Páginas

sábado, 9 de noviembre de 2013

KUNTA QUINTET y el entierro del salmón


Anoche, reunidos alrededor de un salmón de los de Sven, joya gastronómica compatriota de Nokia, aunque de superior tecnología, sustituidos los inciensos por el aroma de las virutas de aliso importadas de Finlandia con que fray Sven de Escandinavia sahúma sus peces, dimos cristiana sepultura a este querido grupo musical, siguiendo el orden del día de la convocatoria. Por eso del maridaje, hubo que recurrir al Barbadillo y a algunas cervezas, y faltó pan. Para aliviar la tristeza del momento, contamos con el concurso de una botella de ron de caña, que también pasó a mejor vida. 
Los grupos musicales, como las personas, pueden acabar sus días de forma súbita, violenta o, por el contrario, de manera apacible y tranquila, como ahora ocurre. Igual que ellas, en el mejor de los casos, lo hacen una vez cumplido su ciclo vital, falleciendo de muerte natural como una vela que se apaga, sin dejar mal sabor de boca, pues llega un momento en que la vida poco les puede ofrecer. Cuando así sucede, los deudos encuentran consuelo constatando que la vida del difunto ha sido feliz, razonablemente larga y que no deja empresas a medio. Ni deudas, cosa que podría añadir sombras al sepelio y un poso de rencor hacia el finado, aunque sí agradecimientos.
   
También, sin darle proporciones geológicas al caso, concurren causas ambientales en esta extinción. Es la música, como las demás artes, un  ecosistema frágil, y quienes se dedican a ella son como esas flores alpinas que brotan entre la nieve, milagros tan hermosos como inexplicables, sin abono y casi sin suelo donde enraizar y alimentarse, que nacen y medran allí donde no cabría esperar ese lujo de la naturaleza. Las más de estas flores languidecen y mueren sin que nadie las llegue a ver ni a disfrutar de su aroma y su color. Pero su existencia tiene sentido aunque sean tan frágiles que para desaparecer no necesiten la caída de un enorme meteorito. Basta con que vayan a nacer un poco fuera de lugar, un poco antes o después de la estación que les corresponde, o que se hayan intentado adaptar a una función que otras flores hacen mejor. Como puntilla, no están por gastar en abonos quienes deberían cuidar del jardín.
  
