Muela. Desde ese inusual embalse en lo alto de una montaña, se devuelve de día el agua hacia el pantano para generar electricidad en horas de más consumo. Tal vez tales maravillas expliquen o argumenten el desorbitado precio de los kilovatios.
    De una foto de ese paraje sale esta acuarela. La foto sale de la cámara de mi amigo Luis Piqueras, de Alpera, lugar bastante cercano. Papel Arches 300 gramos de grano fino. Acuarelas variadas, más o menos las que últimamente voy utilizando. Tierras de Kremer, azules y verde de Daniel Smith, menos la siena tostada y el ultramar que prefiero a menudo de Rembrandt o Van Gogh. Juntas son una maravilla. Un pincel Versátil redondo del número 18 y otro también de Escoda, de petit gris muy suave y afilado, del 6.
    Partimos del dibujo anterior, bastante detallado, al menos en cuanto a las grietas y formas de las rocas del primer plano. Posiblemente se podría haber simplificado esto, sugiriendo simplemente las paredes verticales, marcando zonas de sombra y luz con una iluminación más lateral que la que ofrecía la foto. Inventarse la iluminación, cambiar el foco de la luz, siempre es problemático y suele quedar inconsistente y falso si el tema tiene tantos recovecos y planos. De forma que el contraste se busca con el fondo lejano de las montañas de la izquierda, que se dejarán más tenues y difuminadas que las rocas cercanas y el cerro de la derecha. Los tonos cálidos de la cercanía marcarán distancia con los azules del fondo. Al menos eso dicen los manuales.
    Para dar armonía al conjunto se parte de los tonos cálidos con que se cubre prácticamente todo el papel, incluso el cielo, dejando algunas zonas en blanco para futuras luces y realces. Aquí es donde se agradece un pincel grueso y que cargue mucha agua, como es este de Escoda del 18, prácticamente como de marta. Los colores utilizados, siena natural, ocre amarillo, siena tostada y rojo de Venecia, casi siempre mezclados en distintas proporciones. Ya desde el principio, aunque se ha empezado en seco, se van mezclando en húmedo los colores en el mismo papel, dejando que se fundan y resalten ciertas zonas, iniciando la valoración de tonos, con las primeras sugerencias de sombras. Algunos brochazos rápidos hacia abajo con el pincel casi plano, de lado, para crear textura aprovechando el grano del papel. Nos esperamos a que seque completamente esta capa. Mientras nos tomamos un café y miramos.
    Vamos con los azules y verdes. Una mezcla de cobalto y cerúleo, que granula mucho. Se procura dejar sin tocar unas líneas que ya habíamos conservado en blanco, sugiriendo el brillo de algunas nubes. El verde es tierra verde de Kremer, mezclada con los azules citados para dar sombras en las ondulaciones de las montañas. Se procura no cargar las tintas pues, aunque sabemos que al secar quedará todo más claro, queremos que haya mucho contraste entre la zona cercana de la derecha y las montañas cada vez más lejanas. Por eso se van diluyendo más las mezclas y añadiendo más azul conforme nos alejamos.

    El siguiente paso es ir reforzando algunas zonas de la montaña, resaltando luces y sombras, dando relieve, calentando con siena tostada los planos más cercanos. Toques de ocre amarillo con el siena en algunas zonas. Mezclamos a esos colores algo de ultramar para hacer un gris cálido en algunos lugares donde habrá rocas iluminadas. Las rocas del acantilado del primer plano, sobre la base de rojo de Venecia o Caput Mortum, muy parecidos, se matizan y se les da relieve con siena tostada diluida, para calentar el color de la capa anterior, un poco frío. Las sombras con ultramar mezclado con el siena tostada o aplicado solo antes que se seque el marrón, con el papel bastante inclinado para que se mezclen hacia abajo.
    Aquí se aprecian mejor cosas como esa mezcla de ultramar con siena tostada, que me resulta insustituible para muchas sombras en cualquier tema, o la granulación y el efecto de las pinceladas rápidas, casi en seco, que dan mucha textura. Se sigue teniendo cuidado en dejar en blanco algunas líneas y brillos. Unas capas se añaden en mojado. Otras cuando se ha secado la anterior. Es interesante en el caso de las rocas que los perfiles y ángulos que sugieren las pinceladas en seco no se pierdan, algo que ocurriría si todo se pintara en húmedo. Saldrían unas rocas curvadas y pulidas, que no irían bien.