Tal vez ese haya sido nuestro caso, y hayamos sido un cactus plantado en un pantano, el del jazz, al que hemos llegado arrastrados por las aguas del manantial del hermano Sven, alcanzando allí nuestro nivel de incompetencia. Sin falsas modestias ni innecesarias paladas de tierra, recurso normalmente usado para recabar flores y alabanzas, hay otras músicas que hacemos muy bien. El jazz, no tanto. Sólo Sven ha mamado de las ubres de Duke Ellington y Cole Porter, metafóricamente hablando, claro está, pues nuestros biberones llevaban leches de Liverpool, de Nashville y de Menphis, de Argentina, de Italia y de España, más que de Nueva Orleans o Nueva York. Tal vez lo más cercano al jazz que habíamos hecho era bossa-nova, y habituados a su complejidad armónica podíamos mantener la dignidad musical hasta el momento de improvisar un solo decente sobre tan intrincada arquitectura musical. Cuando acompañábamos a Sven, sonaba más a jazz, al llegar nuestras intervenciones, nos abolerábamos o, en el mejor de los casos, sabía a blues. Pero no a jazz del mismo Nueva Orleans. Si acaso, de las afueras. Las cosas como son.
Si el aprendizaje viene de los errores, no me explico cómo no he acabado tocando como Joe Pass o John Coltrane, y hablo por mi, pues en este grupo, no hay equivocación que no haya cometido, y no me refiero a ocasionales fallos en la ejecución, que también, sino a errores de concepto, de estilo, cuya superación requiere más trabajo. También es cierto que, en algunas épocas, ciertos temas del quinteto resultaban algo sublime. Cuando ahora nos juntamos a tocar, siguen siéndolo. Posiblemente lo mejor que nunca hayamos interpretado. Al menos yo. Pero la música, a cierto nivel, requiere mucho esfuerzo. Más del que pueda imaginarse. Práctica, ensayo, estudio, es decir, tiempo. Asistir a conciertos, escuchar, ver, admirar cómo otros han salvado el barranco que nos detiene, vencer el placentero desánimo que supone ver tocar a Pizzarelli o escuchar en San Javier el sonido y la insultante perfección de la Lincoln de Marsalis. También necesita de un lugar y de un público, requiere dar con un mar donde asomar el pico del iceberg oculto, que eso viene a ser el escenario. La música, y más el jazz, es un estado de ánimo, una disposición, que no se da cuando se ejerce de uvas a peras, cuando no se ha ensayado lo suficiente pero, en todo caso, mucho más de lo que la recompensa del mercado merece. We are not in the mood for jazz. Tras cuarenta años en la música, nos exigimos un nivel profesional cuando las condiciones son similares a las penurias de nuestros inicios y menores las fuerzas, buscando un sitio donde tocar que no termine costándote dinero. La última guitarra, una Gretsch, una ganga, salió por 1450 euros. Y hay otras cinco. Un lujo que uno ya no se puede permitir. 
   Segis, Paco y yo conocimos a Sven en el Nido de Arte, mientras con Juanjo formábamos “Octavio Cuarteto”, grupo ecléctico y desconcertante, con nombre de calle, típica creación onomástica de Paco, habitual bautista de nuestros grupos. Un día que estábamos en ese añorado club haciendo temas que iban desde “Polka dots and moonbeans”, al “Bolero de Mastropiero”, pasando por “La bien pagá”, y no miro a nadie, invitamos a cuatro voces a Sven al escenario con el inicio del famoso bolero: “Si tú me dizzzzzz………. Sven”. No recuerdo qué tocamos con él, me imagino que un blues con su armónica o “As time goes by”. Allí empezó Kunta Quintet, con la feliz incorporación posterior de Gustavo Gentile a la batería que, huyendo del dinero, topó con nosotros. Un santo varón, Gustavo, excelente músico profesional que nos dedica su tiempo. También lo voy a echar de menos.
   Íbamos a poner de nuevo nombre de calle a la criatura, en este caso trocando “Blasco de Garay” en “Blasco de Guirigay”, cosa que a nuestro guiri no acabó de convencer. Quede dicho aquí que Sven es uno de los mejores músicos con los que he tocado, y mira que en eso he tenido suerte. Especialmente con la armónica, instrumento que traduce su fraseo mental mejor que su trompeta, a veces dubitativa, tal vez en lucha contra un instrumento mejorable.
Ana Milán y Toni, amigo, músico y sonorizador de Kunta Quintet, en el Nido.
   Como hay tres clases de personas, las que saben contar y las que no, pasamos a ser un quinteto de seis al unirse Ana Milán al grupo, centrándonos bastante en su voz y en las bossa-novas, que canta como pocos. Tras algunas actuaciones, cuando aquello sonaba razonablemente bien, Ana se fue a Irlanda y nosotros fuimos dedicándonos en los ensayos más a la gastronomía que a la música, a pescar salmones en el horno de Sven, hasta llegar al momento actual. 
   De todas formas, ensayos ha habido en los que no hemos llegado a tocar, pues a estas alturas valoramos tanto nuestra tertulia, como la música, conversación que alcanza a veces alturas notables de ingenio y buen humor. Tal vez Tony, nuestro compañero músico, opinante y sonorizador, parte del iceberg del grupo, comente o recomiende un libro, otro una noticia, el otro un cuadro, una exposición, un paisaje, una foto o un recuerdo. Sven, que domina nuestro idioma mejor de lo que él se imagina, las pasa como el que se tragó el paraguas para seguirnos. Le ocurriría igual a muchos nativos. No tiene precio reunirse a charlar y tomar una copa con amigos que, tras toda una vida, aún tienen la capacidad de sorprenderte, hacerte reír,  pensar y terminar la reunión con ganas de darles un abrazo. Os quiero, hermosos míos.

   El concierto de los Beatles, organizado por la asociación de amigos del Jazz creo que fue lo que terminó de abrirnos los ojos y retirarnos del jazz, que no de la Asociación. Lo mejor es hacer uno aquello que sabe hacer, zapatero a tus zapatos. Hay en Albacete en estos momentos una reconfortante e insólita cantidad de buenos músicos y grupos, algunos de un nivel verdaderamente excepcional. Compararme con algunos de estos genios es lo que me empuja a dejar Nueva Orleans, a escucharles y a intentar aprender de ellos. Me dedicaré con mis amigos, musicalmente hablando, a hacer aquello que sí sabemos interpretar como casi nadie, huyendo de falsas modestias.
   Sólo en el jazz se constata un florecimiento inconcebible hace sólo unos pocos años, y habría que reflexionar qué o quiénes han hecho tal cosa posible. Seguramente la ilusión, la constancia y el evangélico esfuerzo de unos pocos durante muchos años han ido poniendo las bases de esta situación actual, tan floreciente. Aunque el esfuerzo principal corresponde a los músicos, hay que nombrar a Germán, fundador y gerente magnífico del Nido de Arte, a Juan Ángel Fernández, alma mater del Festival de Jazz de Albacete y a Miguel López Vallés que ha resucitado una Asociación de Amigos del Jazz agonizante.
   
   De forma que Segis, Paco y Pascual formaron un grupo para disfrutar de esa música que siempre hemos hecho. Me he unido al proyecto y, después de ensayar y cenar juntos, vamos al “Bossa-nova” los miércoles por la noche donde nos reunimos a tocar con un grupo de excelentes músicos amigos y con Los Beatles, John Denver, James Taylor, pasamos el rato, bastante largo por cierto. Hemos recuperado el rito mozárabe y el quechua, que nunca dejamos del todo. Cabe allí el tango, la copla, Javier Krahe y los boleros, Chet Atkins, Brassens, Jobim y Martin Taylor. Y seguimos contando con Sven y Gustavo para recordar “I’ve got you under my skin”, “Night & day” y otros standards de jazz, hasta donde nuestra ciencia alcance. No hay que descartar que de ese grupo salgan tres o cuatro formaciones, mediante el habitual sistema de permutaciones, combinaciones y sumas. Mi inminente prejubilación, y me quedan unos seis consejos de ministros, de los que recelo alguna brillante ocurrencia, tal vez me permita dedicar a la música un tiempo que, hasta ahora, no le he podido conceder.
   Como digo, desde hace un par de meses me he unido a Pascual Ortiz, Segis Armero y Paco Arteaga, mis compañeros de la música de siempre, en santo y musical matrimonio, hasta que la muerte nos separe.
   Descansen en paz Kunta Quintet y el salmón.


Este es el enlace al blog del extinto Kunta Quintet.

4 comentarios:

  1. Cuando algo se muere, nace otra cosa nueva, así que a pesar de la crónica necrológica, supone más una nueva vida anunciada que una muerte natural, todo cambia, todo se mueve, que diría el otro y la música eterna, (especialmente el JAZZ), siempre estará en nuestros corazones. Dibujas maravillosamente, escribes de un modo fantástico, supongo que tocas igual de bien, eres un afortunado de la vida, y te envidio por ello. Venga, a seguir, que desde aquí estamos dispuestos a seguir disfrutando de todo tu arte.
    Abrazo

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por tu comentario. No sé a qué hora has leído esta entrada, editada a las 12:45 de la mañana, para dulcificarla incorporando aspectos positivos, que son los más, que ha habido y hay en esta experiencia de bastantes años con Kunta Quintet. Queda mucha buena música, buenos recuerdos y extraordinarios amigos, que seguimos viéndonos al menos una vez a la semana.
    Como digo, esto ha terminado de muerte natural, amable y sin dolor. Seguiremos viéndonos, juntándonos a tocar, pero sin la exigencia de mantener vivo un extenso repertorio que, además, hay que ir renovando. Demasiado esfuerzo para tan poca recompensa. Ya que lo hacemos por placer, quitemos compromisos y obligaciones.
    Gracias también por tu generosa valoración de las cosas que hago. Tal vez de ellas, la peor sea la pintura. Me desenvuelvo mejor con la guitarra que con los pinceles. Intentaremos mejorar.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Nunca jamás asistí a sepelio tan florido y generoso en detalles. Te agradezco la referencia cariñosa que dedicas a mi Nido de Arte que, con la insolencia propia de unos músicos faltos de escrúpulos, me expropiasteis para dar cobijo al espíritu bohemio que todo artista lleva dentro. Kunta Quintet, como el viejo café concierto, han pasado a mejor vida, pero puedo jurar y perjurar que cuando entro en el silencioso local, me siento en una mesa y doy alas a mis recuerdos, se encienden inopinadamente las luces del escenario y entrañables amigos cantan y tocan para mi "María La Portuguesa" y "No te apartes de La Barra".

    Es a partir de ese momento que a la cadena de actuaciones suceden otras emociones, los personajes inermes en las paredes abandonan las fotografías y me hablan con desparpajo, los instrumentos se mueven de sus soportes, se afinan; se recolocan las mesas y se arrastran las sillas...., todo un ritual, en fin, presagio de un telón pronto a abrirse para dar paso a la música y la amistad. El relato puede parecer tópico pero es así como sucede, y me cuesta su tiempo recobrar la consciencia.

    Mientras todo esto no muera en la memoria, aquí no se entierra ni a Dios.

    Loor y gloria a todos mis amigos que con su presencia en mi Nido obtuve cotas de prestigio inimaginables.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hermoso comentario, Germán.
      Gerente magnífico del Nido de Arte, donde el cliente no tenía razón, si en verdad no la tenía, donde los instrumentos que colgaban de las paredes, y no sólo como decoración, podían usarse a condición de acariciarlos y hacer con ellos algo que mereciera la pena escuchar, donde la vajilla brillaba tanto como la música y la conversación de los que hicimos de ese lugar maravilloso nuestra casa.
      Germán de Navarra, abad de la ermita donde celebrábamos nuestros conciliábulos y donde los frailes de mi convento pulíamos salmos y antífonas, haciendo estragos en frascas y pellejos... Lugar y personas que siguen siendo la inspiración de muchas de las cosas que escribo...
      En fin. ¿Qué te voy a contar, amigo? No me extraña que nuestros ectoplasmas y los de tantos y tantos músicos que por allí han pasado en cuarenta años se separen de sus fotos, pululen sobre las moquetas y no puedan evitar subirse a ese escenario donde tantas veces hemos estado, para cantar una última canción.
      Cuando abras tu café para ti, notarás que no estás solo. Desde las paredes te seguirán mirando nuestras fotos, como santos en su hornacina, y nuestros recuerdos compartidos y nuestro cariño te harán compañía.
      Como decía Gato Pérez, a quien cito una vez más,
      "Ese bar fue nuestra vida, y por eso está presente
      en las iras y alegrías que nos mueven a vivir.
      Y, aunque todo es diferente y ya nada es como antes,
      su recuerdo permanece y se merece una ovación".

      Un fuerte abrazo, Germán, y hasta mañana por la noche. A cantar unas canciones, tomar una copa y reírnos, que esto son cuatro días.

      Eliminar