    Hace rato que sabemos que seguir adelante añadirá detalle pero restará frescura y limpieza. Asunto delicado siempre. En seco vamos añadiendo capas pensando más que pintando, pues hay que sugerir sin demasiados añadidos. Al oscurecer unas zonas resaltan las contiguas y era imprescindible ir marcando la pendiente, sugiriendo rocas, añadiendo la vegetación, procurando que no quede muy pinturera entre tantos ocres. Tierra verde y jadeíta, un poco de azul de Prusia para separar una de las montañas del fondo que habían quedado amontonadas y de paso reforzar la zona en sombra del agua del Júcar.
   Seco todo, se comprueba cómo ha aclarado la cosa. Los tonos brillantes cuando mojados, se apagan al secarse, maldición. Se refuerzan con infinito cuidado algunas sombras con violeta mezclado con ultramar, incluso sobre los marrones de las montañas más cálidas de arriba a la derecha. Sobre los tonos cálidos ocre amarillo, sienas, tierras, el violeta ultramar o una mezcla de azul ultramar con carmín de alizarina son muy adecuados
   Unos trazos finos y rápidos sugiriendo las grietas con esa mezcla de siena y ultramar que vale tanto para un roto como para un descosido. Más diluida para dar sombras sugiriendo la sombra de rocas y peñascos y... así lo dejamos, sabiendo que hace un rato algunas zonas estaban mejor. Otras no. Difícil equilibrio.

jueves, 5 de marzo de 2015

CONTRERAS - Acuarela - Paso a paso


   En esta ocasión otro paso a paso sobre una acuarela de un paraje cercano al embalse de Contreras de donde guardo unas fotos hechas hace unos años de una visita a la casa de postas, la presa y las obras del viaducto y tendido del tren de alta velocidad. Un alarde de ingeniería.
   Se ha utilizado un papel inédito para mí, aunque hace años que conocía su existencia, el que fabrica en Cuenca el artesano Segundo Santos Huélamo, cuyo blog, El pergamino de trapo, podéis visitar aquí para conocer sus papeles y sus ediciones, verdaderas joyas. Artesano papelero, impresor, editor, encuadernador... Merece la pena ver sus obras. 
   El papel que yo he utilizado es excelente, con sus particularidades, como todos los papeles artesanos, de grano suave y ondulado, que toma bien los baños, permite detalles nítidos, y no es especialmente problemático. Como otros papeles, para trabajos en húmedo habría que humedecerlo previamente pues se comba ligeramente si no se sujeta por los cuatro extremos, ya que el que he probado no es demasiado grueso. Me ha gustado mucho.

   Dibujo inicial a lápiz, situando los elementos más importantes, aunque sin entrar en excesivos detalles. El color empezamos a aplicarlo en seco, aunque con suficiente agua en el pincel para permitir que se vayan fundiendo y mezclando en el papel. Se seca con relativa rapidez y vemos que incluso las copas de los árboles que se aplican inmediatamente ya marcan perfiles nítidos de seco sobre seco. El cielo con cobalto y los árboles con tierra verde, el mismo azul y algo de viridiana muy diluido. Ocre dorado y sombra natural para las primeras manchas del suelo.
   Azul ultramar para las paredes en sombra, algo más oscuras y mezcladas con carmín de alizarina y siena tostada para las sombras más intensas y la carretera. Con alizarina y siena, mezcladas en distinta proporción, tejados, sombras en el suelo en algunas zonas, intentando ir sugiriendo la vegetación del primer plano. Casi todos los pigmentos son de Kremer.
    Con esos mismos colores utilizados hasta ahora, más intensos y con la adición del verde de jadeíta de Daniel Smith seguimos reforzando sombras y añadiendo ciertos detalles, intentando ser moderados en ello. Las sombras de los pretiles de la carretera, a contraluz, mezcla de ultramar y siena tostada, igual que algunas otras sombras.
   Se añaden algunas manchas de los verdes ya usados, oscurecidos con ultramar, índigo o siena tostada para diferenciar los árboles del fondo. Igualmente se añaden las sombras de los árboles sobre la carretera o de los pretiles sobre el primer plano con ultramar, índigo y algo de aliarina, en distintas proporciones. Como se hace la foto al mismo terminar, algo húmeda todavía, es de esperar que se aclare bastante al secar, con lo que debe mejorar, pues siempre llegamos a ese punto en que nos arrepentimos de no haber dado por terminado el trabajo antes, ya que la transparencia, la espontaneidad y la luz desaparecen rápidamente y, en este y en muchos casos, cuando estamos terminando nos queda el mal gusto en la boca de que unos minutos antes estaba mejor, que lo que hemos sumado no ha hecho más que restar. Estamos aprendiendo.

domingo, 1 de marzo de 2015

Paisaje de Alcoy - Paso a paso acuarela

    Otro paso a paso sobre una de las últimas acuarelas pintadas. En este caso un paisaje de unos parajes que atravieso con cierta frecuencia. Desde Albacete hacia la costa de Alicante, siempre pasando por las cercanías de Alcoy, ruta más amena y hermosa que la ruta habitual que ya he recorrido cientos de veces. En lugar de continuar la autovía hacia Alicante, pasado Alcoy suelo tomar alguna de las carreteras llenas de curvas y árboles que llevan desde allí a Jalón, Benidorm, Calpe, Denia y otros lugares más conocidos. Llegues a donde llegues siempre aciertas y pasar por Guadalest no es cualquier cosa. Por su paisaje y por ser uno de los lugares con más museos por kilómetro cuadrado del mundo. Bueno pues por una de estas rutas es donde se tomó esta foto, cuando aún quedaban las últimas flores en los almendros el año pasado. Por esta zona se fabrica el papel de Garzapapel que se ha utilizado para la acuarela, lugares antiguamente poblados por moriscos, como nos recuerdan los hermosos y sonoros nombres de pueblos, aldeas, montañas o restos de torres y castillos: Benilloba, Benidoleig, Benicadell, Beniarrés, Benimarfull, Benialla, Benigembla, Benimaurell, Alcanalí, Benissa, Benitaxell...
   El inicio es un dibujo sencillo a lápiz, encuadrando el tema, una composición en diagonales, con un primer plano escarpado y de aristas marcadas que da paso a unas montañas que protegen un vallelleno de árboles, caminos y aldeas. Abundan los verdes, lo que siempre es un desafío.
   El cielo se ha cubierto con un baño diluido de lapislázuli con unos toques de cerúleo que se extiende a todo el paisaje, procurando dejar ya algunas zonas en blanco, valorando en húmedo el relieve con una mezcla de ese azul y siena tostado y una pizxca de aliarina que se aplica cuando la anterior está apenas seca. Especial cuidado se tiene con reservar los brillos de los picos y pedruscos que romperán la monotnía y añadirán relieve y distancia, separando los planos.
   Cuando se seca la capa aplicada, se añaden los primeros verdes. En este caso tierra verde de Vagone, también de Kremer, mezclada con lapislázuli, el mismo azul utilizado en el cielo y en las primeras capas de las montañas. Ya se van marcando luces y sombras, ondulaciones de las montañas, se van separando las montañas más lejanas de la derecha, las del frente en un plano medio y la de la izquierda, manteniendo las zonas iluminadas y respetando el blanco del papel.
   Los colores cálidos que se van aplicando van acercando unas zonas y alejando otras. Siena natural ocre amarillo, siena tostada y unas manchas a la izquierda de caput mortuum, otro pigmento clásico, con una pizca de azul. En este caso se empieza a recurrir al índigo, pero un buen pigmento, transparente, no de esos que llevan demasiado negro en su composición y que apagan y enturbian los colores, eliminando toda la transparencia. En este caso es de Kremer. Hasta donde yo sé, no lleva mezcla de negro y se vende como Índigo Indio genuino. Todos los demás son mezclas de Indantrone, pthalocianina o azul de Prusia mezclados con negro de humo. En las series profesionales de las mejores marcas encontramos buenas mezclas, pero no así en las series más baratas, igual que ocurre con el cerúleo, el sepia, o el VanDick brown, que puden ser colores hermosísimos o pastas cubrientes que emborronan todo. Lamentable lo bueno hay que pagarlo. Peor es cuando como bueno se nos vende lo que no lo es. Al menos cuando nos indican en el etiquedado "Hue", nos indican que es un color obtenido con mezclas, no un pigmento, un solo componente. Es un color que nosotros podemos consguir con nuestras propias mezclas. Hay quien huye del blanco y del negro como de una vara verde y los está utilizando continuamente en las mezclas de los colores que ya compra mezclados. Un cerúleo barato lleva blanco. Por eso es cubriente, nada transparente, espeso y francamente horrible.
   Seco lo anterior, se siguen aplicando capas de siena tostada sola o mezclada con ultramar o índigo. Para marcar las rocas y los relieves del cerro de la izqueirda se recurre a estas mezclas de ultramar y siena tostada que puden ir desde un gris frío o cálido hata un tono oscuro casi negro.  Algunas manchas de tierra sombra tostada en el suelo de la derecha. Se recurre al verde de jadeita de Daniel Smith diluido para resaltar algunas zonas lejanas y más espeso, solo o mezclado con índigo para los árboles y vegetación más próxima.
   Al aplicar estas sombras se procura ir definiendo algunas rocas, sus formas, sus sombras, sus picos. Ulramar y siena tostada.
   El paso anterior es el más delicado. Hasta ahora el conjunto resulta plano porque faltan las sombras que separen el primer plano, la montaña de la izquierda, con el valle mñas lejano e iluminado. Como la acuarela se aclara cuando se seca, no deberíamos tener que reurrir a una segunda capa que siempre emborrona, quita transparencia y elimina los relieves y granulaciones que hemos ido trabajando con tanto cuidado para dar textura. Aquí hace falta un buen pincel, lo más suave que tengamos, necesariamente de petit gris, de marta o, como es el caso algo que resulte muy similar, el Versátil de Escoda del 18.
   La sombra es una mezcla de índigo, siena tostada y carmín de aliarina, resultando un violeta oscuro, transparente y frío. Si la cosa sale mal, habrá que tirar la acuarela a la papelera. Nos encomendamos a San Diego de Velázquez, a los santos Turner, Constable, Peter de Wint y a todos los pintores del Olimpo, que parecen ponerse de nuestra parte.
  Cuando se ha secado todo, mientras le echamos un vistazo y nos sujetamos las manos para no tocar más, nos arriesgamos a dar unos pequeños retoques, mínimos pero importantes. Sobre todo abrir unas lucecitas, sugerir unas piedras en el perfil de la montaña cercana. Se hace a puñaladas, cuidadosas y medidas, pero a punta de navaja. Quitada la pintura de esa forma tan expeditiva, algo que este Garzapapel resiste sin quejas, añadimos unas sombras a las luces abiertas, resaltamos con índigo el relieve de las rocas y reforzamos algunas sombras de las montañas lejanas y otras que diferencien los bancales y añadimos, ya sin riesgos arbolillos aquí y allá, marcando los caminos y la inclinación de la falda de las montañas. 
   Con eso la damos por terminada, volviendo a encomendarnos al santoral ya mentado para que lo que está ahora mojado, cuando se seque quede en un punto adecuado de intensidad.